SOCIEDAD • SUBNOTA › OPINION
› Por Diana Maffía *
Cuando pensamos cuáles son las estructuras de subordinación social que más afectan a las mujeres, el núcleo de los mandatos arbitrarios que se pretenden naturales, encontramos los cuerpos como territorio de poder y abuso.
Cuerpos que tienen sexo, es verdad, pero también tienen color, tienen rasgos étnicos, tienen edad, y todas estas condiciones los hacen superiores o inferiores. Cuerpos que tienen precio, convertidos en objeto y luego en mercancías, apropiados, traficados, enajenados.
La autoridad de las mujeres comienza en los cuerpos, donde nos hermanamos también a otros movimientos emancipatorios. En nuestros rasgos diversos se han naturalizado muchas jerarquías, por eso una revolución anclada en el cuerpo debe ser compleja desde el comienzo.
No es cierto que primero hay que hacer la revolución política, luego la económica, luego la social y al final llegará la igualdad para nosotras: ninguna revolución precede a las demás revoluciones.
Una política para las mujeres no pretende que de dominadas pasemos a ser dominadoras, ni quiere salvar a las mujeres en una sociedad donde varones y mujeres somos oprimidos por muchas razones.
Lo que queremos es que las relaciones sociales no sean de opresión para nadie, ni la igualdad política tenga el precio de suprimir las diversidades.
Todos los derechos para todas las mujeres. ¿Es mucho pedir? Es sólo ciudadanía plena.
- Doctora en Filosofía. Diputada de la ciudad de Buenos Aires.
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