Entre las gorrionas de ala blanca se corre la idea de que en la variación está el gusto y rechazan a los machos que repiten coqueteos.
› Por Pedro Lipcovich
“Ya no sabemos cómo hacer para gustarles a ellas. Cada vez piden una cosa distinta, hemos llegado a pensar que ni ellas mismas saben lo que quieren.” El testimonio, obtenido en un grupo de autoayuda de gorriones de ala blanca (Calamospiza melanocorys), ilustra sobre la situación que afecta a esa especie, sobre la cual la revista Science acaba de publicar una investigación. Ya se sabía que, en distintas especies, la hembra, llegado el tiempo de aparearse, elige al macho según determinados rasgos, por ejemplo la cola del pavo real. Lo que enseñan las chicas Calamospiza es que esos rasgos pueden variar de un año a otro, en una especie de moda por la cual el color de ala que el año pasado resultaba irresistible, este año las deja indiferentes. La función biológica de esta “elección flexible”, según la define el trabajo en Science, es “permitir a la hembra elegir la pareja que mejor complemente sus necesidades en un año dado”, en relación con eventuales “cambios en el entorno físico o social”. En este contexto, conviene que los machos no se jueguen todo a una carta, ya que “expresar diversas cualidades les otorga un amplio atractivo bajo condiciones impredecibles”.
El estudio se publicó en el último número de la prestigiosa revista científica y está firmado por Alexis Chaine y Bruce Lyon, de la Universidad de California en Santa Cruz. Se inscribe en las investigaciones acerca de la “selección sexual”, ya descripta por Darwin, una de cuyas manifestaciones consiste en que la hembra elija de entre los machos en función de determinados rasgos, que han de ser propicios para la supervivencia de la progenie. En los gorriones de ala blanca (Calamospiza melanocorys), “la selección sexual es potencialmente fuerte porque muchos machos fracasan en obtener una compañera: ello se debe a su vez a que la tasa de nacimiento de machos es mayor que la de hembras, sumado a la monogamia social”.
“El año pasado, todas estaban interesadísimas en el tamaño de nuestro pico; este año parece que no le importa a ninguna”, sostuvo un ejemplar macho de Calamospiza melanocorys, en diálogo con Página/12. En efecto, según el trabajo publicado en Science, “ciertos rasgos masculinos como el tamaño del pico, que en algunos años estaban bajo fuerte selección por las hembras, no fueron tomados en cuenta en otros años”.
“Yo hasta me pondría plumas en el culo si ella me lo pidiera.” Otro ejemplar graficó así el punto al que ha descendido la virilidad de los melanocorys. Según los investigadores, “rasgos como la proporción de plumas negras en la cola y el tamaño del cuerpo mostraban, en un año, asociación positiva con el éxito masculino, pero otro año la asociación era negativa”. La investigación de campo duró cinco años: “Cada año –señala el informe en Science–, el plumaje y el tamaño de los machos fueron asociados con su éxito, medido por la cantidad de polluelos engendrados”.
La investigación “reveló cambios dramáticos a lo largo de los años en las series de rasgos que predecían el éxito masculino y, más aún, no hubo dos años que mostraran similares patrones de rasgos masculinos asociados con el éxito”, según el paper. Entre los parámetros tomados por los investigadores se incluían: el tamaño del pico, el tamaño del cuerpo, el color de las plumas, la presencia de plumas negras en la cola y el tamaño de la mancha blanca en el ala que da nombre a la especie. En definitiva, “había una asociación significativa entre determinados rasgos masculinos y la posibilidad o no de obtener pareja, pero los rasgos del éxito masculino variaban a través de los años”.
“El problema son ellas. Entre nosotros está todo bien”, revelaron al cronista dos Calamospiza, mientras se picoteaban cariñosamente. Según el equipo dirigido por Alexis Chaine, “el nivel de agresión masculina no cambió en el curso de los años”, lo cual “sugiere que la intensidad de la competición entre machos no varía a través de los años”. El hecho es que “en ningún caso los rasgos masculinos asociados con la dominancia social cambiaban a través de los años”.
“¿Por qué son así nuestras hembras?” Esta pregunta, reiterada entre los machos Calamospiza, fue finalmente respondida por los investigadores: “La plasticidad en las preferencias femeninas provee un mecanismo para preservar la variabilidad genética, y previene el riesgo de que la evolución se estabilice en rasgos exagerados. La elección flexible puede explicar la evolución y persistencia de múltiples ornamentos masculinos. Permite a una hembra elegir el compañero que cubra mejor sus necesidades en un año dado y cambiarlo cuando esas necesidades cambian por modificaciones en el entorno físico o social”. Correlativamente, “la expresión de más de una cualidad en un macho le otorgaría ventaja para conseguir compañera a lo largo de los años, ofreciéndole un amplio atractivo bajo condiciones impredecibles”.
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