“Cierta publicidad recomienda que para evitar el sida hay que usar preservativos. Pero éstos pueden ser útiles en el 83 por ciento (muchas encuestas le dan menos efectividad) de los casos de las relaciones sexuales con infectados o enfermos (...) Para el sida conductual lo importante es lograr cambios de las conductas desordenadas. (...) Sólo esperar hasta el matrimonio y ser fiel en él (dos grandes méritos de la castidad y dos formas de vivir en plenitud la sexualidad), garantiza que nadie se contagiará. Se podría decir que también para esto es útil la castidad”, advierte el capítulo dedicado a “El sida: gran reto de un siglo que termina y otro que empieza”. La unidad, que se impartía a continuación de la dedicada a la homosexualidad, tenía objetivos de lo más variados: que el alumno “reconozca la castidad como la única decisión verdaderamente saludable para la prevención”, “opte por la castidad antes que por el placer irracional” y “ponga medios concretos para vivir la castidad”.

El sida, se afirma en las páginas una y otra vez, es una enfermedad que “aprovecha (...) nuestra conducta contranatura para propagarse”, lo que refiere tanto a “relaciones sexuales entre homosexuales” como a “heterosexuales de vida promiscua”. Nada se dice de otras infecciones de transmisión sexual, como tampoco de la posibilidad de embarazos no deseados, y muchísimo menos acerca de anticonceptivos. La “decisión por la castidad es la única forma de enfrentar este reto, ya que es la única manera de volver a vivir la sexualidad como ella es.”

Se ha “puesto demasiado énfasis en el uso del preservativo”, afirma sin más el cuadernillo, que reproduce la mentira sobre la ignorancia acerca de “estudios definitivos en cuanto a la capacidad del virus para atravesar la porosidad del látex”. La situación es brava, insiste, pero hay una solución: “sólo esperar hasta el matrimonio y ser fiel en él (...) garantiza que nadie se contagiará”.