Lun 17.03.2003

SOCIEDAD • SUBNOTA  › OPINION

Carta abierta a despecho de la muerte

Por Oscar Caram

Miguel:
A partir de ahora, los comienzos de marzo serán también el fin de tu estancia entre nosotros. No te fuiste cansado de la vida -.ya lo sé– ni mucho menos cansado de la lucha. Si hasta daba vergüenza sentirse abatido frente al espejo vigoroso de tus casi ochenta eneros, tu agenda completa, tus reuniones en continuado. Nos habías acostumbrado a tu vitalidad. Algo así como aspirante a eterno: Siempre presente, siempre generoso, siempre solidario.
Eras aquel mítico iniciador del también mítico Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, referente ineludible en la historia de las luchas populares, de la resistencia a la opresión, de la insolencia frente a las dictaduras. Pero también eras el de hoy, el militante consecuente, el que no se perdía una, el que jamás dejaba un espacio sin ocupar, el orador brillante de mil encuentros, de mil debates, el abanderado de la coherencia en todos los aspectos de la vida.
Conociste miserias y combatiste a miserables. Tu conciencia de cristiano inclaudicable te dio de cara con las jerarquías cómplices, esas que siguen sin reconocer que tu querido pelado Angelelli fue asesinado. El, vos, los como vos -.explicabas– son los continuadores de la vertiente “profética” de la iglesia. La de Cristo en patas y en harapos, la del pueblo sublevado, la hermanada con el hambre, la de los negados. La enemiga de poderes opresores, la encarnada en las luchas redentoras.
Por eso hiciste del sacerdocio una lucha, y de la lucha un sacerdocio. Preferiste el overol a la sotana, el cucharín a las estolas, la maza y el cortafierro al cáliz y el confesionario. Tu Goya sesentista te recuerda entre pastones y ladrillos, entre denuncias contra los atropellos, las torturas y el hambre cotidiano. Fuiste igual entre tus iguales, diferente en la claridad de la mirada. Asumiste el socialismo con los libros y en el fango.
Perseguido por la más negra de las dictaduras, refugiado en alguna obra en construcción, zafaste por un pelo y fue el exilio. Francia y México como escalas, y al fin la Nicaragua sandinista. No como espectador, no como testigo. Sí como partícipe, como laburante, como improvisado combatiente ante los “contras”. Amaste a esos “nicas” que te hacían enojar con su indulgencia del vivir ahora. Sufriste con ellos el tobogán de la derrota, las traiciones dirigentes. Te indignaste por la complicidad de un Papa que retó en público a los curas comprometidos con la Revolución. Me lo contabas con bronca, como junando. Con bronca ahora yo, Miguel, puteo que te fuiste antes que él. (Será nomás que el que te dije sigue mirando para otro lado...)
No volviste al país a mirarlo por la tele. Lo seguiste sufriendo como antes, lo seguiste peleando desde adentro, optimista con tu pueblo. Aguerrido opositor del pesimismo, decías que lo tuyo era sembrar. Y soñabas con jornadas históricas, con muchedumbres en las calles. Brotaba tu piamontesa tanada ante las mezquindades de las divisiones, los pelos en el huevo de tanta miopía. Cuando las diferencias hacían que se desdoblaran las marchas o los actos de repudio, de pura rabia, ibas a las dos. Y pateabas la Avenida de Mayo por duplicado, con los unos y con los otros.
Para lograr la ansiada unidad del campo popular .-decías hace poco– hay que pasar de tolerar a asumir: No creerse que uno es el absoluto. “Lo mío puede ser muy verdad .-me dijiste un día– pero no alcanza. El otro tiene derecho de existir, y nadie puede abarcar todo.”
Humilde hasta la exasperación, despreciaste a las “vacas sagradas”, y te negaste a ser figura. Lo que llaman bajo perfil, para vos fue un dogma de fe. Por más que te conociera medio mundo, por más que tuvieras amigos en los rincones más ignotos del planeta. Tu libro Qué Mañana... ni siquiera tiene tu semblanza personal, ni qué decir del prólogo de alguna figurita reconocida. Un año atrás, te sugerí que hicieras algo así como tusMemorias. Casi me fulminaste con la mirada, y sólo atiné a justificarme con el argumento de que había cosas que no debían perderse. Insistí hace poco, con la variante táctica de una charla grabada. Aceptaste a sabiendas de la trampa, tal vez porque me apreciabas, tal vez porque veías el tope en tu camino...
Hoy te vuelvo a dar las gracias por padecer de fortaleza y honestidad incurables, y andar contaminando a todo el mundo. De esos males nadie se muere, sí de otros como el que te arrebató en tan poco tiempo. Pero que la muerte soberbia no se crea que ganó nada. A lo sumo descontó sobre la hora, después que le llenaste la canasta.
Por eso, Miguel, te lo digo acá, que no nos oye nadie: no estoy triste. Acaso sí conmovido, emocionado. Haberte conocido, compartido, charlado, estrechado tu enorme mano constructora, es un privilegio que vos sabrás mejor que yo a quién agradecer. Quienes fuimos atravesados por tu vida, por tu ejemplo combatiente, no podemos seguir siendo los mismos. Es la siembra de que hablabas...
A vos te cabe lo que nuestro admirado Galeano escribió sobre otro argentino enorme: “No guardó nunca nada para sí, ni pidió nunca nada. Vivir es darse, creía; y se dio”.

Nota madre

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