SOCIEDAD • SUBNOTA › EL REGRESO DEL GRAN RIVADAVIA
› Por Gonzalo Olaberría
La historia del Gran Rivadavia es bien distinta de las demás. Abrió en 1949, proyecto de su primer propietario, Nicolás Di Fiore, y hasta 2004 aguantó bien las nuevas propuestas audiovisuales. Tenía un ventilador enorme que hacía mucho ruido, antiguas pantallas de calefacción que iluminaban su interior, pero se adaptó como una exitosa sala de teatro y conciertos. Cuatro recitales de heavy metal seguidos, sin embargo, hicieron que fuera clausurado por ruidos molestos y, con las exigencias de seguridad pos Cromañón, no volvió a abrir. Después de extrañarlo y golpear miles de puertas, los vecinos consiguieron que un privado comprara el espacio, que está por reinaugurarse el 24 de abril con los Pimpinela.
Gabriel De Bella relata que, aunque también funcionó como cine, su escenario de 14 metros de frente lo convirtió en un espacio ideal para números en vivo. El primero fue el de un vecino, un tal Alberto Castillo, y después no pararon: pasaron China Zorrilla, León Gieco y Luis Alberto Spinetta, entre otros. “En la década del ’90 tocó la Negra Sosa y había tanta gente que se tuvo que abrir la puerta de vidrio de la sala. La platea que la veía gratis llegaba hasta la mitad de la avenida”, recuerda.
“Una de las características del Gran Rivadavia era que tenía una mala acústica, los vecinos terminaban locos. Se lo clausuró y después no pudieron levantarlo económicamente. Igual quedó entero y hasta había una persona que lo limpiaba todos los sábados. Ahora se lo remodeló respetando su historia, con 1500 butacas”, dice. El Gran Rivadavia, igual que los otros cuatro cine-teatros, fue declarado Sitio de Interés Cultural.
En 2009, apareció un cartel de venta en la puerta de Rivadavia 8636 que exaltaba las bondades del terreno, según De Bella. Esto alertó a los vecinos. Juntaron firmas y consiguieron una medida cautelar para protegerlo. También se abocaron a la tarea de encontrar una persona que defendiera el espacio cultural y quisiera comprarlo, en un itinerario que los llevó por la ex Secretaría de Cultura de Nación, con Lombardi, empresarios varios y hasta con bancos internacionales en busca de financiamiento. Un apoyo importante fue el del Incaa, que lo declaró de interés de las artes audiovisuales. Para dar visibilidad al reclamo, en 2010, proyectaron El secreto de sus ojos en la calle, cuando recién ganaba el Oscar. Ese día la avenida apenas aguantó a las 500 personas presentes.
“La idea de centro cultural nunca la tuvimos porque en Floresta era ilógico. Cerca tenemos El Corralón, El Olimpo, La Casita de la Selva, todos monstruos culturales de una manzana. Además, la gente del barrio sólo quería que volviera el cine, todos hablaban del cine como el recuerdo: el hecho de salir de casa caminando, sacar la entrada y entrar. Querían recuperar eso”, concluye.
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