Dom 23.10.2005

SOCIEDAD • SUBNOTA

“No sé qué nos va a pasar”

Por H. C.

“Cuando se quemaron los pibes no salía agua de las mangueras. Ahora, ustedes se van y nosotros nos morimos ahogados”, dice y saca un brillo cómplice de los ojos. Se refiere a las bocas de incendio que el día del incendio no tenían el motor conectado y, casualmente el día de la visita de la comisión, fueron reparadas. El agua chorrea desbordante detrás de la reja mientras el preso ríe.
El módulo tiene unos veinte a treinta metros de largo. Del lado del frente se lee un cartel que dice “Autodisciplina”. Hay una puerta con rejas, un pequeño hall y después de otra reja, la matera. “Ahí toma mate la policía”, dice el preso. La matera está separada del interior del módulo por gruesos barrotes y una puerta también de rejas que permite controlar a todo lo ancho del pabellón hasta el fondo. Toda la estructura, incluyendo el techo, es de fibrocemento. El calor que guardan los ladrillos y el techo, el calor que despiden hacia dentro hacen pensar que aquella noche, allí dentro debe haber sido un verdadero infierno.
De costado al pabellón, las ventanas dan a un patio rodeado de muros y alambre de púas que coronan toda la parte superior del perímetro. El preso señala la alambrada y, de nuevo, sonríe cómplice: “Ahí se enganchó Núñez y se cayó”. Núñez es el único penitenciario que intentó ayudar a los “pibes del 16”, como les dicen sus compañeros. “Se subió al techo y les gritaba a los escopeteros del muro que le tiraran cartuchos de plomo porque con los de goma no podía romper el candado, y ahí fue que se enganchó y se cayó.”
El preso se sienta junto al fuelle, un calentador eléctrico fabricado con un ladrillo ahuecado en el que se coloca una resistencia conectada a un cable que discurre, alegremente, por el piso. Se sienta y se acaricia la cabeza. “Esto mató a 33 y no sé qué va a pasar con nosotros. Ya tenemos la paliza garantizada, pero así no se puede más.”
De súbito se levanta y se pierde dentro del intrincado pasillo que forman las camas y las cortinas armadas con sábanas, mantas o ropa. Desde adentro del pasillo muestra una de las camas. Levanta la funda del colchón y dice: “Esto se prende como si fuera nafta”, y muestra el colchón, gomapluma, uno al lado del otro, en doble fila (arriba y abajo), dos hileras de potenciales antorchas. Después muestra las manos: “Nos envolvimos las cabezas con mantas empapadas. Entrabas y no podías respirar. Estaba todo oscuro, todo humo irrespirable que te hacía llorar. Un chico estaba como agarrado de las rejas. Lo quise agarrar de la cintura con estas manos, pero los dedos se me hundieron en la carne. Salí corriendo”.

Nota madre

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