SOCIEDAD • SUBNOTA › EN EL BARRIO, LOS CHICOS YA NO SALEN SOLOS
Casas precarias, en su mayoría de ladrillo pero con señales de haber sido construidas como se pudo y por tramos. Muchos de los frentes protegidos sólo con alambre, y las veredas con más pasto y árboles que baldosas. Así es el barrio de Llavallol donde vivía y donde fue encontrada muerta, asesinada, la niña Evelyn Ferreira. Un barrio con todas las características de aquellos donde los chicos se juntan a jugar en la calle a la mancha, la escondida o la pelota. Así era. Un barrio en el que ahora, después del macabro hallazgo, ningún padre permite que su hijo salga del hogar solo.
En el relato de los vecinos de la calle La Huella, donde la policía todavía se muestra numerosa, el del miedo es el detalle que más se repite.
“Este era un lugar tranquilo. Los chicos volvían de la escuela y se ponían a jugar en la vereda o en algún baldío. Ya desde que Evelyn desapareció, eso se empezó a ver menos, y ahora, con esto, ya no existe”, cuenta Rosa, desde la puerta de su casa, a metros de la vivienda donde vivían los supuestos asesinos de la nena.
Los perros mestizos están por todos lados. Observan con curiosidad la escena, a la que no están acostumbrados: pasos apresurados de la gente, poca charla y ninguna risa.
Juan Lescano es el almacenero del barrio, el último que vio a Evelyn antes de que la capturaran. Todavía no puede creer el desenlace que tuvo el drama que empezó luego de que la pequeña se fuera de su negocio –hace casi un mes– con los tres artículos que le acababa de vender: una gaseosa económica, un yogur y una lata de tomates. “Estamos todos con miedo. Teníamos a los asesinos a pocos metros, a la vista, y no nos dimos cuenta. ¿Por que no podría volver a pasar algo así?”, se pregunta, con una mueca en la cara.
Esa es la otra cuestión en la que coinciden los habitantes de la zona circundante a la nueva casa del terror. Nadie sospechaba de los Zabielewicz, una familia que según los vecinos era poco sociable, pero que nunca dio indicios de poder cometer una atrocidad como este asesinato de la que se la acusa.
“No se los conocía más que de un hola y un chau, pero la verdad es que nadie pensaba ni en la posibilidad de que hubieran sido ellos. No se los veía mucho, pero trabajaban, parecían gente normal”, sostiene Elba de Coronel, mientras charla, indignada, con un amigo.
Informe: Eugenio Martínez Ruhl.
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