El efecto túnel es una propiedad cuántica, por la cual las partículas pueden atravesar barreras para las que la energía no les alcanza. El efecto de este túnel es una recorrida por la ciencia actual, estructurado en doce “estaciones” o lugares que despliegan diferentes órdenes de magnitud, desde las partículas subatómicas a las galaxias, pasando por las células, el mundo cotidiano, la inevitable ecología y más. Es una muestra compuesta de módulos de exhibición que son en su casi absoluta totalidad paneles televisivos, que el visitante puede manipular mediante un mouse colocado al efecto: es, lo que se dice, una muestra interactiva, que incluye una bicicleta susceptible de ser montada, y que frente a una pantalla pone en escena los fenómenos relativistas que se producen al aproximarse a la velocidad de la luz.

Es interesante: todas las ilustraciones que se ven en las pantallas son verdaderas y no surgidas del las artes del photoshop (salvo los colores, naturalmente, dado que en las dimensiones más pequeñas la noción de color no tiene sentido), y que el visitante puede acercar, agrandar, alejar, hacer zooms, en fin, hasta, en una buena cantidad de casos, llegar a ver los mismísimos átomos (esos que Aristóteles sostuvo que no existían y en los cuales Mendeleiev, nada menos, nunca creyó).

Más células, neuronas y en fin, la Summae Scientiae de hoy, con amables guías (alumnos de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA que van explicando la historia –porque es una historia– al también amable visitante).

En conjunto puede resultar un poco estática, no debe sorprenderse quien espere algo más, pero es un defecto de las “muestras interactivas” que la museología de ciencias no ha podido resolver. Como suele suceder, lo más importante es el relato, la insustituible palabra que es la que hilvana esa recién mencionada historia del cosmos, mejor dicho, y aunque quede un tanto cursi, la “fascinante historia del cosmos”. Que lo es, en serio. Vale la pena visitarla.