SOCIEDAD • SUBNOTA › LA ESCUELA DE CAMPANA PUERTAS ADENTRO
› Por Soledad Vallejos
El regente Mario Berra, habituado a que el alboroto se limite a los recreos, dobla un pasillo y queda atónito ante la curiosidad inmensa, pero tímida, de chicas y chicos. Paenza, es decir la celebridad del día, recién pasó por allí, y dejó una estela de murmullos a su paso. Berra tiene los ojos brillantes. “No puedo estar tan emocionado”, se reta para disculparse y aclara que no es por cholulo. Tampoco por la tele en general. Lo conmovedor, dice, es que un programa como el de Paenza haya elegido este espacio, la Escuela Técnica Nº 1 Luciano Reyes, la única en su tipo en todo Campana, y por la que cada año, en tres turnos, pasan más de mil adolescentes. “La educación técnica no tiene prestigio social, somos ‘los negros’ de Campana, nuestros logros muchas veces no se ven. Pero Paenza está acá, con nosotros”, dice Alvarez, y sonríe. En el patio techado, al que dan las aulas, la producción –que hizo todo el camino desde Buenos Aires grabando pequeños segmentos y entregándose a juegos matemáticos– termina de armar el escenario. El conductor del programa, concentrado en la rutina de lo que grabará, pasa ante una fila de alumnos embelesados por tener cerca a quien conocen sólo de la pantalla: dicen que la magia de la televisión cambia las fisonomías pero no tanto.
“La zona es un polo industrial. Por eso Campana creció mucho en la periferia”, explica el regente Berra. Llegó a tener, esta escuela, una matrícula de 1600 alumnos, pero para evitar tomar por tendencia una cuestión pasajera las ampliaciones fueron moderadas. Ahora, dice, con 1100 adolescentes en tres turnos, la situación es manejable y satisfactoria. “¿Qué podemos contar?”, reflexiona retóricamente el director Alvarez, y se vuelve la persona más locuaz del mundo. “Tenemos logros en electrónica”, como haber ganado premios regionales a proyectos ideados por alumnos a raíz de problemas o necesidades locales, y desarrollados junto con docentes de la escuela. También en química: parte de la población de Campana reside en el Delta, donde el agua no es potable y el litro y medio se vende, en las lanchas almacén que van por el río, a 7 pesos. “Pero ellos diseñaron un sistema de potabilización: no alcanza a salir 3 centavos la potabilización de un litro de agua”, señala el jefe de Taller, Eduardo Grossi, al recordar las plantas potabilizadoras domésticas ideadas en la escuela por chicas y chicos de los últimos años. Algunas de esas ideas son las que subyacen a los dispositivos, que en una, dos horas, bajo reflectores, ante un micrófono y una cámara, algunos de los alumnos explicarán a Paenza y el equipo que sigue, agazapado para que la grabación fluya, sus pasos.
“Ese tipo de proyecto incentiva a los chicos no sólo en lo laboral, sino también en la posibilidad de emprender. Porque acá también aprenden cosas complementarias: saber vender, prepararse para salir a explicar una idea, canalizar una salida laboral propia en ese sentido. No sólo dependiendo de una empresa”, dice Berra, que para demostrar cuánta razón hay en su orgullo sale, de un segundo al otro, al pasillo, decidido a volver con casos en vivo. Antes de cruzar la puerta alcanza a insistir en que lo importante es “el aspecto humano”. Vuelve con Florencia y Victoria, tan entusiastas como poco tímidas. Las refiere como dos de las mejores alumnas; las demás autoridades conceden; ellas sonríen sin sonrojarse, pero sin arrogancia. Ser alumna aquí es “una experiencia fantástica”, define Florencia: “Aprendés cosas útiles en los talleres, Yo hice un velador, sé soldar, trabajamos en relación con la sociedad, como con la planta potabilizadora para la isla” cercana a la escuela.
De una escuela técnica rodeada por plantas industriales, explica el director, “la mayoría sale con trabajo”. Antes de eso, muchas veces también aprovechan salidas de estudios para mostrarles mundo. “La otra vez, después de la presentación en las regionales que se hizo en La Plata, los profesores llevaron a los chicos a Puerto Madero. Uno normalmente no pregunta si conoce o no conoce: los lleva y ya está. Pero un chico, uno de los más grandes, nunca había ido; no conocía Buenos Aires. Estamos a 75 kilómetros. Es fuertísimo eso para nosotros. Hay cosas que sólo la educación pública puede generar.” No se verá en el programa, lo sabe, pero antes, durante, al fin de la grabación, cuando las luces estén por irse y vuelva la normalidad, él y los chicos –murmura– no serán los mismos.
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