INTERNACIONALES > DETRAS DEL RECHAZO SINDICAL-ESTUDIANTIL AL CPE
Francia se encuentra en estado de sublevación contra un polémico “Contrato Primer Empleo” de flexibilización laboral. Pero dista de sublevarse contra eso solo.
› Por Claudio Uriarte
Decir non se ha vuelto una actitud muy francesa. Jacques Chirac dice non a abrir las industrias europeas de servicios a la competencia, aunque Francia es la mayor exportadora europea de servicios. El ex presidente Valery Giscard d’Estaing dice non a la aceptación de Turquía como miembro de la Unión Europea. Más recientemente, los franceses en masa dijeron non al proyecto de Constitución Europea. Ahora, estudiantes y sindicatos dicen non al Contrato Primer Empleo del primer ministro Dominique de Villepin. Es una actitud francesa que, de acuerdo al gusto gálico por las vanguardias, está desbordando sus fronteras. En Italia, Silvio Berlusconi dice no a permitir que trabajadores polacos y de otros nuevos miembros de la Unión Europea trabajen en su país (Francia hace lo propio en el suyo) mientras España se une a Gran Bretaña en abrir su mercado de trabajo a jóvenes provenientes del Este europeo. Y también Italia se queja de que sus compañías tengan bloqueado el acceso a la compra de firmas de servicios francesas o de un banco polaco, mientras grandes partes de su economía están acorazadas contra cualquier competencia de otros países europeos.
Estos hechos, documentados en un reciente artículo de Denis Mac Shane, actual parlamentario laborista y ex ministro para Europa del gabinete de Tony Blair, pueden ilustrar una parte de la interminable crisis social, espoleada por las torpezas del gobierno de Villepin, que sigue viviendo Francia. Pero otra parte viene ilustrada por una descripción menos contemporánea, pero que hoy suena extrañamente presente. En Extraña derrota, un ensayo escrito a la zaga del impacto de la capitulación francesa en 1940, el historiador Marc Bloch escribió: “Tengamos el coraje de admitir lo que ha sido vencido en nosotros mismos: son nuestras preciadas costumbres de provincia. El lánguido paso de los días, la lentitud de los buses, las soñolientas autoridades, las peleas políticas de corta mira, los artesanos sin ambiciones, nuestro gusto por el déja vu y desconfianza de cualquier cosa inesperada que pueda irrumpir molestamente en nuestros aburguesados hábitos. Todo eso sucumbió a la dinámica energía de Alemania y sus zumbantes avispas”. Para ponerlo en contexto, las Alemanias de hoy serían China e India, y los “aburguesados hábitos”, una semana de 35 horas –lanzada con bombos y platillos por los socialistas contra el desempleo pero que no logró enteramente nada: ni subirlo ni bajarlo– junto a toda una batería de privilegios que vuelven a Francia el mejor país del mundo... para ser empleado público.
¿Puede deducirse, de estos elementos, que la France vive hoy en estado de negación? En 1789, la Revolución Francesa alumbró el camino que seguirían otras naciones hacia la constitución de las actuales democracias occidentales. En 1968, la revuelta de los estudiantes parisinos cambió profundamente la cultura, la sociedad, las relaciones entre los sexos y entre las jerarquías. Pero lo que se defiende hoy no es el cambio, sino el statu quo. Parece existir la esperanza de una especie de “Fortaleza Francia”, opuesta a los cambios en el mundo y a lo que los críticos denuncian llorosamente como “pensamiento único” (sin preocuparse por tratar de pensar otra cosa). Pero luchar contra la globalización es como militar contra la lluvia. Tarde o temprano, los mejores jóvenes de Francia emigrarán a países de mayores horizontes, mientras medidas como el Contrato Primer Empleo irrumpirán de facto en su rígido mercado laboral.
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