SOCIEDAD • SUBNOTA › JOSé MARíA DI BELLO RELATA SU EXPERIENCIA
› Por Mariana Carbajal
José María Di Bello contó que daba talleres de prevención del VIH en centros culturales de la ciudad de Buenos Aires cuando se enteró de que él estaba infectado. Fue en 2000. Por cinco años había dejado de hacerse un test anual como era su costumbre desde 1990. Y al salirle un herpes en una mano, tuvo la inquietud nuevamente y la prueba detectó una alta carga viral.
Su pareja desde hacía varios años, otro varón, nunca había querido hacerse un examen. A él también le dio positivo. “Nunca tuvimos sexo protegido. Al año del diagnóstico él murió. Fue el 12 de setiembre de 2001, el día siguiente al atentado a las torres gemelas. Lo único que yo quería era morirme –recordó José María, psicólogo, en diálogo con PáginaI12–. Se me vino el mundo abajo. Tuve que empezar a remar. Me sentí desesperanzado. El cable a tierra fue un grupo de pares que funcionaba en mi obra social y que llevaban varios años viviendo con el VIH, que estaban muy bien. Nos organizamos. En aquel momento había problemas de discontinuidad en la entrega de medicamentos. Hoy la situación es distinta. Pero a partir de ahí decidí que tenía que trabajar más en el tema e involucrarme de lleno en una cuestión de activismo.”
Actualmente es coordinador del Programa Nacional de VIH de la Cruz Roja Argentina y forma parte del secretariado de la Red Argentina de Personas Viviendo con VIH-sida (RedAr). Es el menor de cinco hermanos, una familia de clase media de Barrio Norte. Sus padres, al conocer su infección, dice, siempre lo apoyaron. Hace seis años está nuevamente en pareja, con un varón que no tiene el VIH.
Al inicio de su tratamiento, tomaba 18 pastillas para su cóctel y tenía que salir a la calle con una muda de ropa para cambiarse porque inevitablemente lo sorprendía una diarrea imparable. Hoy las drogas han mejorado algunos de sus efectos adversos –no todos y no a todos les afectan por igual– y sólo toma dos pastillas por día. “Se debe trabajar el tema de los medicamentos pediátricos. Se usan las mismas formulaciones que para los adultos y sus madres o cuidadores tienen que ocuparse de darles la cantidad de polvito adecuado, cortar las píldoras y los sabores son terribles”.
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