SOCIEDAD • SUBNOTA
› Por Mariana Carbajal
“El piropo de por sí no es solicitado, es espontáneo, a veces es creativo, pero otras es agresivo”, describe la doctora en Filosofía y feminista Diana Maffía. Para Maffía, diputada porteña de la Coalición Cívica, el movimiento contra el acoso verbal callejero es muy interesante. “Hay una diferencia de género porque, en general, es el hombre el que piropea a la mujer y no tanto al revés. En los piropos se hacen observaciones sobre rasgos físicos o propuestas sexuales. Ellas son transformadas en objeto, disponibles a una oferta sexual explícita. Por supuesto hay que diferenciarlo de un comentario agradable. Pero los que no lo son están cargados, muchas veces, de una visión muy agresiva. Hay códigos sociales. Cuando el piropo es molesto, falla el código social. Incluso, cuando el piropo se dice en un lugar de trabajo, por ejemplo cuando una mujer llega a una reunión, la saca del lugar de interlocución y la transforma solamente en un objeto estético de otro”, analizó Maffía en diálogo con este diario. La historiadora Dora Barrancos, directora del Conicet en el área de Ciencias Sociales y Humanidades, recordó que el piropo en la calle es una expresión muy arcaica, que oscilaba entre la galantería y la ofensa y el acoso. “Hoy hay más provocación, comentarios más cercanos a la típica actitud grosera, que se aleja del piropo y es una manera un poco ultrajante, bien marchante del macho, una forma de violencia simbólica”, señaló Barrancos.
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