NOTA DE TAPA
› Por Claudio Scaletta
Cuando se habla del actual crecimiento de la economía, el análisis suele focalizarse en el agregado de las cifras nacionales o, a lo sumo, en algún sector de la economía, como la construcción, el campo o las manufacturas. Sin embargo, el crecimiento también presenta hoy muy claros correlatos locales: la expansión de las economías regionales ligadas al desarrollo de los complejos agroindustriales. Uno de los efectos más claros del modelo de los ‘90, en especial en el post Tequila, cuando la sobrevaluación de la moneda se hizo evidente, fue la progresiva destrucción de las producciones del interior. Finalizada la sobrevaluación, y con el inesperado agregado del viento de cola de los precios internacionales, muchas regiones iniciaron una rápida recuperación primero, y algunas una clara expansión después. Aunque con niveles de crecimiento dispares, muchos complejos crecieron por encima del promedio nacional. Como en general las regiones productivas no suelen corresponderse con las fronteras políticas de los estados provinciales, un buen camino para aproximarse a ellas es a través del análisis de los llamados complejos o circuitos productivos. Aquí una muestra de algunos de los más relevantes.
A mediados de la década pasada la producción de azúcar rondaba el millón y medio de toneladas, una cifra que, aproximadamente, coincidía con el consumo interno. Este volumen se mantuvo estable hasta 2001, con un pico de 1,75 millones de toneladas en 1998.
A partir de 2002 comenzó un período de crecimiento continuo que llegó a 2,44 millones de toneladas en 2006. El consumo interno siguió manteniéndose en torno del 1,5 millón de toneladas. El saldo resultante se expresó en un salto exportador. En 2006 se vendieron al exterior 714 mil toneladas por 241 millones de dólares, valores que ubicaron al país entre los diez principales exportadores mundiales de azúcar. La mejora fue del 33 por ciento en volumen y del 94 por ciento en divisas, lo que refleja el excelente comportamiento de los precios. Así, el ciclo ascendente del complejo azucarero es inseparable de las buenas señales del mercado internacional. El desarrollo de los biocombustibles, de los que la caña de azúcar puede ser insumo, asegura la continuidad del fenómeno.
El 65 por ciento del azúcar se produce el Tucumán y el 35 restante se reparte entre Salta y Jujuy. Hacia el interior del circuito, medido por el valor al productor, los ingresos alcanzaron el último año los 660 millones de dólares: 90 por ciento más que a mediados de los ‘90 y 50 más que en 2001.
A fines de los ‘70, el área sembrada con vid superaba largamente las 300 mil hectáreas. Durante los ‘90 cayó a un promedio de 200 mil. Desde 2001 comenzó una lenta recuperación. La zona productora vitivinícola por excelencia, donde el complejo tiene un peso significativo en la economía regional, es Cuyo. Mendoza concentra alrededor del 70 por ciento de las cerca de 230 mil hectáreas plantadas con viñedos y San Juan poco más del 20. No obstante, la producción se expande hacia el norte hasta Salta, y en años recientes, hacia el sur hasta la Patagonia norte.
Pero en materia vitivinícola, la verdadera transformación no puede medirse por las cantidades brutas de la producción primaria, sino por la calidad del producto final y el crecimiento de las exportaciones. El fenómeno preponderante fue la transición productiva de los vinos sin clasificación, destinados principalmente al consumo interno, hacia los varietales con miras a la exportación. El proceso de mayor agregación de valor implicó también, junto con los cambios en las pautas de consumo, transformaciones profundas en la producción vitícola.
A principios de los ‘90 las ventas al exterior del complejo estaban próximas a los 50 millones de dólares. Por entonces las exportaciones de mostos más que duplicaban a las de vino: 34 millones contra algo más de 15. Para 2001 ya se exportaban vinos por 150 millones de dólares y mostos por 50. En 2006 las cifras preliminares muestran que las exportaciones rozaron los 500 millones de dólares, un record absoluto, de los que poco más del 20 por ciento fueron mostos y casi el 55 por ciento vinos varietales. A pesar de la retracción del consumo interno, el complejo muestra un crecimiento notable y ayuda a explicar el 12,5 por ciento del crecimiento del producto mendocino en 2006, 4 puntos por encima del nacional.
La cadena frutocitrícola es un complejo agroindustrial extendido que abarca desde los limones del NOA, pasando por las naranjas de la Mesopotamia, a las frutas de pepita de la Patagonia norte. Además de los productos en fresco el complejo produce, como derivado más relevante, jugos concentrados, mayormente exportados.
Si bien considerarlo en conjunto implica el riesgo de sumar, literalmente, limones con manzanas, existen algunos elementos de los procesos productivos y de distribución que permiten una consideración unificada. El primero consiste en que el empaque, frío y distribución son progresivamente controlados por firmas vinculadas al capital supermercadista de los países de destino. El segundo es que los cambios de gustos –también modas– en los países compradores provocan aceleradas transformaciones en la oferta, proceso más sensible en las frutas de pepita que en cítricos. El tercero es el carácter mano de obra intensivo de la producción, tanto para las tareas de cultivo y cosecha como para el empaque.
En lo que respecta a la fruticultura, las producciones más importantes son las de peras y manzanas, las que en un 85 por ciento se producen en los valles Alto y Medio del Río Negro y el 15 restante en el mendocino valle de Uco. En 2006 se exportaron manzanas por 116 millones de dólares y jugos concentrados de la misma fruta por 50 millones. Las previsiones para la campaña actual muestran incrementos de hasta el 50 por ciento en los volúmenes comercializados, tanto por mejoras en la calidad de la oferta como por reducción del stock mundial.
Pero el verdadero crecimiento frutícola se produjo en peras, de las que Argentina ocupa el primer lugar en el ranking exportador, con un 30 por ciento del mercado mundial. Si se compara 2006 con 1997, el último buen año antes del inicio de la recesión, la producción en fresco creció el 28 por ciento, las exportaciones el 42 por ciento en volumen –pasaron de alrededor de 250 a 400 mil toneladas– y el 18 en divisas, aunque es probable que en este diferencial exista un sesgo de subfacturación. En tanto, la producción de jugos concentrados, con destino exclusivo a la exportación, creció el 43 por ciento. Las cifras oficiales muestran para el complejo frutícola ingresos por exportaciones cercanos a los 500 millones de dólares, pero fuentes del sector reconocen que la cifra real podría duplicar la oficial. A estos valores deben sumarse los ingresos crecientes de las ventas en el mercado interno.
En cuanto a los cítricos, Argentina ya ocupa el 8 lugar en el ranking de exportadores, con un 4 por ciento del total mundial comercializado, aunque en limones llegó a cerca del 30 en 2005. El producto estrella del circuito, tanto medido en cantidades producidas como en ventas al exterior, es sin dudas el limón. Entre 2001 y 2005 las exportaciones pasaron de unas 250 mil a casi 360 mil toneladas, en buena medida por la apertura de nuevos mercados en América del Norte y Ucrania. En 2006 se produjo un quiebre de la tendencia por procesos de reconversión en la economía del NOA, con una importante caída de 10.000 hectáreas en el área implantada. Según los analistas locales, en respuesta a los bajos precios recibidos por los productores en la campaña anterior (ver aparte).
La Argentina produce tabaco en los heterogéneos circuitos de las provincias de Misiones, Tucumán, Salta y Jujuy, las principales productoras con más del 90 por ciento del total nacional. La tendencia de las últimas campañas fue una reorientación a la exportación en un contexto de caída tendencial del consumo interno, pero con un balance de aumento de la producción. A pesar de los cambios tecnológicos, la tabacalera sigue siendo una producción mano de obra intensiva: demanda 130 jornales por hectárea cuando otros cultivos intensivos, como el algodón y la caña de azúcar, demandan 28 y 65 jornales, respectivamente. En 2006 las exportaciones alcanzaron el nivel más alto de los últimos diez años, superando las 100 mil toneladas que representaron 250 millones de dólares, 11 por ciento por encima de 2005. Así, a pesar de que el consumo interno se mantiene en los niveles promedio de la última década –1,9 mil millones de atados anuales–, el comercio exterior y los buenos precios internacionales se sumaron para asegurar la continuidad del crecimiento del circuito. De acuerdo a cifras oficiales, en la campaña 2005/2006 el valor global de la producción primaria superó los 800 millones de pesos.
El lácteo, un circuito clave en la producción del Litoral, este de Córdoba y sur de Santa Fe, se cuenta entre los complejos que más padecieron la década de los ‘90, período caracterizado, luego de un despegue inicial, por caídas de la producción, cierre de tambos y aumentos de las importaciones. Pero a partir del cambio de precios relativos el sector comenzó a recuperarse aceleradamente. El número de vacas y tambos no regresó todavía a los máximos históricos, en parte por el cambio tecnológico que demanda mayor escala en los tambos y vacas más productivas, pero otros indicadores comenzaron a marcar año a año nuevos records, en especial las exportaciones. Durante 2006 las ventas al exterior alcanzaron, según proyecciones de la Secretaría de Agricultura, 320 mil toneladas y 730 millones de dólares. Las cifras de consumo interno son menos auspiciosas. En 2000 se alcanzó un record de consumo con 230 litros/año por habitante, un 20 por ciento más que en la actualidad. Los datos de 2006 todavía no están, pero en 2005 se elaboraron 1.362.000 toneladas de productos lácteos y 1600 millones de litros de leches fluidas, por un valor bruto de la producción total a salida de fábrica del orden de los 8275 millones de pesos. La producción primaria rondaba los 9500 millones de litros, con lo que el país se ubicaba 16 en el ranking mundial. Por producto la cosa cambia. Argentina es el 3 productor mundial de leche en polvo entera, con el 9 por ciento del total mundial y 7º en quesos.
Otro punto relevante es que el cambio de perspectivas dio lugar a partir de 2004 a una ola de inversiones, fundamentalmente extranjeras, orientadas a la exportación, especialmente de leche en polvo y en menor medida de quesos. Aunque la postconvertibilidad se caracteriza por una recuperación de la producción, el balance preliminar muestra sobre todo una reorientación exportadora del complejo en detrimento del mercado local.
Las cifras de producción y exportaciones regionales son sin duda brillantes, pero admiten un matiz. Las economías regionales son, en general, circuitos agroindustriales. Uno de los principales problemas de esas cadenas se encuentra en la distribución de la renta a su interior. En todos los complejos analizados se detecta, como dato unificador, la presencia de fuertes asimetrías de poder de mercado entre los actores, lo que significa que sólo unas pocas firmas dominantes tienen la capacidad de fijar precios. En un contexto de globalización y financierización de la economía mundial, estos actores son –cada vez más multinacionales, con lo que la capacidad de determinación de precios trasciende las fronteras locales.
El efecto concreto sobre el funcionamiento del circuito es que esta capacidad de fijar precios permite la extracción de una renta diferencial. Para los eslabones más débiles de la cadena, los “tomadores de precios”, por lo general productores primarios –pero no solamente–, se traduce en dificultades para la reproducción de su capital. En los casos extremos, la imposibilidad de reproducción, simple y ampliada, del capital puede llegar a la expulsión del actor del circuito, con su consecuente contracara de concentración y centralización del capital.
Podría creerse que finalmente se está frente a una shumpeteriana “destrucción creadora” o, más descarnadamente, frente a un típico proceso de selección natural del capitalismo, durísimo con quienes no pueden seguir sus reglas. Sin embargo, el problema es otro. Las asimetrías en la fijación de precios son una “falla de mercado”, cuya figura más repetida en las economías regionales es el oligopsonio, una situación condenada incluso por la teoría más ortodoxa, que recomienda la intervención estatal para corregir la falla. Este último punto lleva al segundo dato unificador: la virtual ausencia del Estado como corrector de las fallas de mercado, dato que a su vez diferencia a las economías regionales locales de las economías de los países más avanzados.
Por último, en un contexto de oligopsonio en los mercados agroindustriales, las políticas de retenciones a las exportaciones suelen convertirse en justificativo de los menores precios pagados a los productores primarios. De acuerdo con esta lógica, el tributo “se baja” a los actores más débiles. Sin embargo, el problema no está en el tributo en sí, sino en la propia estructura de mercado. Nada garantiza, como quedó en su momento demostrado con los precios de la leche fluida, que la ausencia o disminución del tributo se traduzca en la mejora de los precios primarios.
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