Una experiencia que se lleva a cabo en ciudades de Europa consiste en suprimir las señales de tránsito y dejar la circulación en manos de peatones, conductores y ciclistas. “La auténtica seguridad está en uno mismo”, dice su ideólogo.
› Por Isabel Ferrer *
desde Haren, Holanda
Si los semáforos, las señales de tránsito y las sendas peatonales son sinónimo de seguridad vial, la visión de la calle mayor de Haren, un pueblo de unos 16.000 habitantes al norte de Holanda, resulta cuanto menos inquietante. Porque está desnuda. Le faltan las señalizaciones habituales y las marcas de separación entre vías para automóviles y bicisendas. Peatones, autos y bicicletas comparten los espacios, diferenciados visualmente sólo por los colores de los materiales empleados en el suelo: ladrillos rojos para los paseantes y cemento gris para los vehículos.
Todo desemboca en una rotonda singular. Una banda estrecha obliga al conductor a desplazarse más despacio y a permitir, en horas pico, el paso de centenares de escolares de primaria y secundaria a bordo de sus bicicletas, sin regulación de semáforos que valga.
¿A qué viene todo esto? Se trata de cumplir con los requisitos de Shared Space, un proyecto europeo de planificación urbana iniciado en 2004. En la práctica, una arteria de circulación rápida se ha convertido en la zona más llamativa de esta pequeña ciudad.
Cruzarla a pie requiere prestar mucha atención y cierta pericia visual para acertar con el momento adecuado. Hacerlo por primera vez permite dar fe de que, una vez alcanzado el otro lado, la satisfacción de haberlo conseguido sin novedad compensa la tensión inicial. Un coche que avanza a los 25 o 30 kilómetros por hora permitidos por el Ayuntamiento (antes podían circular a 50 kilómetros) baja aún más la velocidad para darle tiempo a cruzar al peatón primerizo en el mundo de las calles sin fronteras.
“La auténtica seguridad no la proporciona un semáforo; está en uno mismo”, asegura Willem Schwertmann, coordinador de proyectos de construcción del Ayuntamiento de Haren. En una vía central, sin más apoyo que un par de pasos de cebra (peatonales) conservados tras las presiones de los numerosos jubilados residentes en la ciudad, “ambas partes tienden a proteger el espacio común y a ser educados; y entonces los coches y las bicis corren menos y los peatones se fijan más”, según el coordinador local del proyecto.
No es una simple peatonalización de un trozo de ciudad. Se trata de devolver al peatón el protagonismo de los espacios públicos, sin impedir la circulación de vehículos. Las ciudades participantes reciben fondos europeos para llevar a cabo esta prueba. En Haren se muestran muy ufanos de haberse adelantado al resto de socios comunitarios en los que se aplica el plan: Ejby (Dinamarca), Suffolk (Reino Unido) y Ostende (Bélgica). La pequeña ciudad alemana de Bohmte se prepara para hacer lo mismo. El Ayuntamiento de Haren empezó a pensar en remodelar la calle mayor con el cambio de milenio. La tuvo lista en 2003. “Presentamos un diseño que repartía el espacio entre todos y les daba protagonismo a las numerosas tiendas de las aceras. Hubo sesiones públicas y discusiones con el vecindario y también hicimos concesiones, claro”, dice Schwertmann.
Los adoquines fueron sustituidos por el ladrillo rojo de unas aceras enormes que desaparecen sin cordón hasta transformarse en calzada de cemento. Además de los dos pasos peatonales conservados, se pusieron dos rectángulos con adoquines oscuros al principio de la calle como freno visual para conductores.
A Jacco Smit, dueño de una tienda de ropa masculina, el largo período de obras le resultó duro para las ventas. “Pero con la acera más grande, la gente pasea con mayor tranquilidad y eso siempre ayuda a vender’.” Una anciana muy elegante, que se ayuda con un andador último modelo, se siente tranquilizada por la permanencia de algunos pasos de cebra. “La calle es más grande y amable, pero yo me sigo apoyando en esos pasos para cruzar”, cuenta sonriente.
Que las ciudades holandesas sean pioneras no sorprende si se tiene en cuenta que el padre de la idea es Hans Monderman, un ingeniero holandés. Los defensores del programa de Shared Space siguen con interés no sólo las ciudades donde ya se aplica la experiencia, sino otras que consideran inspiradas en el espíritu de su programa: entre ellas, Copenhague, Lyon, Estrasburgo o Barcelona.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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