DESPUES DE 18 AÑOS DIRIGIENDO LA RESERVA FEDERAL
El legado de Alan Greenspan al fin de 18 años al frente del banco central de EE.UU. es bastante mixto y, bajo George W.
Bush, ciertamente decepcionante.
› Por Claudio Uriarte
Fue su última semana al cabo de unos largos y tumultuosos 18 años piloteando la Reserva Federal estadounidense, y lo cumplió con uno de esos ajustes gradualistas (en este caso, una suba de un cuarto de punto, a 4,50 por ciento) de la tasa de interés, su herramienta base de política monetaria, en una más de esas medidas que, por su gusto por la prolijidad y las decisiones que siempre parecieron milimétricamente calibradas, le merecieron apodos como “Maestro”, “mago de las finanzas” o “piloto de la transformación y crecimiento de la economía norteamericana”. Pero, ¿lo fue realmente? Alan Greenspan, de 78 años, deja en realidad un legado mixto al cabo de su desempeño al frente de la Fed. Parte de su fama fue resultado de su destreza autopublicitaria frente a los mercados, los medios de comunicación y la opinión pública, en un ejercicio en el que Greenspan nunca se ruborizó en decir al mismo tiempo cosas contradictorias de modo de poder quedar de pie de algún modo si alguna de sus predicciones fallaba. Así ocurrió, por ejemplo, con su hoy célebre advertencia de una “burbuja especulativa” y de una “exuberancia irracional” de los mercados en los años de bonanza de Bill Clinton. En realidad, fue sólo una de las cosas que dijo en esos años, cuando colaboraba al mismo tiempo con la política económica del entonces presidente.
De los cinco años que pasó bajo la mirada de su correligionario republicano George W. Bush, su decisión más polémica y políticamente partisana fue apoyar las políticas de reducción de impuestos a las corporaciones y los más ricos, llegando al punto de recomendarlas en el Congreso. El resultado fue que un superávit presupuestario nacional de unos 400.000 millones de dólares se evaporara con rapidez, y se convirtiera en un déficit fiscal en torno de la misma cifra. Fue un remate de favores, no una política económica. Pero, como siempre, y cuando los resultados se mostraron decepcionantes, allí estuvo el viejo y astuto Alan desmarcándose de sus dichos y admitiendo que “quizá se hubiera equivocado” al predecir un boom económico como resultado del remate. En este sentido, ejemplificó de manera irónica la voltereta ideológica que, desde Ronald Reagan (quien lo nombró en primer lugar) en adelante, han protagonizado republicanos y demócratas: mientras los primeros tradicionalmente eran los defensores de una política fiscal ajustada y los segundos los “big spenders” o derrochones, desde los ‘80 es exactamente al revés (exceptuando quizá la mediocre presidencia de George Bush padre, a quien la ruptura de su promesa “no new taxes”, no más impuestos, posiblemente le haya costado la reelección). La diferencia, claro, es que los demócratas gastaban en planes de promoción e integración social; los efectos de la política de Bush, en cambio, pueden medirse por los efectos del huracán Katrina, que mostraron la desnudez presupuestaria del emperador –junto con el legado del racismo en estados como Louisiana– cuando hizo falta dinero y lo único que pudo hacer Bush fue formular –y tardíamente– un hiperambicioso programa de reconstrucción para el que nadie sabe de dónde saldrá el dinero.
En términos de política monetaria estricta, el legado del último Greenspan también resulta decepcionante. Cuando la economía se enfriaba y particularmente después de los atentados del 11 de septiembre, un Greenspan que parecía cada vez más en pánico redujo sucesivas veces las tasas de interés (nuevamente, por un cuarto de punto) en un intento de estimular el mundo de los negocios. En un momento, el dinero llegó a costar lo mismo que en 1960. La economía salió de su recesión. En cierto sentido, esto era natural, con un dinero tan barato y los cientos de miles de millones que Bush había inyectado en el mundo empresarial. Luego Greenspan dio un golpe de timón y empezó a subir la tasa (nuevamente, en periódicos ajustes del 0,25 por ciento). Lo que quedaba de conservador clásico en él empezó a temer un disparo de la tasa de inflación. Pero, como observó el economista Stephen Roach, de Morgan Stanley, en un reciente artículo, una de las ganancias esperadas de la globalización: “La creación de trabajos y de ingresos reales en las naciones industrializadas maduras está seriamente retrasada de acuerdo con las normas históricas. Ahora es común para las recuperaciones económicas venir sin trabajos o sin sueldos –o los dos casos– (...). Y eso está ocurriendo en Estados Unidos.”
Tal vez se trate de un retiro oportuno. En el sentido que ocurre cuando EE.UU. entra en una nueva era, y Greenspan todavía podrá sacar algo de su galera (para su bio y/o autobiografía) de modo de decir: “Yo te avisé”.
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