SOCIEDAD › VISTAS DE VILLA GESELL A 250 METROS DE ALTURA
Desde las dunas que la separan de Cariló hasta Mar de las Pampas, Villa Gesell y el mar, en un paseo en la cabina de un Cessna.
› Por Carlos Rodríguez
desde Villa Gesell
Trepar a 250 metros de altura con el Cessna 172 modelo 1963 es como llegar al tramo final de la pista en un auto y, por milagro, levantar vuelo. El ruido del motor es constante, cada cambio de rumbo se nota porque las alas se inclinan hacia el costado, derecha, izquierda, otra vez derecha, y uno las acompaña, adentro de la cabina. En el asiento del acompañante, la sensación de volar es incomparable. Los aburridos, que vayan en los aviones grandes, comerciales, que se mueven menos que el tren de las tres y media de la tarde de Temperley a Constitución. Al mando del Cessna, con mano segura, está Tommy Suárez, 60 años, dueño de una ferretería famosa en Gesell y piloto por vocación desde hace 30. Como todo aviador intrépido en su máquina voladora, bromea con la muerte. “Ese es el cementerio, lo tenemos cerca”, dice mientras aterriza sin problemas en la pista del Aero Club de Villa Gesell. El sobrevuelo por la ciudad, desde el norte desierto hasta el sur paquete, con Mar de las Pampas como bandera, ha sido delicioso, lleno de imágenes para el recuerdo.
Toda la experiencia es artesanal. A la pequeña máquina la saca del hangar un chico que la maneja y la hace doblar como si fuera un avioncito de juguete. La comparación haría enojar a Tommy, quien asegura que los aviones “no envejecen por los años que tienen sino por el mantenimiento. Un avión que se renueva cada año, como éste, es más joven que otro más moderno al que lo tienen descuidado. Este avión debe tener más piezas nuevas que algunos aviones nuevos”. Cuando se enciende el motor, con los cuatro tripulantes a bordo, la máquina corretea unos metros sobre el césped, como si uno cruzara el jardín de su casa, hasta que se monta sobre la pista y unos metros antes del fin del asfalto levanta el vuelo.
La primera visión aérea son los bañados intransitables que se forman antes de llegar a las dunas que preceden al mar. “El agua que se junta acá es la que viene de la zona de Tandil. Como es un terreno muy bajo, nunca desagotan en el mar. Se quedan encerradas por la cadena de médanos que va desde Mar Chiquita a San Clemente, pero sobre todo de Mar Chiquita hasta Punta Médanos, porque en ese sector son más altos. Ahora los campos están bastante secos, en invierno es mucho peor”, ilustra el piloto guía. El bosque que se ve ahora sobre la izquierda, mientras se avanza hacia el mar, marca el límite entre Gesell y Cariló. Desde la cabina se puede ver con nitidez el recorrido que hizo el fuego que destruyó 30 hectáreas de bosque, desde Pueblo Límite, pasando por el autocine y uno de los primeros campings de Gesell, en la entrada a la ciudad. Tommy estuvo ayudando a los bomberos, que sobrevolaron la zona en el Cessna para dirigir desde allí las operaciones.
El vuelo se hace pasadas las tres de la tarde “una hora complicada porque el calor se siente mucho dentro de la cabina y porque los vientos hacen mover más la máquina”, comenta Tommy, que como es obvio se llama Tomás. El toque inglés obedece “por un lado a que había muchos Tomás en la familia y había que apelar a los diminutivos para diferenciarnos y, por el otro, a que mis padres son españoles del Peñón de Gibraltar, que fue colonia británica”. Desde la altura, la visión más impactante es la de la playa, con la ciudad detrás, observada mientras el avión sobrevuela el mar. Es impresionante ver la inmensa masa de agua, maravillosamente verde, que descarga su espuma blanca sobre decenas de kilómetros de arena. Desde lo alto, las carpas alineadas parecen multicolores piezas de dominó. Con una cámara de fotos se pueden obtener escenas fabulosas del muelle de la calle 129, de la Villa Faraz, de las manzanas irregulares, rodeadas de verde, de Mar de las Pampas. También se puede observar el mal trato que han sufrido los árboles en las seis o siete cuadras de extensión que tiene Las Gaviotas, entre Mar de las Pampas y Mar Azul. Allí se realizaron los primeros loteos. De tan apurados, los dueños de la inmobiliaria Di Tullio, no tomaron en cuenta la necesidad de reforestar, como sí lo hicieron sus vecinos, hoy llenos de verde. Así se va llegando de nuevo al norte, con sus casas bajas porque allí están prohibidos los edificios en torre que sí se levantan en el centro de Gesell.
En el límite norte, en la frontera con Cariló, la arena lo ocupa todo “como cuando Carlos Gesell vino a vivir a la villa”, apunta Tommy. De todos modos, en una zona bastante amplia, desde la altura, la arena tiene un color amarronado. “Allí se han tirado pasto y ramas para fijar los médanos y después poder iniciar el proceso de forestación, como lo hacía don Carlos”, documenta el piloto. Una parte del desierto de arena fue comprado por un consorcio español para hacer un balneario. “Dentro de poco, no va a quedar nada de la Gesell original”, se lamenta Tommy.
De vuelta en el Aero Club, el Cessna se parece cada vez más al tozudo y fiel Citröen 2CV, otra comparación que tampoco le va a gustar a Tommy, aunque haya sido dicha con mucho cariño. Para corroborar que el mantenimiento de la máquina es de primera, el piloto muestra la hélice flamante, que vale cuatro mil dólares, el diez por ciento del costo total, hoy, del Cessna 172/63: cuarenta mil dólares. “Las piezas nuevas se consiguen todas, pero son importadas, de Estados Unidos. Antes, cuando la Argentina era un país en serio, los repuestos los hacíamos acá, pero ahora hay que importarlos.” Como cierre, Tommy le acaricia la trompa a su caballo de acero, y lo guarda amorosamente en el hangar. Los paseos de veinte minutos –previo pago de cien pesos por tres plazas en el Cessna– y los vuelos de bautismo se realizan en el Aero Club, siempre y cuando haya pilotos. Como ninguno vive de volar, tienen otras ocupaciones. “Volar es nada más que un placer”, insiste Tommy.
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