SOCIEDAD • SUBNOTA
El hall de Constitución casi vacío, las paradas de colectivos de afuera atiborradas de gente y del “¿qué me puedo tomar?”. Los puestos de diarios, cerrados; muchos policías por todos lados y ningún empleado de los que controlan los boletos. Hasta el más desprevenido de los transeúntes que pasara ayer a la tarde por la estación terminal de la línea Roca se hubiera dado cuenta de que algo raro ocurría.
Los que la recorren día a día, en cambio, sabían que algo ocurría, aunque no tan raro. Marta Machado, habitual usuaria del eléctrico que va a Ezeiza, era una de ellas. “Es un desastre nacional. Viajamos como ganado siempre y hoy, obvio, hoy llegamos todos tarde al trabajo. ¿Y a quién le importa si nos sancionan?”, reflexionó, con una sonrisita irónica que reflejaba algo de resignación.
Entre esa misma resignación y la bronca a viva voz se repartían los ánimos de los pasajeros, que se habían enterado de la reanudación del servicio. “¡Hagan algo, viejo! Tenemos que viajar”, gritaba entre ellos una mujer joven, desencajada. Justo en ese momento, la voz de la estación anunció que los trenes volvían a salir. Todos suspiraron y se encaminaron hacia el lugar de siempre. La protesta se había acabado.
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