Dom 04.08.2002
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EL ESTALLIDO DE LA DESOCUPACIóN, LA POBREZA Y LA INDIGENCIA

Consecuencias de las políticas de los ’90

Daniel Kostzer, experto en economía laboral, analiza los últimos datos de desempleo y pobreza. Sostiene que, más allá de la coyuntura, son el resultado de una década de políticas ofertistas.

Por Daniel Kostzer *

No por anunciadas o presagiadas, las cifras del desempleo dejan de ser dramáticas. Los casi 3 millones de desocupados, que se suman a una cantidad similar de personas subocupadas de manera involuntaria, muestran una situación crítica, tanto a nivel macroeconómico como desde la perspectiva del drama individual y familiar que implica la imposibilidad de garantizar un ingreso para la supervivencia del hogar. Un dato que tal vez pasó desapercibido es el de la significativa disminución de la tasa de actividad, lo cual es el resultado del desaliento de miles de personas ante la imposibilidad de conseguir trabajo, o no poder afrontar los costos de esta búsqueda. Estos desalentados constituyen el desempleo encubierto, señalando la destrucción real de puestos de trabajo, en una cifra superior a los 700 mil en relación a mayo de 2001, período en el que no se podía hablar de una economía floreciente.
Impacta también el incremento en el GBA –no se disponen aún los datos desagregados para el resto de los aglomerados– del desempleo de los jefes de hogar, con una tasa específica de más del 17 por ciento. Esta situación es de por sí espeluznante, pero tratándose de los responsables de garantizar los más elementales bienes para el hogar, es aún más crítico. Cuando el jefe del hogar pierde su empleo, en un futuro inmediato ingresan al mercado de trabajo su cónyuge y alguno o todos los hijos del hogar. Este proceso incluye algunas veces niños que abandonan la educación e inclusive a adultos mayores que aportan su jubilación al hogar.
Si no hay recuperación de los niveles de actividad económica, es de esperarse que en la próxima onda el desempleo abierto y el encubierto se incrementen significativamente. Esto se da en un contexto de subas en los precios de la canasta básica alimentaria, lo cual redunda en incrementos de la indigencia y la pobreza con una aceleración de más del 13 por ciento por cada 10 por ciento de alza en los precios.
Todo esto es el resultado de un par de décadas de políticas ofertistas, llevadas hasta el paroxismo desde 1990, que pregonaban el rebalse y goteo de la riqueza, y que básicamente demostró la voracidad de los que fijaban las reglas del juego, la desaprensión de los técnicos que les sirvieron de sustento teórico, así como la funcionalidad de la clase política que, detrás de un supuesto pragmatismo, legitimó las medidas que terminaron por deslegitimar a los políticos.
Este ofertismo indujo a la desregulación del mercado de trabajo en aras de una supuesta modernización, expulsando y desprotegiendo a asalariados, precarizando el empleo. Debilitó a la seguridad social, abandonando a los más vulnerables: jubilados y pensionados. Pero por sobre todo, deterioró la capacidad de consumo de los vastos sectores de la sociedad que dinamizaban la economía argentina. El empleo viene cayendo desde agosto de 1998, alineado con el nivel de actividad económica. De recuperarse la marcha de la economía no hay garantías de creación de empleo en el corto plazo si se insiste en las viejas recetas. Posiblemente si esto último ocurriera, ni siquiera se puede pensar en una leve primavera de reactivación, especialmente si persiste el fenómeno de contagio entre los vecinos, en particular Brasil.
El tema del empleo no puede ser tomado como mero resultante de la política económica, debe ser el centro, el eje en el que pivotea la política económica. El resto de las variables, política monetaria y cambiaria, negociación de la deuda externa, política fiscal, orientación sectorial y en especial el gasto público, se deben definir en función de metas concretas de creación de puestos de trabajo y reducción de la tasa de desempleo y la pobreza e indigencia.
Es cierto que el entorno macro no es el más indicado. Parecería que estamos en presencia de un “modelo” con más incógnitas que ecuaciones, y por lo tanto no tener solución. Pero es claro que todas las medidas orientadas por el lado de la oferta mostraron su ineficacia y por sobre todo su perversidad, al punto que muchos de los teóricos de entonces hoy sólo ensayan argumentos dignos de un curandero milagroso como es el caso de la dolarización. La situación es de una típica depresión por falta de demanda. Y en estos casos la medicina es clara: inducir a la población a gastar, pero para ello antes, hay que garantizar el acceso a un trabajo, un ingreso.

* Economista
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