SOCIEDAD • SUBNOTA › UNA HISTORIA COMO TANTAS
› Por Mariana Carbajal
Silvana compartió el mismo techo con un famoso deportista y empresario cada vez más próspero, durante 14 años, con quien tuvo dos hijas, hoy de 13 y 19 años. “Fueron 14 años de currículum de ama de casa”, dice con resignación, a los 42 años. Desde que se separaron, hace siete años, busca infructuosamente un trabajo, “de promoción, secretaria, atención al cliente, hablo inglés e italiano, pero piden no más de 25 años, a lo sumo 30, tuve algunos ofrecimientos pero de paga mínima”, comenta al borde de la desesperación. Ya tiene consecuencias en su cuerpo del estrés que vive cotidianamente por el dinero que no le alcanza, la casa de La Horqueta, en San Isidro, donde vive con las chicas que se le está viniendo abajo, y las trabas judiciales que pone su ex para terminar la división de bienes. Lo que más bronca le da a Silvana es que fue él quien le pidió que dejara de trabajar cuando empezaron la convivencia. Ella era profesora de tenis. Y le hizo caso: desde entonces, se ocupó del cuidado de la casa y cuando llegaron las hijas, de su crianza. “No hace falta, me decía, cada vez que yo planteaba que quería volver a trabajar. Pero yo accedí porque me gusta encargarme de las chicas.” Hoy él es un deportista muy conocido y exitoso y además, propietario de una empresa de la zona norte del conurbano, sobre cuya facturación millonaria –y creciente– suelen dar cuenta las páginas de finanzas, de los diarios económicos. Y ella una desocupada. “Yo no puedo mantener ni un cartucho de impresora”, comenta Silvana a Página/12. Prefiere el anonimato para no complicar la demanda judicial, pero tiene fuerte sospecha de que las cuatro abogadas que la han representado sucesivamente han sido “compradas” por su ex, porque siempre han terminado jugándole en contra. Como cuota alimentaria por sus hijas su ex le pasa 1500 pesos por mes. Hace un par de años que reclama un aumento y no lo logra. “Con los gastos de servicios e impuestos ya tengo 1000 pesos”, describe. La causa judicial tramita en los tribunales de Familia de San Isidro. Sus hijas pasan de vivir en la casa que comparten con su madre, que tiene ya problemas de revoque, filtraciones y otros deterioros, a viajar a Miami con su padre. “No me alcanza ni para comprarles una gaseosa”, cuenta Silvana. “Ya tengo consecuencias físicas por el estrés de esta situación: sufro una incontinencia urinaria, que no es física sino psicológica, porque afuera de mi casa puedo aguantar 24 horas sin ir al baño pero cuando estoy en mi casa no aguanto ni dos metros.” Su ex vive en un barrio privado de San Isidro, y además de la empresa, tiene varios vehículos, entre ellos un BMW. “No es justo”, dice ella. Si estuviera vigente la reforma al Código Civil que impulsa la diputada Marcela Rodríguez, Silvana podría aspirar a una “compensación económica” por los años que dedicó a los quehaceres domésticos.
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