SOCIEDAD
• SUBNOTA › JUAN ROMAN RIQUELME Y SUS NUEVE HERMANOS
Siempre en el mismo barrio
Hubo dos partidos que muestran algunas claves de Juan Román Riquelme. Y dos personas: Mauricio Macri y su papá. Un partido se jugó cuando empezaba su carrera, el otro fue la última vez que Boca le ganó a River. La primera vez, su equipo perdía contra Villa Real y los retos de su padre llegaban al campo disparados desde una tribuna. Riquelme no lo soportó: cargado de bronca, atravesó la cancha, gambeteó a cinco rivales y después al arquero sin parar de llorar. Este año, el gesto volvió a repetirse. Pero esta vez el oponente no era ni su padre y ni los jugadores de River, sino Mauricio Macri, el mismo hombre con quien mantiene una disputa por la renegociación del contrato en Boca. Después del gol, Riquelme paró el partido. No fue a festejar, fue directo a la platea. Desde ahí abajo, levantó la cara. Buscaba enfrentarse con Macri, pero se encontró con la sonrisa del empresario, que una vez más rechazaba sus reclamos.
Juan Román Riquelme es uno de esos jugadores que se van haciendo míticos por propia decisión. Vive en un barrio cerrado a cien metros de San Jorge, una de las villas miserias de Don Torcuato donde aún están sus padres y nueve hermanos. Riquelme nació en esa misma casa unas horas antes de que la Selección argentina ganara el primer Mundial. Desde ese 24 de junio del ‘78 ninguno se fue, ni siquiera él, que vuelve cada tanto, mientras avanzan los contratos que lo convierten en una presa de cambio valuada en 25 millones de dólares. Román gana unos 6000 pesos de sueldo por mes y cuenta con un ingreso de otros 240.000 pesos al año en concepto de prima. Ni aún así dejó los potreros, ni su silencio ya clásico, ni a sus amigos de la villa que van a nadar a la pileta del country.
Riquelme pasó por Argentino Juniors primero, y por Boca después. Pero antes hubo mucho potrero, clubes más chicos, e incluso desplantes de los dirigentes de River Plate. Su vida de “pibe diez”, o de crack como algunos lo llaman, empezó en 1986 cuando el entrenador de un equipo del barrio se fue hasta San Jorge para buscarlo. Estaba armando el equipo de Bella Vista, y le habían dicho que ahí vivía “un pibito” que valía por dos. Todavía ahora, cada vez que Jorge Rodríguez habla de aquel momento se recuerda dando tumbos en los pasillos oscuros de la villa. Román tenía 8 años, veinte centímetros menos que los de su clase, y unas ganas locas de jugar. Hasta ese momento sólo pateaba de cinco porque la estrella del equipo siempre era Ernesto Luis Riquelme, su papá.
Con Jorge Rodríguez entró en Bella Vista, después de pasar por Belgrano y La Carita, algunos de los clubes un poco más chicos pero famosos porque hasta las gradas llegaban los “buscadores de talentos”. Con su entrenador siguió andando, lo presentaron en Platense, en River, hasta que quedó en las inferiores de Argentinos Juniors. Cada tanto, alguien repite esas viejas andanzas. Román se levantaba muy temprano y con unas pocas monedas, caminaba veinte cuadras hasta la estación de Don Torcuato, viajaba hasta Puente Saavedra y al final se tomaba el 133: una hora después el colectivo entraba en La Paternal, y él en la cancha.
En el ‘96 entró en la reserva de Boca por unos 800 mil dólares. Dos años después nació su hija, Florencia y poco más tarde llegaba la propuesta de un contrato en España. Riquelme la rechazó, como la idea de ir a comer a la casa de su madre: “¿Sabés por qué no? –dijo una vez– porque ya hizo demasiado, crió a diez hermanos, y de la manera que ella, y también mi viejo nos crió, no lo hace cualquiera: ahora los invito yo”.
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