SOCIEDAD
• SUBNOTA › APROVECHADORES VARIOS Y POLICIA QUE MIRA AL COSTADO
“Este trabajo es riesgoso”
Todos coinciden en que el principal problema de la feria es la inseguridad y las estafas. A lo largo de las tres cuadras que comunican Urkupiña con Punta Mogotes hay improvisados croupiers que en una mesa en el medio de la calle invitan al público a jugar al “juego de la bola”, en donde cada participante debe apostar un mínimo de 20 pesos y adivinar debajo de cuál de los tres vasos que se mezclan hay una pelotita. Pero lo que no sabe el apostador es que detrás de él están los cómplices del juego, que se esfuerzan en mostrar billetes de 100 pesos y en ganar el doble en pocos segundos, para tentar al público.
“Hoy a mi viejo lo intentaron afanar –cuenta Ramiro–. Acá se paga a personal de vigilancia y la policía cobra 2 pesos por puesto, pero no actúan, te da bronca porque la misma gente que roba cuenta adelante tuyo la plata robada; no hace falta ser muy inteligente para saber que están todos arreglados”, explica. La vendedora de sandwiches de lechón agrega: “Sufrimos mucho atropello por los de seguridad. Los puesteros de esta cuadra contratamos a un señor que nos debería proteger, pero cada vez hay más robos”.
Uno de los playeros que antes cuidaba los automóviles come una hamburguesa a metros de un puesto de comida boliviana: “Los milicos nos sacaron el lugar, ellos controlan todo, hicieron que unos pibes saquearan una camioneta y así nos acusaron a nosotros, que estábamos hace diez años trabajando a voluntad. Después empezaron a cobrar dos pesos; al principio estaban los mismos policías uniformados y después trajeron a sus pibes para hacerlos laburar”.
El cocinero del puesto de comidas típicas de Bolivia, Humberto, se queja: “Vine de La Paz a la Argentina hace seis meses porque mi cuñada está enferma, pero no encontré trabajo de costurero y ya estoy viejito. Tuve que dedicarme a la cocina y vengo los dos días que funciona la feria en la semana, el resto estoy en el matadero o cocinando, porque son platos muy elaborados” y destapa una olla con pedazos de cordero mezclados con arroz y papas: “Esto se llama thimpú, pero a los argentinos no les gusta; ellos prefieren el chicharrón, que es cerdo fritado”.
–¿Usted está mejor en la Argentina que en Bolivia?
–No, acá gano lo mismo que en La Paz, pero todo está más caro. Con lo que gano en un día me alcanza para subsistir, es un trabajo muy sacrificado.
Eugenio, que llegó de Oruro hace más de cinco años, es peluquero en la feria de Ocean y –dentro del puesto con retratos de Cristian Castro y de Mariano Martínez– explica que sus clientes “son muy exigentes porque todos piden un corte prolijo y vienen con cualquier cosa en el pelo”. “Corto a paraguayos, argentinos, bolivianos y peruanos, son todos lo mismo”, dice, sonriendo, al lado del cartel que promociona “Peluquería unisex: 4 pesos”.
Si el coiffeur de los famosos, Miguel Romano, fue procesado por estafas a sus clientes en su local de Recoleta, en esta peluquería frente al Riachuelo la situación es la inversa: “Este trabajo es muy riesgoso. Una vez vino un chico a cortarse y detrás de él había tres más. No paraba de cortar: salía uno, entraba otro, me estaba volviendo loco, y en un momento se levanta el último de los chicos, me roba toda la plata y se va corriendo con el delantal puesto”, cuenta Eugenio y afirma que se llevaron la recaudación de un día, “entre 100 y 150 pesos”.
Después del mediodía, los autos y colectivos marchan a la misma velocidad de la gente que vuelve caminando hacia el puente La Noria. Bocinas, gritos y música de bailanta indican que la feria se está levantando y que el tráfico abandona La Salada. “A mí no me importa morir, abrime la celda que me quiero ir, señor carcelero, déjeme salir”, canta Damas Gratis en una radio que se escucha desde un viejo Chevrolet que pasa al lado de un auto de la policía con la sirena iluminada y en silencio.
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