SOCIEDAD • SUBNOTA › KATE, LA BODA Y LA SOCIEDAD DE CLASES
› Por Marcelo Justo
Los británicos han hecho del sistema de clases un arte repleto de rasgos identificatorios que inmediatamente colocan a un individuo en un lugar u otro de la escala social. Nada visualiza mejor este fenómeno que el célebre lingüista de la obra Pigmalión, de George Bernard Shaw, quien se jactaba de poder identificar no sólo la clase social sino el barrio y hasta la casa donde había nacido una persona con solo escucharla hablar. En este contexto, los medios británicos han presentado el casamiento de Guillermo con Kate Middleton, una chica de clase media, hija de una azafata y descendiente de un minero por rama materna, como una victoria de un nuevo modelo social en el que reinaría una suerte de “meritocracia” y las barreras sociales estarían más determinadas por la propia ambición que por el snobismo o el privilegio.
En realidad, Middleton pertenece a ese siete por ciento de la clase media alta británica que ha tenido una educación privada toda su vida, hecho que le permitió ingresar a la Universidad de Saint Andrews, la tercera más elitista del país después de Oxford y Cambridge, en cuyos antros medievales conoció al príncipe. Difícil también ver la imagen de una sociedad meritocrática en alguien que se ha convertido en princesa Catalina, duquesa de Cambridge, casada con un príncipe heredero al que su abuela, la reina Isabel II, le otorgó el día anterior a la boda el título de duque de Cambridge, además del de conde de Strahearn y barón de Carrickfergus. Hasta en lo alambicado de los títulos se notan la vetustez y el anacronismo. El título oficial de Kate Middleton es princesa Guillerma de Gales, aunque se la conocerá como Su Alteza Real, la duquesa de Cambridge.
Un análisis de la cobertura mediática que recibió la nueva duquesa de Cambridge durante su romance con el príncipe Guillermo muestra además una persistencia irreductible del clasismo en la sociedad británica. “Esta cobertura ha revelado nuestra obsesión con vigilar y delimitar las fronteras sociales. Esto ha sido evidente en el análisis minucioso y lleno de oculto desdén por el origen de la familia de Kate, en el que siempre se sentía una mezcla de asombro e indignación”, señaló recientemente en el vespertino Evening Standard la comentarista Jeni Russell. Según Russell, este “clasismo” fue patente en la constante diferencia que se hacía entre la rama paterna y la materna, entre el padre piloto y la madre azafata, entre la abuela de Kate que se casó con un hombre que abandonó sus estudios a los 14 años y su padre, que proviene de una “sólida” línea de abogados y aristocracia de provincia.
Este “medio pelo” británico explotó durante la breve ruptura de la pareja en 2007. Las mujeres de la familia Middleton fueron descriptas como “vulgares, pretenciosas, trepadoras”. Un artículo del Daily Telegraph se hizo eco del desagrado de la reina Isabel II cuando Carole Middleton habló en su presencia del “toilet” y no del “lavatory” para referirse al baño y se presentó con un plebeyo “pleased to meet you” en vez del “how do you do?” que, según los especialistas, debería usarse con la reina. El supuesto malestar monárquico tenía un solo problema: Carole Middleton no conocía a la reina. No importaba. En los medios siguió circulando la historia de que la reina tenía cierta debilidad por el padre –un piloto –, pero no soportaba a la madre “ex azafata”.
Las cosas cambiaron desde el anuncio de la boda. Y, sin embargo, en las semanas previas al evento siguieron apareciendo restos de este desdén. “Cuando se relaja, se le nota el acento”, deslizaba recientemente sobre la misma Kate un blog. Presuntamente algo cambiará ahora que es la duquesa de Cambridge, pero no sorprende que, con todo este nudo de prejuicios, un estudio del economista británico Grege Clark haya demostrado que se necesitan unos 350 años para que una familia rica baje a un ingreso promedio o para que una pobre llegue a ese nivel: a las desigualdades económicas se le añaden barreras sociales y lingüísticas que abren o cierran puertas con solo abrir la boca. Igualmente curioso es que la boda con una “commoner”, lejos de ser un hecho “histórico”, como lo ha retratado una y otra vez la prensa británica, “clara señal de que la actual monarquía está modernizándose”, tiene varios precedentes, desde la boda de Elizabeth Woodville con Eduardo IV en 1464 hasta el caso de Eduardo VIII, quien abdicó al trono para contraer matrimonio con la americana Wallis Simpson en 1936.
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