Dom 20.01.2008

SOCIEDAD • SUBNOTA  › ARTURO, EL CURANDERO

“Alinear el espíritu y la materia”

› Por Emilio Ruchansky

Es chileno, pero vivió 20 años en Quito, donde aprendió la medicina del Cóndor y del Aguila, aves emblemáticas del Sur y del Norte de América. Su abuela era curandera y él se define como “hombre medicina de la nación quechua de la Amazonia y de la sierra del Ecuador, dos nacionalidades de la misma rama, unos de la sierra, de la montaña y los otros de la selva”. El chamán Arturo cree inevitable la llegada de la medicina de sus ancestros a las ciudades y recomienda consumir las plantas mágicas respetando el diseño ceremonial porque “tiene una contención para todo el poder que tiene la medicina, dentro de uno y afuera de uno. La gente debe tomar de una manera contenida con una persona que se ha tomado el tiempo de instruirse con los maestros”.

–¿Los curanderos no llevaron sus medicinas a la ciudad por el rechazo que producían ahí?

–Por el tiempo de los 500 años de lo que se conoce como la conquista europea, los diseños tradicionales fueron custodiados y guardados por sociedades secretas, a riesgo de perder la vida, porque se implantó una religión que sometió a millones de personas a esa estructura religiosa. A esto se lo llama un pachakutik, el movimiento del sol dentro de su propio eje, que dura 500 años. El nuevo pachacutik se cumplió ahora en el año 1992.

–¿Guardaron este conocimiento intacto?

–Hay un sincretismo, obvio. Pero hay prácticas que se conservan intactas, sobre todo en la Amazonia. Estos diseños del uso y del manejo de las plantas sagradas tienen que ver con esa relación de ritualidad que va en mejora de lo físico y de recuperar el conocimiento y el entendimiento a través de lo espiritual. De alguna forma, son los “abuelos medicina” los que quieren llegar a la ciudad para que la gente pueda recordar, entonarse y alinear el espíritu con la materia.

–La mayoría de la gente que toma sustancias alucinógenas cree que tiene que “manejarlas” o que puede “manejarlas”.

–Es bien delicado este punto. Lo que pasa es que, como vivimos en sociedad, siempre estamos condicionados a una segunda o tercera persona, ya sea nuestra pareja, nuestros hijos, el jefe en el trabajo, los compañeros. Pero muy pocas veces tenemos la oportunidad de preocuparnos por nosotros mismos. Ojalá muchos jóvenes pudieran tomar medicina. De hecho, en el Ecuador hemos usado la medicina para trabajar con chicos adictos a la cocaína o a la pasta base o al alcohol, adictos a sus propios miedos, al miedo de no poder enfrentar el regalo que es vivir aquí en la madre tierra.

–¿Algunas personas sienten temor después de tomar la medicina?

–Por supuesto, la medicina no tiene compasión, va directamente a trabajar lo que tú rezas como propósito. A veces, asalta el miedo o la duda y hay que dar contención.

–Por eso, no hay que hacerlo solo.

–Hay muchos espíritus dentro la medicina y muchos caminos, a veces la gente se lanza a un lugar y toma una medicina que no conoce, aunque por ahí le dijeron algo. La verdad es que con la medicina no se alucina. Despierta sutilezas tanto en la cabeza como en el cuerpo y el corazón, que activan estos canales que están cerrados. Pero la medicina es una parte, el resto está en ti, en la persona, en la conciencia que tenga de cómo quiere llevar su vida.

–¿Qué le impresiona de los iniciados?

–La gente está aferrada a su miedo. Es lo que tiene esta sociedad, primero dicen no, la autocastración: vienen a tomar la medicina, se encuentra con la totalidad, con el universo y los agentes que tiene cada uno que protegen, salen, afloran y te asalta la duda, el miedo, el pánico. Que te hacen abortar y decir: “No, no, no. Yo mejor sigo con lo mío, guardado, enfermo. Así estoy bien”.

–Es como un despertar.

–Totalmente. La medicina no alucina, te da la apertura, verte como ser humano aquí en la madre tierra.

–¿Estas medicinas tienen una relación con la muerte?

–Es la transformación. Hay que morir para nacer. Si quieres mejorar tu vida, tienes que morir en las cosas que ya no te sirven. No puedes seguir cargándolas. La muerte es la transformación. Por eso la ceremonia se hace de noche, vamos a encontrar la luz del nuevo día.

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