SOCIEDAD • SUBNOTA › ANA DE MIGUEL, FEMINISTA
› Por Mariana Carbajal
Ana de Miguel es profesora titular de Filosofía Moral y Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y directora del ya clásico curso Historia de la Teoría Feminista, impartido desde 1992 por el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid.
–¿Qué impacto podría tener que todos los diarios dejaran de publicar ese tipo de avisos?
–El impacto sería bueno para todos. Hoy en día la violencia contra las mujeres no desaparece, es física y es simbólica, pero ya no se inscribe en las leyes, sino en el propio cuerpo de las mujeres. Un cuerpo que es objeto de consumo, de alquiler, de venta. Esto deforma todas las relaciones entre hombres y mujeres, tarde o temprano todos pagamos un precio por deformar así las relaciones entre los sexos.
–¿Podría el Poder Ejecutivo prohibir que se publiquen?
–Claro que podría. El ejecutivo prohíbe los anuncios de tabaco y de alcohol y no va a poder prohibir que se ofrezcan “chinas, nuevas, 18 años”. ¿Qué somos si prohibimos la publicidad del tabaco y llenamos tres páginas ofreciendo cuerpos de chicas... de los países más pobres del mundo, de los países donde nacer niña se considera una desgracia... donde están en los hospicios o las venden para la prostitución?
–¿Qué dice el gobierno español al respecto?
–Dice que va a centrarse en lo más grave del problema, que es el tráfico de mujeres, pero las mujeres que prostituyen en los periódicos están traficadas, ¿o alguien quiere sostener en serio que las casi niñas asiáticas que ofrecen los diarios de Madrid han decidido tomar el avión desde Camboya o Vietnam y venir a un burdel madrileño?
–Con la polémica por los anuncios se reflotó el debate en torno de la reglamentación de la prostitución como en Holanda. ¿Qué opina?
–El modelo holandés ha fracasado con el tema del tráfico de mujeres, que ellos reconocen que es cada vez mayor.
–Algunas organizaciones de meretrices pelean para que se considere trabajo. ¿Acuerda con ese abordaje?
–Si nos importa algo dejar un mundo mejor a nuestras hijas e hijos, a las generaciones futuras, no podemos mandarles el mensaje de que es un trabajo más. No podemos legarles una sociedad en que los profesores al hablarles de las salidas profesionales les digan a las chicas “Y vosotras también, ya sabéis que siempre podéis ser putas. Las jóvenes como vosotras siempre tenéis muchas oportunidades en esta profesión”.
–Los clientes de prostitución suelen no entrar en la escena cuando se analiza el problema de la explotación sexual, aunque son sus principales promotores. ¿Habría que perseguirlos penalmente?
–Yo, cuando veo a las adolescentes de los países del Este y africanas por las calles de mi ciudad siento el impulso moral de castigar pública y penalmente a los puteros. Pero creo que la prioridad es luchar contra la idealización que se hace del mundo de la prostitución desde muchos medios y desgraciadamente casi siempre desde el cine, las series... y casi siempre los hombres, que son juez y parte en este asunto. La prostitución no es la vida alegre, la mayoría de las prostitutas siente asco por los que les pagan, por más que tengan que fingir lo contrario. Creo que hay que hacer como con la violencia, denunciarla continuamente, interpelar a los varones, decirles en voz alta ¿qué demonios estáis haciendo a las mujeres? Y que sepan que llegará el día en que la sociedad, las propias mujeres prostituidas y sus propios hijos, si llega el caso, les preguntará por su responsabilidad en esta vergüenza para la humanidad.
–¿Es posible combatir la explotación sexual? ¿Cómo juega la naturalización de la prostitución que impera en el imaginario social?
–Claro que es posible. Hace un siglo las mujeres no podíamos ni votar. Se consideraba que éramos inferiores y estábamos para servir a los varones, superiores. Y ahora ninguna joven puede ni imaginar que un día el mundo era así. Esto sigue operando hoy en la prostitución: las mujeres tienen el deber de satisfacer físicamente a los varones. Pongamos un precio, vale, pero todo varón tiene derecho a follar o a que le chupen su pene, etc. El otro día en la tele salía una mujer africana y le preguntaban: “¿Por qué te prostituyes?”. No sabía español. Contestó: “Yo mamadas, cinco euros”. No sabía decir más. ¿No vamos a combatir a quienes hacen posible esto y lo llaman “la vida alegre”? Pues claro que sí, se puede combatir, y no te quepa duda, cada voz que se levante contra esta sórdida injusticia es ya parte de la solución.
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