SOCIEDAD • SUBNOTA › UN PEóN VíCTIMA DE MANIPULAR VENENOS
Fabián Carlos Tomasi es un hombre de 49 años aunque no lo demuestre su físico. Su cuerpo es extremadamente delgado, con poca masa muscular y cada movimiento que realiza le saca un poco el aire. Su piel está reseca y sus manos ya casi no le responden. En sus dedos no quedan restos de huellas dactilares. Fabián habla sin pausa, pero con una voz forzada y para empezar a contar su historia se define a sí mismo como un “testimonio viviente de los efectos del mal uso de los agrotóxicos en el país”. Hace algunos años, Tomasi se jubiló por discapacidad, luego de que le diganosticaran una neuropatía tóxica severa.
Esta patología, mejor conocida como “enfermedad del zapatero”, se adquiere por aspirar o exponerse a químicos nocivos por un tiempo prolongado. Fabián participó del congreso para contar que a él lo “enfermaron los solventes de los agroquímicos” con los que estuvo en contacto durante sus años como peón rural. Tomasi cree que de todas formas “el veneno te busca donde sea que estés. No es necesario buscarlo porque está en contacto con todos nosotros porque no hay controles sobre su uso, que es cada vez mayor”, explicó.
Fabián fue desde joven uno de los miles de peones rurales que trabajan con empresas de fumigaciones. Según relató a Página/12 “nadie contiene al peón rural, al trabajador de la cadena del agronegocio que pone el cuerpo de forma directa”. Todos los días de fumigaciones, a Fabián lo dejaban “al costado de una pista improvisada cerca del campo, con algunos trabajadores más. Ahí te dejan envases de veneno que se inflan con el calor porque generan vapor y cuando abrís los contenedores largan ese gas nocivo, los solventes”, explicó a este diario.
Luego, el peón pone “todo en un tarro más grande y de ahí al avión o máquina terrestre que lo esparce por el cultivo”. Sin embargo, Fabián contó que el trabajo del peón en contacto con el agrotóxico no termina allí: “Lavábamos todo lo que hubiera estado en contacto con el veneno, lavábamos hasta los aviones y comíamos debajo de sus alas. Todo lo hacíamos vestidos de short, descalzos, en el medio del campo, sin sombra y durante todo el verano”, comentó.
El agrotóxico “entra por la piel y por las vías respiratorias. Después de años de exposición yo quedé así, y mis compañeros quedaron uno estéril y casi ciego y otro que no puede comer porque se le sale la comida por la nariz. Pero ambos tienen miedo de denunciar o no creen que sea por el agrotóxico”, explicó Fabián.
Según cuenta, en la empresa nunca lo formaron sobre “cómo manipular los tóxicos. Si uno ve los envases de agroquímicos dice solamente usar con moderación, ninguna instrucción o advertencia. Al peón rural nunca se lo cuidó como trabajador”, reflexionó Tomasi.
Fabián cuenta en todos los lugares a los que lo invitan, que lo angustia no poder moverse por sus propios medios. El trabajó toda su vida y se empezó “a poner muy mal en el año 2006. Todo comenzó con llagas en mi cuerpo y ahora estoy así. Lo que puedo hacer es contar, hablar con la verdad sobre lo que me pasó”, explicó a este diario.
Fabián vive encerrado, al cuidado de su hija de 20 años y su madre de 80. El tuvo un hermano que “murió por efectos de los agroquímicos” hace un año tras padecer cáncer. Esa enfermedad “está ligada a los químicos, es un efecto directo de la abrasión que generan. Acá en la ciudad los químicos también están muy presentes por la fumigación de vías y su uso contra el dengue. Es todo muy simple: si hay muchos mosquitos es porque con agrotóxicos matamos al depredador del mosquito y ahora usamos más químicos para matarlos”, ironizó.
Sin embargo, Fabián no quiere irse de su pueblo sino “defenderlo, es un problema generalizado que donde hay agrotóxicos hay muertes”, explicó.
Recientemente, Fabián recibió la visita de un vecino, un nene “humilde, que nació en un campo de soja y tiene todas las manos desfiguradas por los agroquímicos. Esta tan mal de salud que no va a la escuela porque nunca lo asistieron. Si se usan así los agrotóxicos nadie está a salvo, todo alimento tiene algún químico que enferma”, amplió.
Para la gente de pueblos rurales, denunciar estas situaciones se torna difícil porque “hay que convivir con amenazas, pedradas a la casa y llamados de advertencia. La Federación Agraria fue al Obelisco y frente a todas las cámaras pidió que no maten al campo. Yo les pido que el campo no nos mate a nosotros. No sé cuánto vaya a sobrevivir, pero yo sigo haciendo de testimonio para que mi hija, el día de mañana diga, ‘al menos lo intentó’”, concluyó Fabián.
Informe: M. F. R.
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