Dom 25.04.2004
cash

“Yo soy un sin tierra”

Por Alejandro Bercovich

Por favor, no me presenten como el rey de la soja.” El empresario Gustavo Grobocopatel, dueño de Los Grobo Agropecuaria, se ríe de quienes lo adulan por manejar una empresa familiar que creció hasta manejar 80 mil hectáreas de cultivos y facturar 100 millones de dólares anuales. Afecto a las frases grandilocuentes, este hijo de inmigrantes rusos sostiene que la soja será negocio durante al menos veinte años más, y desecha los riesgos del monocultivo y la degradación del suelo. Niega también que en Argentina se esté concentrando la tierra, pese a que desaparecieron más de 100 mil productores en los últimos cinco años. En esta entrevista con Cash, el empresario polemizó con los críticos del boom sojero y cargó contra las retenciones a la exportación, que a su juicio fomentan los asentamientos de emergencia en Buenos Aires.
¿Qué pasaría si cae el precio internacional de la soja?
–Seguramente la gente menos competitiva se endeudará primero y después se fundirá. Quebrará o se caerá del sistema, como pasa en general con todas las cosas. Eso en el sector agrícola ocurrió dramáticamente en la segunda mitad de los noventa. Los precios elevados protegen a los ineficientes.
¿Y si China dejara de comprar soja argentina?
–Si China deja de comprar soja, es porque los chinos dejan de comer pollo, cerdo y carne. Acá lo único que puede hacer bajar el precio de la soja es que se mueran 200 millones de chinos. No hay forma de reemplazar a la soja como proteína vegetal y eso es la base de la proteína animal. Estamos en una situación muy interesante porque tenemos una demanda asegurada para los próximos veinte años.
¿Eso quiere decir que los precios van a seguir para arriba?
–No, va a haber ciclos de precios bajos y altos. Pero lo importante es que vamos a poder seguir vendiendo la producción. Puede pasar que China pase a crecer menos, pero el mundo no puede dejar de comer proteínas. Y los únicos lugares que pueden hoy producir más soja son Brasil y Argentina. También otras plazas menores, como Sudáfrica, pero a menor escala.
Usted dijo hace poco que Argentina y Brasil manejan el precio internacional de la soja.
–Argentina y Brasil definen el precio internacional de la soja por el lado de la oferta. La demanda de soja crece a una tasa altísima. Y la oferta también. Cuando hay explosiones de demanda se consumen los stocks, y ahí saltan los precios hacia arriba.
¿Es buena una reactivación basada en el agro, y la soja en particular?
–No sé si es buena o no. Lo que digo es que cuando uno es número uno en el mundo en producir algo, ese algo tiene que ser la causa no sólo del campo sino de todos, porque es de lo que uno vive. Y además nos puede servir para romper el proteccionismo. Cuando uno se sienta a negociar para derribar barreras comerciales, tiene que ser número uno en algo, y a cambio de eso se puede pedir que nos abran los mercados para los textiles, el software, la maquinaria o cualquier otro sector.
De todos modos el boom del agro no genera tanto empleo como otros sectores y emplea a menos del 10 por ciento de la Población Económicamente Activa.
–Eso es por un error en cómo se mide la PEA porque toma a ciudades de más de 2000 habitantes como urbanas. Y tampoco cuenta los servicios del agro, aunque el agro genera también servicios. Eso es una forma muy antigua de ver la economía, típica de la sociedad industrial. Ahora hay que verla en “clusters”, y si uno se toma el trabajo de sumar todo se ve que el campo emplea más gente hoy que hace diez años.
¿Quiere decir que es preferible el agro a que se recupere la industria?
–No, pero no son alternativas. Nosotros no le sacamos el lugar a nadie.Lo que hay que tratar es de que haya más industria textil, más automotriz, más de todo.
Para eso sirven las retenciones al agro.
–Las retenciones son un invento argentino que no existe en ningún lugar del mundo. Y los argentinos deberíamos tener la humildad de aceptar que ese impuesto es antiguo, obsoleto y antievolución. No existe bajo ningún punto de vista ninguna explicación para mantener las retenciones. Las retenciones son las que han producido las villas miseria en este país, porque han trasferido recursos del interior a los centros urbanos. El problema no es el impuesto en sí, sino lo que trae por atrás, que es más urbanización, más marginación y más centralismo.
¿Pero no es justo que un sector que anda bien aporte para el desarrollo del resto?
–Ese razonamiento es la base del drama argentino. Porque lo que ha hecho el campo durante muchos años es transferir recursos a otros sectores que estaban subsidiados, con el argumento de que generaban más mano de obra y valor agregado. Lo que se logró así es construir empresas que después se fundieron y fueron los que dejaron a la gente sin trabajo. Porque fueron empresas y sectores que nunca construyeron nada competitivo a nivel global. Eso como sistema es antinatural.
En el aspecto ecológico, ya está probado que la falta de rotación de cultivos degrada el suelo. ¿Usted la practica?
–Sí, por supuesto. Pero el problema no es ése, sino el 50 por ciento del campo que todavía no usa siembra directa (sin arado ni labranza), porque el problema está en remover la tierra. El sistema que hay que aplicar es siembra directa con rotación de cultivos, que es el que usamos nosotros. Hay gente que no lo hace. Eso es oportunismo.
¿No será que un productor pequeño no puede competir con los más grandes si no hace soja sobre soja?
–Hay gente que lo hace por oportunismo y otra que lo hace por ahogo financiero. Lo que hay que hacer es generar los incentivos financieros para que sean viables también el maíz y el trigo. El productor pequeño es el que en peor situación está. Es el que tiene menos recursos y por eso hace sólo lo más rentable.
Para resolverlo se propuso modificar la Ley de Arrendamientos y aumentar los plazos de los contratos, para que se pueda compensar en varios años el esfuerzo de no hacer sólo soja. ¿Qué le parece?
–Es una buena idea. Pero todas las medidas que se conducen rígidamente es difícil que lleven a una solución. Hay mucha gente que hace contratos de largo plazo. Nosotros lo hacemos. Es más bien una cuestión de conciencia.
Pero las entidades rurales pusieron el grito en el cielo.
–Las entidades tienen una lectura particular. Yo creo que no hay que modificar ninguna ley y que el cambio tiene que darse en la conciencia, porque en definitiva el que no hace rotación va a ser menos eficiente.
¿Para llegar a esa eficiencia es necesario que se siga acentuando la concentración de la propiedad de la tierra?
–La propiedad no se está concentrando, lo que se está concentrando es el gerenciamiento. Gracias a este sistema de arrendamientos mucha gente pudo mantener su campo y se evitaron muchos remates. Nosotros no tenemos propiedad. Yo soy un sin tierra. El 80 por ciento de lo que siembro no es en tierra propia. Acá se destruyó el mito del terrateniente. Cualquier persona que tenga una buena idea y buen management puede sembrar.
Los investigadores hablan de una tecnodependencia de las cepas transgénicas de multinacionales. ¿No es un peligro para el futuro?
–Lo que hay que mantener es la libertad. Yo soy el primero que protesto cuando tengo que comprar una bolsa de las multinacionales. Pero lo que hacen ellas no es más que agrandar la torta y llevarse una tajada grande, dejando también una más grande para el productor. Mientras haya competencia no hay peligro. Lo que tenemos que hacer es que las patentesno sean sólo de Monsanto o Novartis, sino también del INTA o de empresas argentinas. Nosotros patentamos 30 mil veces menos que Estados Unidos, pero usamos el doble de conocimiento.
De todas maneras la tendencia al monocultivo es evidente. ¿Qué diferencia hay entre un país bananero y un país sojero?
–Muchísimas. El mundo sin bananas puede vivir, pero sin soja no puede. No hay ninguna cuestión científica ni nada lógico que esté en contra de la soja. Debería ser la causa nacional, el Maradona de todos. Pero tampoco es la panacea. Lo único que hace es marcarnos el camino. Y la tendrían que seguir la industria automotriz, la textil y todas las demás.

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