Dom 22.01.2006
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OPINION

Luces y sombras

› Por Carlos Weitz

En noviembre de 2003 recibí un llamado de Eduardo Hecker, un colega a quien conozco desde hace muchos años, con quien no me unían lazos de amistad ni vinculaciones políticas de ningún tipo. Teníamos sí, y tenemos en común muchos años de trabajar en cargos públicos de elevada responsabilidad y un profundo cariño por la cosa pública. Eduardo acababa de ser informado unos días antes que iba a ser el nuevo presidente del Banco de la Ciudad de Buenos Aires y me invitaba a formar parte de su equipo. Su propuesta era muy clara, armar un equipo profesional que se dedicara a gestionar el banco sin condicionamientos políticos, en un momento donde la sociedad reclamaba con fuerza bienes públicos de mayor calidad, reclamo que aún sigue plenamente vigente. Su oferta me tomó por sorpresa y dada la historia reciente de la banca pública en la Argentina me generó numerosos interrogantes:

n ¿Es efectivamente posible administrar honesta y eficientemente un banco público sin quedar prisionero de las intereses políticos que se mueven alrededor? Las carteras de créditos incobrables que hoy tiene la mayoría de los bancos públicos, producto no sólo de las crisis recurrentes de la Argentina sino también de criterios arbitrarios (por decirlo finamente) en su otorgamiento original abría serias dudas más que fundadas sobre este punto.

n ¿Es factible terminar en forma concreta con el mito de que la banca pública es incapaz de competir en un pie de igualdad, o inclusive, con mejores resultados que la banca privada sin descuidar su objetivo específico? El declinante rol de las entidades públicas durante los ‘90 también ponía en jaque este argumento.

Por último, no tenía claro qué tipo de riesgos personales estaba asumiendo al involucrarme en una gestión que levantaba la bandera de la transparencia sobre un colectivo al que la sociedad –dada la historia reciente– mira con desconfianza.

Pasado más de un año de trabajo como director del banco y basado en mi experiencia personal creo tener respuestas disímiles para estas preguntas.

El Banco Ciudad, si bien aún mantiene una cierta pesadez en su operatoria cotidiana, ha exhibido a lo largo del año 2005 niveles de solvencia, liquidez y rentabilidad que lo colocan en mejor posición que el resto de los bancos públicos y privados del país, hecho que resulta inédito en sus 127 años de historia. Aunque a muchos les duela o les cueste creerlo por prejuicio o ignorancia, hoy un banco público, el de la Ciudad de Buenos Aires, es un ejemplo de solidez para todo el sistema.

Estos resultados, más allá del ciclo favorable, se han logrado con una fórmula sencilla: administrar profesionalmente el banco sin perder de vista la importancia de cumplir con nuestro rol tanto de banco testigo como de promotor de desarrollo económico y social. Sin duda a esto se suma que la inmensa mayoría del personal del Ciudad tiene puesta la camiseta de la institución y ve cómo su esfuerzo cotidiano se traduce en resultados concretos. El reconocimiento al buen funcionamiento del banco es unánime entre reguladores, calificadoras de riesgo y especialistas financieros en general.

Sin embargo, el orgullo de palpar ese reconocimiento concreto respecto de que “lo público” no es sinónimo inevitable de incapacidad o corrupción, tiene su contracara negativa en términos de costos personales.

En las últimas décadas, los principales bancos públicos argentinos han quedado prisioneros de dos fuerzas igualmente negativas que se han retroalimentado entre sí. Por un lado, aquellos bancos privados que han intentado privatizarla, principalmente para incrementar su participación de mercado y, por el otro, aquellos que desde adentro la han querido mantener pública sólo para seguir haciendo sus propios negocios particulares a costa del patrimonio público. El excepcional momento actualque atraviesa la banca pública hace que estos últimos la consideren nuevamente una presa apetecible para volver a hacer de las suyas.

Personajes vinculados con la década del 90 de este banco (ex funcionarios y personas afines), conectados con grupos empresarios y reconocidos políticos iniciaron, no bien llegó la actual administración una serie de “ataques” (posiblemente buscando volver a ocupar posiciones claves dentro de la institución) en forma de cartas documento, o directamente, denuncias penales plagadas de falsedades tratando de instalar en la sociedad que el Banco Ciudad es tan malo en la actualidad como lo era cuando ellos lo manejaban. Sería bueno saber cómo hicieron algunos ex gerentes de un banco público para transformarse en potentados, dueños en forma directa o indirecta de un sinnúmero de empresas vinculadas con negocios millonarios difíciles de explicar, gozando obviamente del apoyo de poderosos grupos empresariales y políticos.

Nuestras instituciones democráticas siguen presentando vacíos de funcionamiento que permiten que estos grupos operen impunemente dejando sin resguardo a aquellos funcionarios que quieren actuar honestamente.

Afortunadamente, existen periodistas valientes que se han atrevido y se atreven a investigar a estos personajes y a contar públicamente sus tropelías, gracias a lo cual nos hemos enterado del accionar y el perfil de estos sujetos. Diversas personas de nuestra confianza nos han señalado que los riesgos de enfrentar a estas fuerzas no sólo pueden alcanzar el plano judicial (lo que ya es bastante preocupante dada la actuación pública de algunos pocos jueces) sino que podrían llegar a extremos aún peores. No negociar –desde cargos públicos de alta responsabilidad– con “influyentes” a los que les faltan escrúpulos pero les sobra la plata implica asumir en la Argentina de hoy riesgos personales altísimos.

En forma cotidiana me pregunto si realmente vale la pena.

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