DESPUES DE LA PEOR SEMANA BURSATIL DESDE 1998
El capitalismo de los 90 terminó de morir y puede estarse en medio de una “doble recesión”.
› Por Claudio Uriarte
Fue la peor semana para
Wall Street desde octubre de 1998, cuando parcialmente debido al impacto
de la crisis de Rusia, que había devaluado su moneda y entrado en default
de su deuda interna el índice industrial Dow Jones cayó
por debajo de los 8000 puntos. Esa marca volvió a desfondarse el viernes
y el motivo es una suerte de crisis rusa instalada dentro de la economía
estadounidense: el default serial de las grandes corporaciones en la confianza
de consumidores y votantes, un gobierno cuyos principales funcionarios aparecen
cada vez más en connivencia con esas corporaciones y cuyo presidente,
George W. Bush, fue desenmascarado esta semana por el economista Paul Krugman
como poco más que un vulgar estafador en su compra del equipo de béisbol
Texas Rangers a fines de los 80 y una economía que, lejos de recuperarse,
es cada vez más deficitaria en cada frente, y bien puede estar en el
medio de una double-dip recession, una recesión donde una caída
sólo es sucedida por otra.
De algún modo, lo que iba a pasar quedó prefigurado el lunes,
otro día de pánico que fue gatillado por un catastrófico
discurso de George W. Bush en la Universidad de Alabama, donde, sordo a las
críticas, el accidental jefe de la Casa Blanca intentó torpemente
depositar la culpa de los escándalos empresarios en su predecesor Bill
Clinton. El mercado respondió huyendo. Luego fue el turno de Alan Greenspan,
titular de la Reserva Federal. Greenspan es un personaje más serio que
Bush: de hecho, lo que está pasando es el cumplimiento de su profética
advertencia de 1997, cuando dijo que Wall Street estaba atravesando un período
de exuberancia irracional. Pero esta vez, el republicano Greenspan
estuvo tan poco serio como el presidente: por dos días consecutivos,
bajo el escrutinio de los comités de Finanzas del Senado y la Cámara
de Representantes, el jefe de la FED repitió que todo estaba bien. Fue
un ejercicio de negación que sólo un niño y uno no
demasiado inteligente, hay que decirlo podría haberse creído:
los déficit de cuenta corriente no importan, la caída del dólar
no importa, el creciente déficit fiscal no es el resultado de las billonarias
rebajas de impuestos para ricos y corporaciones de George W. Bush, la recuperación
está en marcha, los escándalos financieros pasarán y, para
rematarlo todo, los fundamentos de la economía están en
su lugar para un retorno a un sólido crecimiento sostenido. Era
demasiado, pero por un par de días los mercados simularon creerle, posiblemente
forzados por los consejos de las empresas de corretajes que, interesadas en
mantener el precio de las acciones, hicieron de prudente loro de las declaraciones
de Greenspan.
Sin embargo, para el jueves todo había cambiado. AOL-Time Warner, el
grupo de medios e Internet más grande, fue hallado culpable de contabilidad
creativa; Solomon Smith Barney, la mayor firma financiera de EE.UU., fue
acusada ante la Justicia por un ex empleado de haber favorecido las acciones
de compradores privilegiados a cambio de un retorno posterior, y se había
revelado que el vicepresidente Dick Cheney, en lo que ya es la jugada peón
4 al rey del fraude empresario, había comprado acciones de la petrolera
Halliburton cuando era su presidente y las había vendido en el último
momento posible sabiendo que iban a caer ganando 18,5 millones de
dólares en la transa. Para el viernes, Daimler-Chrysler y Johnson &
Johnson estaban bajo la lupa del Departamento de Justicia. El resultado acumulativo
fue la catástrofe de Wall Street y el resto de las bolsas del mundo:
el derrumbe de un castillo de naipes financieros que inevitablemente arrastrará
a la llamada economía real.
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