SOCIEDAD › EL VIAGRA SE ACERCA A LA DECADA
› Por Lola Huete Machado *
Lo dejó escrito con mucha intención Leonardo da Vinci, prototipo de hombre renacentista: “El pene no obedece en absoluto las órdenes de su amo”. Así era hace cinco siglos y así siguió siendo hasta el XX. Hay 150 millones de varones en el mundo a los que la sangre no les llega, o no lo bastante, y tienen alguna dificultad con su erección. Lo aseguran farmacéuticas, sociedades de urología, sexólogos y especialistas de la parte baja de nuestra anatomía. Pero desde hace casi una década, gracias al dios químico y a una sustancia llamada sildenafil, un vasodilatador, la corriente fluye.
El uso de Viagra, la pastilla azul estrella de los laboratorios Pfizer (y luego de sus competidores: Levitra –vardenafil, de Bayer, de color naranja y erección más potente– y Cialis –tadalafil, de Lilly, almendrada, a la que llaman “del fin de semana” por su duración más prolongada–), revolucionó el encuentro sexual. Para bien o para mal. Al grito del anuncio “Así cada día” (y aquí hay que visualizar a una señora feliz abriendo su mano y mostrando la enorme distancia entre sus largos dedos) nació una nueva era: la solución a tantas noches de pesadilla masculina y femenina, para unos y unas; pero también la vuelta de la obsesión por el falo y el temor a la medicalización de la sexualidad, para otros y otras.
“Estamos llegando a un punto tal de irrealidad en nuestra concepción de la relación sexual que ya sólo falta que surja una pastilla para inducir químicamente el orgasmo a la mujer. O mejor todavía: bastaría con meterse los dos en el orgasmatrón que ideó Woody Allen y salir absolutamente satisfechos tras una segura descarga eléctrica”, opina un usuario en el foro sexualidad.wordpress.com.
Porque en su corta existencia, el objetivo del Viagra y compañía mutó: ya no toman esta medicación sólo aquellos para los que en principio fue creada, los que sufren afecciones orgánicas o los achaques propios del desgaste de la edad, sino también, y mucho, los sanos y aquellos que repentinamente creen haber enfermado (desde la irrupción se diagnostica más disfunción eréctil que nunca).
“Muchos de los que hasta hoy consideraban su libido sencillamente normal y aceptable están ahora descontentos de su vida sexual”, dicen los investigadores británicos Graham Hart y Kate Wellings en su estudio sobre las conductas sexuales de nuestro tiempo, publicado en el British Medical Journal. El consumo recreacional de la pastilla aumentó entre homo y heterosexuales, y la orientación de las farmacéuticas hacia el consumidor sano se aprecia cada vez más en campañas que muestran la amplitud de su mercado: “¿Crees que eres demasiado joven para tener problemas de erección?”.
Que la química eche una mano en la sexualidad del común de los mortales, además de intensas carreras contra reloj de los laboratorios por ir siempre más allá y ser los primeros en un campo que es una verdadera mina y en el que basta con crear supuestos pacientes necesitados, provocó mucha literatura, mucho estudio experto y mucha pregunta de la gente de la calle: ¿está, al fin, el miembro bajo control?, ¿queremos que así sea?, ¿será el acto sexual del futuro un encuentro o competición entre marcas de coches-pastilla superequipados al estilo Fórmula 1? Y más: valga que se pueda mejorar la máquina de unos y otras para la ejecución del acto, pero ¿alguien sabe dónde se esconde y cómo controlar ese puntito mágico que te pone a mil y se llama deseo?
“Mi generación, que no conocía este remedio a la flojera del asta viril, apreciaba ese miembro juguetón y travieso que, si bien algunas veces no era tan triunfante, no por esto se rendía. Por el contrario, nos permitía hablar de sexo, reírnos de estos pequeños avatares humanos, pues los hombres no tenían que ser distribuidores automáticos de orgasmos”, apunta la psicóloga y feminista francesa Florence Thomas, coordinadora del grupo Mujer y Sociedad de la Universidad de Colombia.
De que la sangre fluía gracias al sildenafil se dio cuenta, en una versión de la historia, un médico anónimo mientras lo tomaba en el curso de las investigaciones para probar su uso como cardioprotector allá por 1992...; el sujeto llamó al laboratorio para comentar algunos “efectos adversos colaterales” nada desagradables... En otra versión habría sido una enfermera la informadora: era entrar ella en la sala, y los individuos del estudio reaccionaban la mar de contentos. Sea como fuere, en Pfizer, hoy la gran multinacional farmacéutica, dieron un giro de 180 grados al uso previsto del fármaco: lo redirigieron hacia la disfunción eréctil (DE). Bingo. ¿Quién no ha tenido alguna vez un problema, una molestia, algo de desgano en su cama?
Un total de 27 millones de varones y sus parejas en todo el mundo, asegura la multinacional Pfizer, encontraron solución al problema gracias a su producto, “ayudando... a tomar conciencia de la importancia de la DE como enfermedad y fomentando el diálogo entre hombres, sus parejas y los especialistas sobre un tema antaño considerado tabú”. Ahora, a tenor de las cifras, ya no lo es tanto: en 2006, la firma norteamericana ingresó 1657 millones de dólares (816 en el primer semestre de 2007) con la gragea. Según dicen, más del 50 por ciento de todos los varones de entre 40 y 70 años son susceptibles de padecer DE.
Pero son muchos ya los que se cuestionan tanto bombeo y tanta euforia. Sexólogos, terapeutas, sociólogos, psicólogos, grupos de mujeres y hombres, feministas o no, se plantean las cuestiones de género también en el terreno sexual y critican la intromisión de lo médico y farmacéutico en un campo tan fundamental de las relaciones humanas.
El uso de la pastilla, dicen los especialistas, al convertir el acto en algo más mecánico, deja, sin querer, a la vista el esqueleto de las relaciones y todas sus lagunas: puesto que sólo ayuda en el acoplamiento, no convierte a los amantes malos en buenos; todo lo contrario. Y evidencia el desconocimiento de ellos sobre la sexualidad de sus parejas (que la penetración no lo es todo y no representa para las mujeres el mejor orgasmo) y podría agotar a éstas y someterlas a un ritmo indeseado.
“El Viagra puede significar acercamiento para algunos, pero también ser el fin del matrimonio. Un hombre de 50 años se puede convertir en uno de 25. Pero ¿y si la esposa quiere seguir siendo mujer de 50...?”, afirma el psicoterapeuta británico Phillip Hodson, quien junto a su esposa y colega Anne Hooper escribió Cómo hacer bien el amor a una mujer (ídem, a un hombre). En un estudio del Journal Sexual Medicine, la mitad de los hombres prescriptos con Viagra no regresan por más. ¿Causa principal? La poca implicación de las mujeres en su uso, dicen.
Ellas lo cuentan en las consultas sexológicas. “No quiero que mi marido tome pastillas”, es la frase más repetida por las mujeres más jóvenes que acuden a consulta, cuenta el sexólogo Santiago Frago. “Así como las de edad más avanzada no ponen ningún reparo al uso de medicación, quizá porque son conscientes del delicado estado de salud de sus maridos, las más jóvenes lo llevan bastante mal. Piensan que no son ellas el estímulo que sólo les pone la medicina, y pasa especialmente con el Viagra porque está asociado a una imagen muy particular. Una mujer joven duda, y eso es un problema añadido.”
“Yo recomiendo a mis parejas el pene sabático durante una época: eso mejora enormemente la vida sexual; dispersar hace el juego erótico más divertido”, dice Frago, para quien las expectativas excesivamente exigentes del encuentro íntimo son muy altas hoy. “Convivir con esas dificultades es más difícil hoy que nunca.” Los mensajes del cine, la publicidad y los medios sobre la excelencia son constantes: “La obligatoriedad de que todo vaya bien siempre genera muchos costes, y la capacidad de la gente de administrar dificultades en ese terreno es muy escasa”.
Y cita como ejemplo que es natural que en los muy jóvenes existan ciertas dificultades de erección, y en ellas, cierto vaginismo y dolor. “Y son dificultades, problemas, no enfermedades. Como tampoco lo es no tener deseo. Y no se permite, no se acepta no tenerlo, y en ese terreno, las mujeres hacen lecturas equivocadas: ‘No me quiere, no le gusto...’. Hay que luchar contra esto.”
¿Más educación sexual para la ciudadanía y menos química? Pues sí. Y mucho cuidado en confundir molestias con enfermedades. Sobre todo porque la industria, globalmente, genera patologías y da rasgos de enfermedad a aquello que no lo es. Un libro entero sobre este tema escribió el alemán Jörg Blech. Lo tituló Los inventores de enfermedades. Cómo nos convierten en pacientes. En sus páginas se ocupa de cómo las farmacéuticas no se cansan de presentar la impotencia como “una dolencia muy extendida y a la vez amenazadora”, al igual que se empeñan en crear una nueva dolencia/negocio: “la disfunción sexual femenina”.
“Zoloft o Prozac para la depresión, la melatonina para la juventud y el sueño, Viagra para la impotencia, Serotax contra la timidez, Aurix contra la fobia social... La farmacia está poblada de remedios y los laboratorios se han convertido en los grandes pacificadores sociales de nuestros días gracias a la integración del enfermo democrático”, escribió el sociólogo Vicente Verdú. Consumir o consumar la vida, he ahí la cuestión.
“Antes de comprar Viagra, practiquen el sexo oral, es decir, hablen de sexo, y después dejen correr la imaginación”, sugiere la psicóloga Florence Thomas.
Y que fluya como un río.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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