AUMENTO DEL PRECIO INTERNACIONAL
La cotización de la leche en polvo se disparó en el exterior. Para evitar más retenciones, el sector propone un “fondo especial” para tamberos.
› Por Claudio Scaletta
El mercado lácteo vuelve a ofrecer por estos días un excelente muestrario para pensar en política económica. El precio de exportación de la leche en polvo se disparó y, en solo un par de semanas, pasó de unos 2100 a 2700 dólares la tonelada sin que nada indique que el proceso de suba haya terminado. Y la leche, a diferencia de la soja, sí está en el Indice de Precios al Consumidor, lo que augura algún ajetreo.
El debate no es viejo sino tradicional. Cuando se trata de la economía como ciencia, no es posible poner a los actores en un laboratorio y evaluar sus reacciones. Esto, al menos, es lo que dicen quienes defienden los procedimientos de las ciencias duras versus la heterodoxia epistemológica de las sociales. ¿No se puede? ¿El laboratorio no existe? La respuesta, antes que vieja, es conocida: el laboratorio es la realidad entendida como el devenir entre los actores sociales y funciona como un reloj. Así, los ejemplos de los efectos concretos de determinadas políticas en contextos diversos son abundantes. Allí están, como un manantial cristalino, los escaparates de la historia económica de aquí y allá. Pero las medidas económicas, a diferencia, por ejemplo, de las reacciones químicas, antes que cambios moleculares producen transferencias de recursos. Además, persistiendo en la analogía, las moléculas de la economía ofrecen resistencia a las mutaciones, se organizan en corporaciones, pagan publicidad en los medios de comunicación y financian las carreras de algunos funcionarios. La evaluación, en consecuencia, demanda algo más que un microscopio, aunque, ciencia al fin, también consiste en poner la mira en el lugar indicado.
Y tratándose de la leche los lugares son dos:
1. Los precios que deberá pagar el consumidor.
2. La distribución del mayor valor al interior del circuito.
La lógica seguida hasta ahora por el sector público fue concentrarse en el primer punto. La lógica del sector privado, especular con el segundo. Según argumentaron en su momento las usinas lácteas, a pesar de la expansión sectorial y los aumentos de precios y exportaciones, no resultaba posible elevar el precio pagado por la materia prima. La razón no era mezquindad, tampoco poder oligopsónico, sino el aumento de las retenciones decididas por Roberto Lavagna a pocos días de su partida del Gobierno. Tras mucho perseverar, los empresarios lograron convencer a Felisa Miceli, quien dio marcha atrás con la suba de su antecesor. Como previeron algunos analistas, los mayores ingresos conseguidos por las usinas con la baja de retenciones no se trasladaron hacia abajo en la “cadena”. No obstante, más allá de la continuidad de la puja al interior del circuito, todo permaneció en calma al son de la estabilidad relativa de la inflación vigilada.
Pero nada está quieto en el universo. La baja en la provisión mundial por la sequía australiana y, otra vez, el aumento de los estándares de consumo alimentario en Asia, siguen impulsando los precios, que pronto podrían alcanzar, siempre para la leche en polvo, los 3000 dólares la tonelada. Mientras tanto, en Argentina la producción crece más que el consumo interno, casi 6 por ciento interanual para los primeros diez meses del año contra algo más de 4 por ciento, la diferencia son las mayores ventas al exterior, que entre enero y septiembre crecieron el 7,7 por ciento.
En este contexto las usinas temen “lo peor”. Es decir, que el sector público siga concentrado en su lógica y aumente retenciones para absorber los mayores precios externos. ¿Qué hacer?, deben haberse preguntado los gerentes. También seguir la lógica privada: meter a los tamberos en la discusión y sacar a las retenciones del centro de la escena.
El jueves pasado hubo reuniones de “propuestas” en la Secretaría de Agricultura. En teoría se trató la manera de trasladar los mayores precios externos a lo que se paga por la materia prima. En el complejo lácteo quieren que esta vez la diferencia no se la lleve el Estado y ofrecieron una suerte de autorregulación. Según el plan presentado al Gobierno, la oferta fue precisamente tratar de mantener estables los precios internos a cambio de capitalizar los precios de exportación, pero con la promesa de que “algo se traslade” al precio recibido por los productores primarios. El mecanismo propuesto consiste en que el diferencial entre valores externos e internos, que podría ser captado por mayores retenciones, se constituya en un “fondo especial” destinado a un mayor precio para los productores, precio que a su vez sería determinado “técnicamente por un auditor externo”. ¿Quedarán, esta vez, todos contentos?
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