SOCIEDAD • SUBNOTA › CRóNICA DEL PRIMER DíA DE EMERGENCIA SANITARIA EN LA CIUDAD
En Florida y Lavalle, pocos usan barbijos. Pero todos tienen algo para decir sobre la epidemia. En las farmacias ya no hay alcohol en gel. Los temores de los comerciantes. Los turistas que tienen miedo de llevarse el virus a su país.
› Por Emilio Ruchansky
La gripe está en el aire, es imperceptible. Sin embargo, la sola idea de su presencia la hace visible en los gestos de algunos porteños angustiados. Ayer fue, oficialmente, el primer día de la emergencia sanitaria declarada por el jefe de Gobierno, Mauricio Macri, y Página/12 visitó la esquina peatonal más famosa de la ciudad, Lavalle y Florida. Allí confluyen multitudes y las posibilidades de contagio crecen aunque el barbijo es la excepción, como dice una promotora de perfumes, “lo usa uno de cien”. ¿Cambió algo entonces?, pregunta el cronista. “Sí, nadie se para a ver vidrieras”, asegura.
El único negocio en el que la gente se detiene es la sucursal de una cadena de farmacias que está a 20 metros del cruce. “No tenemos barbijos ni alcohol en gel, ni alcohol puro, se acabó todo esta mañana”, advierte una empleada antes de escuchar cualquier consulta. Todavía queda vitamina C y antigripales comunes en jarabe, en polvo y pastillas. Sobra jabón. En la larga cola de la caja, Amparo y su padre se turnan para revisar las góndolas y no perder el puesto. Hay una sola persona con barbijo adentro, es una clienta que no lo lleva colgado sobre el cuello.
“Conseguimos este desinfectante en spray, es para heridas y cortes, pero sirve igual. Fuimos al supermercado a buscar alcohol y no había”, comenta el padre. Su hija vuelve a la cola con una paquete grande de pañuelos de papel, él la mira resignado. “¿Algo más?”, le pregunta. “Nada más, dale pá, no hinches, me quiero ir a casa.” Afuera, la promotora de perfumes no consigue parar la marea humana. Solo por diversión intercepta a los transeúntes que usan barbijo. “Me esquivan como pueden, me dan pena. La verdad que yo no persiguiría tanto, me lavo las manos y no me las meto en la boca, siempre fui así y me parece que con esa alcanza, ¿o no?”
Después de quince minutos de espera en el cruce de las peatonales, dos personas jóvenes aparecen en una heladería con barbijo y guantes de látex. Son dos hermanos oriundos del estado de Mato Grosso do Sul, en Brasil. “No me preocupo por mí, soy fuerte y me curo, pero ya volvemos y vamos a estar con nuestra familia, tengo miedo de pasarles la gripe. Allá no hay tantos contagios como acá pero si se le agarra a alguien flaco, mal nutrido, puede ser mortal”, dice, solemne, Junior Hamilton Silva. Su hermana Emily cuenta que ya sacaron el pasaje y en la aerolínea no les dieron recomendaciones.
En los comercios, sean cadenas de comida rápida, casas de indumentaria, librerías o bazares, ningún empleado usa barbijos. El quiosquero es el único que se tapa nariz y boca con la bufanda. “Es por el frío, no por la gripe”, aclara enseguida. “Lo único que hago para prevenir es lavarme las manos con alcohol en gel porque estoy todo el día en contacto con la gente, que toca todo: las revistas, los diarios y la plata”, agrega el quiosquero. Un guitarrista histórico de la peatonal, que siempre toca temas de los Beatles, termina el largo solo de Sultan of Swing de Dire Straits y reta a un muchacho que acaba de estornudar. “Si estornudás de nuevo me dejás sin laburo.” La poca gente que lo escucha se ríe. Y se va enseguida.
Desde el City Corner, el único cafetín de la esquina, se aprecian otras personas estáticos en la peatonal. Las parejas que se encuentran se abrazan y no ahorran un solo beso. En un momento, el pibe que hace jueguitos entra para cambiar monedas por billetes y el cajero le rechaza la mano. “No te saludo porque te vi estornudando, encima andás todo el día tocando esa pelota...”, le dice. El pibe se ríe, cambia las monedas y pasa al baño. “¿Te lavaste? Buenos, ahora sí te doy la mano”, le grita el cajero cuando lo ve bajar las escaleras. “¡Andate a la mierda!”, le contesta el pibe.
“¿Quiere cambiar, señor?”, pregunta un “arbolito” al pasar. El cronista le explica el motivo de su presencia y el hombre habla con enfado: “Estoy parado acá desde la 9 de la mañana. Acá se ve la verdad y la verdad es que todos saben que esto de la gripe es una mentira y por eso nadie se cuida. ¿Vos qué hacés cuando llegás a tu casa?, ¿ves las noticias? Yo prefiero poner una película, no me enfermo viendo el noticiero”. Al rato confiesa que está caliente porque tiene siete chicos, todos en edad escolar: “El mayor me critica porque no dejé de mandarlos al colegio y ahora que suspendieron las clases me vive gozando”.
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