SOCIEDAD • SUBNOTA › MARILINA RAMIREZ, ACORDEONISTA
› Por Carlos Rodríguez
Desde Villa Gesell
En El Tinglado, un boliche enclavado en el corazón del bosque de Carlos Gesell, donde están sus dos casas históricas, o en Toby, en 104 y 3, siempre lleno de chicas y chicos, de pronto el ámbito puede llenarse de sonidos que llegan de un pasado que grita presente. Suenan de repente el pasodoble “Bella Morena”, el tango “La Cumparsita” o “El Pañuelito”, junto con melodías que recorrieron el mundo, como “Tiempo de Gitanos”, del film de Emir Kusturica, o “El Vals”, de Amélie. Detrás de unos ojos que le llenan la cara, enfundada en un acordeón a piano que lleva sobre su fina espalda –unos 20 kilos de pesada y preciosa carga–, la joven Marilina Ramírez hace lagrimear de nostalgia a los veteranos y embelesa a los adolescentes con melodías nunca escuchadas por ellos. Y mucho menos interpretadas en acordeón y por una acordeonista. “Empecé hace siete años, jugando con el acordeón a piano que tenía una amiga, después mi novio de entonces me regaló uno y de esa forma me fui metiendo de cabeza en la música. Ahora estoy estudiando fuerte porque quiero vivir de lo que me gusta.”
Antes de toparse con el acordeón, Marilina bailaba y hacia acrobacia aérea con telas. Aprendió a tocar de oído y dio con un profesor que le enseñó la práctica, sin aprender a leer las partituras. “Salíamos a tocar, aprendí mucho, pero mi profesora de canto me dijo que tenía que aprender a leer la música, que era importante.” Como es una gran admiradora del Chango Spasiuk, se atrevió a mandarle un mail en el que le preguntaba si podía ser su alumna. “Le dejé mi teléfono y me llamó. Estuvimos hablando como veinte minutos, me dio muchos consejos y me tiró la mejor onda. Eso me hizo decidirme a estudiar a fondo.”
Siguiendo esas recomendaciones, hace dos años se anotó como alumna regular en la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA), donde tiene como docente a Diego Lipsky, “un buen maestro que nos da clases grupales e individuales, sobre todo cuando tenemos que dar algún examen. Con él estoy aprendiendo muchísimo. Es muy exigente, pero a la vez muy generoso. El nos impulsa a saber leer las partituras y en eso es inflexible”.
Cuando se le pregunta el porqué de un repertorio lleno de valses, pasodobles, tangos y hasta tarantelas, ella responde que es algo que viene de familia: “Mi abuelo era italiano y un apasionado de la música. Como legado me dejó más de quinientos partituras que me han enriquecido”.
Confiesa que su cuerpo menudo “sufre” bajo el peso del acordeón a piano. “Hace un tiempo no podía tocar por una tendinitis y por eso tengo que hacer ejercicios, practicar yoga y aprender posturas, movimientos, para poder soportar el peso del instrumento.” Desde hace un tiempo está ensayando para formar un dúo con un violinista cuyo nombre artístico es Martín Filofónico, a quien conoció en el subte B, en Buenos Aires, donde él suele tocar para los pasajeros. Se sorprende cuando la gente se le acerca, como cuando tocó en El Tinglado: “Con tu música me hacés acordar a mi viejo”. Se lo dijo una mujer, casi llorando. Otra señora, llamada Ivo-nne, no abrió la boca, pero se puso a bailar un pasodoble. Por ahora vive de su trabajo como administrativa en la Escuela Manuel Belgrano, de Bellas Artes, pero su aspiración es “vivir de la música”. Desde ya se siente una “privilegiada” cuando los que la escuchan le llenan la gorra de monedas y algunos billetes.
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