SOCIEDAD • SUBNOTA › LOS AMIGOS DE LUCAS, LAS DENUNCIAS POR PERSECUCION
› Por Horacio Cecchi
Están sentados a la sombra de un pino que protege del sol abrasador de la tarde-siesta pueblerina, sobre el césped amable y prolijo del cementerio Portal de Paz de Baradero. Forman una medialuna alrededor del cronista. Entre el grupito (son siete), que no pasa de los 17/18 años, esconde su carita Maka. Se expone a una fama no buscada y que la arrasa. En fin, arrasa a los siete, y cada uno la sufre a su manera. A 20 metros, un ramo de flores queda sobre la tierra removida. Debajo, está lo que fue su hermano, Lucas o Lucaz, como prefieren nombrarlo en un gesto de pura rebeldía adolescente todos ellos: Maka, detrás de Milagros, quien murmura bajo; Mica (novia de Lucas) a su lado, que cada tanto susurra respuestas al oído de Maka; a la izquierda Sabri; y los chicos, Nico, Koky (el compinche de Lucas) y Tito.
Entre todos, y a la sombra de Lucas, se hace un horror la tarea del cronista. ¿Qué preguntar, si cada pregunta es una invasión? ¿Cómo evitar que se le quiebre la voz a Maka cuando recuerda a su hermano, muerto, qué digo muerto, fusilado por la espalda por un mono con navaja? ¿Qué importancia tiene preguntar a esa hora, apenas a cuatro días del sábado más trágico de sus vidas? ¿Cómo decirles que son adolescentes y no noticias, si nuestra sola presencia, cronista y fotógrafo, delata cualquier incómodo pedido de disculpa? Horror: ellos, adolescentes humildes de familias sin renombre, son distinguidos sólo por la muerte. Mejor mirar los campos de soja que rodean todo. Mejor mirar al cielo y dejar que ellos hagan. Después de todo, saben mejor que cualquiera lo que les está pasando.
A pocos kilómetros de la amabilidad del césped del cementerio vive Maka. En el humilde barrio, del Aeroclub, frente a las casitas nuevas del barrio Plan Federal. Maka, de 16, es la tercera. Está Martín, el mayor, de 20 años y ahora padre de Naiara, nacida el miércoles pasado. No conocerá a su tío, pero conoció la marcha en su nombre, a bordo de la panza de su jovencita madre, Yessica, de 17. Maka seguía a Lucas. Después sigue Claudio, de 14, y Damián, de 10. Miguel y Olga, los padres, levantaron la casita humilde con la ayuda del barrio. “Sólo quiero justicia, no venganza”, dice Miguel a este diario, calcado de lo que ya dijo Hugo Portugal, padre de Miguel, uno de los dos chicos atropellados por el policía de tránsito.
Miguel está en su casa acompañado por Olga, el gato, el perro, un caballo que pasta afuera, algunos de sus hijos, amigos, y el secretario de gobierno, Leo Piris, que en los últimos días no se le despega. “Me acompañan desde el primer momento”, asegura Miguel. Obvio, se refiere al sábado 12 de febrero. Es dudoso que antes, Carossi o Piris hubieran posado siquiera su mirada en la zona.
Sí, su comisario y sus hombres: dos días antes de ser baleado Lucas, otro chico fue baleado en la misma plaza Colón pero a pleno día. No le dieron. “No hice nada, andaba en la moto que está desarmada, pero es mía, me la regaló mi padre para mi cumpleaños –asegura el joven, que no quiere dar su nombre por razones obvias. Rambo no estará pero su socio sigue a la cabeza de la Comunal–. Se me pegó el patrullero, y me escapé. Siempre te quieren sacar la moto. Me metí a contramano y el patrullero me persiguió a contramano. Tiró, no sé si a mí o dónde. Y frené la moto. Me esposaron, me sacaron la moto. Me llevaron a la comisaría, estuve unas horas. Vieron que no tenía antecedentes. Pero la moto se la quedaron.”
¿Para qué les sacan las motos? La lógica es transparente, explica Chito Lacerna, referente del sabbatellismo en Baradero, abogado, defensor de pobres y de víctimas de la policía: con el disfraz del control de infracciones de tránsito y el aporte mediático contra los adolescentes no rubios, la persecución policial de la Bonaerense Comunal busca sacar las motos. “La moto la pueden retirar. Pero tienen que pagar el seguro, el casco, la multa, el acarreo. Es una infracción confiscatoria, porque tienen que pagar más de dos mil pesos por una moto que vale menos de mil. Quién la va a retirar.” Chito explica que el depósito estaba en el cuartel de bomberos, detrás de la comisaría. El oficial de turno tenía la llave. “Era un kiosco de partes de motos. Lo sacaron de allí. Para guardar las formas.”
Para Lucas, la infracción confiscatoria está preescrita en su color de piel. Por eso les tiran, para proteger la moto.
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