SOCIEDAD • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Soledad Vallejos
A detectar el machismo y reaccionar se aprende. Lo aprenden las personas, las sociedades, que con el paso de los años van corriendo los límites de lo que se puede o no decir, de lo que se puede o no hacer. Porque a fin de cuentas el tiempo pasa para algo, lo que se decía con impunidad hace veinte años ya no puede decirse ahora livianamente. O al menos no debería, porque entonces dos décadas de comprender que no hay nada de “crimen pasional” en el femicidio, que las mujeres deberíamos poder caminar tranquilas por las calles sin importar qué vestimos (aunque todavía no suceda), que nadie tiene derecho a arrogarse derechos sobre el cuerpo ajeno (aunque siga sucediendo). Y sin embargo todavía la gota no horadó la piedra. ¿Por qué, sino, otras figuras públicas socorrieron al caído en sus propias palabras, restaron gravedad, pusieron en duda si fue tan así, si bueno, lo dijo pero? ¿Por qué –ni siquiera en un contexto sensibilizado por todo lo que movió y mueve un reclamo como #NiUnaMenos– una declaración profundamente misógina todavía no escandaliza tanto como una claramente antisemita, racista, xenófoba? Señalar el machismo y reaccionar ante eso no tiene que ver con censura ni con lapidar en alegre montón, sino con los sentidos que construimos socialmente, con las vidas que queremos vivir, con las bases que queremos dejar para las vidas de los hijos, los nietos, los futuros posibles.
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