El terremoto en Chile desató la alarma en toda la orla del océano Pacífico por un posible tsunami. El fantasma, por supuesto, era que se repitiera la catástrofe del terremoto submarino en Indonesia, que mató más de 200.000 personas con olas inmensas. Esta vez no ocurrió y el único lugar en sufrir por el movimiento sísmico del mar fue la isla Robinson Crusoe, a 670 kilómetros de la costa chilena, donde murieron cinco personas y siguen desaparecidas otras once.

La isla tiene una población de apenas 600 personas y una serie de olas sucesivas y cada vez más altas alcanzaron ayer por la tarde el centro de la villa capital del lugar. La escuela, la sede del gobierno y algunas viviendas y hosterías costeras fueron destrozadas. La mayoría de los habitantes tuvo tiempo de subir a terrenos más altos de la montañosa isla.

La Robinson Crusoe pertenece a Chile y hasta 1970 se llamaba Más a Tierra. Es el lugar donde en el siglo 18 naufragó el marino escocés Alexander Selkirk, cuyo relato dio origen a la novela de Daniel Defoe, publicada en 1729, por la que se renombró el lugar.

La presidente chilena Michelle Bachelet ordenó que zarparan de inmediato dos buques con ayuda humanitaria y suministros para la isla, y envió un avión y dos helicópteros. Al mismo tiempo, la Armada evacuaba algunas zonas costeras de la Isla de Pascua, también chilena, distante 3500 kilómetros de la costa continental.

La Robinson Crusoe fue la única en sufrir las consecuencias del tsunami. En Nueva Zelanda informaron que llegó una ola de apenas 1,20 metro de altura, registrada por una estación meteorológica en la isla Raoul, situada entre la principal neocelandesa y Tonga. Pese a que se mantuvo la alerta y se repitió que las olas podían llegar a los tres metros de altura, en territorio neocelandés sólo se registró una de apenas 50 centímetros en el archipiélago de Chatham, a 700 kilómetros de Wellington, la capital. En Hawai, Polinesia y Micronesia se mantenían las alertas por precaución, pero los países centroamericanos las desactivaron.