Dom 02.10.2005
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CONTADO

Argentalia

› Por Marcelo Zlotogwiazda

Argentalia es un país conformado con el denominador común de Argentina y Australia. Tiene abundante tierra, escasa población, está ubicado en el Hemisferio Sur, produce materias primas, y hasta la crisis de 1929 fue socio comercial del imperio inglés. Los habitantes de este país imaginario viven mejor en un contexto mundial de comercio en expansión y aplicando inteligentemente un esquema proteccionista que permita la diversificación de exportaciones que haga sostenible el aumento del empleo y el salario.

Este ingenioso instrumento fue idealizado por los economistas Pablo Gerchunoff y Pablo Fajgelbaum, para ayudarse a responder la pregunta que se plantearon en un apasionante paper que acaba de publicar la Fundación Pent bajo el título Encuentros y desencuentros de dos primos lejanos: un ensayo de historia económica comparada de Argentina y Australia. El desafío está presentado bien al comienzo: “¿Por qué la Argentina no igualó el desempeño económico de Australia cuando al menos hasta 1930 prometía hacerlo, y si ahora que no promete nada podría sorprendentemente hacerlo?”.

Lo original del ensayo no es por cierto la comparación entre dos países que desde hace más de un siglo invitaron al cotejo. Por citar sólo dos ejemplos, está el reciente libro de Daniel Muchnik (Tres países, tres destinos: Argentina frente a Australia y Canadá) y un discurso que los autores rescatan de un debate en 1899 en la Cámara de Diputados local donde Pedro Luro dijo: “Si se estudian las condiciones en que la Argentina y Australia están colocadas, puede asegurarse que nosotros saldremos definitivamente triunfantes en esta lucha de predominio”.

Luro erró feo, muy feo. Australia ocupa el décimo lugar en ingreso por habitante y el primero en el Hemisferio Sur, mientras la Argentina está debajo del puesto cuarenta; Australia es el tercer país en el ranking de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas y la Argentina se ubica en el puesto 34. En Australia el 20 por ciento más rico gana siete veces más que el 20 más pobre y no hay gente que viva con menos de dos dólares diarios, mientras que aquí la diferencia entre el quintil de arriba y el de más abajo es dieciocho veces y el 14 por ciento de la población sobrevive con menos de dos dólares por día.

El contraste es más triste si se tiene en cuenta que en los cincuenta años transcurridos hasta 1930 la performance argentina en términos de ingreso per cápita fue mejor que la australiana, al punto de llegar a representar cerca del 90 por ciento. Desde entonces casi no cesó la debacle argentina, y hoy el ingreso por habitante no llega siquiera al 40 por ciento del australiano.

La descripción de Argentalia del comienzo encierra varias de las causas que Gerchunoff y Fajgelbaum señalan para explicar los rumbos divergentes. En Australia el proteccionismo, la industrialización pesada y la diversificación exportadora fueron mucho más tempranas y logradas que en la Argentina. A lo que agregan desde una perspectiva institucional el enorme adelanto temporal relativo en el establecimiento de medidas de protección social y políticas distribucionistas. Dicen los autores: “Tanto los trabajadores como el empresariado australiano se acostumbrarían a resolver sus conflictos bajo la tutela del Estado y a considerar la equidad distributiva como un atributo nacional”. Las ventajas obtenidas fueron por mérito propio, pero también por lo que denominan factores de “fortuna geográfica y política”. Entre ellos, la cercanía y la complementariedad que les permitió a los australianos engancharse a la fantástica locomotora japonesa de la posguerra que luego cobró mayor fuerza aún con el empuje del resto de los dragones y tigres asiáticos. Y se engancharon proveyéndolos de bienes que no constituyen la base del consumo popular y que, por ende, no son exportaciones que entraran en conflicto con el salario real, como sí sucedió en la Argentina con su dependencia de la exportación de cereales y alimentos.

Precisamente es en el cambio habido en esto último donde los dos Pablos apoyan una parte considerable de su optimismo respecto de que el sendero argentino se aproxime al australiano, al menos en términos de crecimiento e inserción internacional. La espectacular irrupción de China con su infinita demanda de soja le permite a la Argentina que su menú exportador no sea tan conflictivo con su menú alimentario (la soja no es central para el consumo local) y, por ende, con el poder adquisitivo del salario. Desde el lado de la oferta, China también contribuye a abaratar los precios mundiales de muchos bienes que la Argentina importa, como por ejemplo computadoras. Ya hay algunos datos que abonan el optimismo. Desde 1990 hasta 2005 la Argentina creció al mismo ritmo que Australia y las exportaciones por habitante aumentaron a mayor velocidad.

Los autores no pasan por alto, sino que con ello cierran el trabajo, que más allá de crecimiento y exportaciones, para hablar de dos países parecidos, la Argentina también deberá resolver la dramática situación social de millones de personas que quedaron excluidas por su historia de fracasos.

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