EL IMPACTO EN LA ECONOMIA DE LAS NUEVAS TECNOLOGIAS
La nanomedicina, los biocombustibles y la biotecnología van teniendo cada vez más influencia en el desarrollo económico de los países.
› Por Tomas Lukin
En la década del ’90, los países de la periferia aportaban el 70 por ciento del tiempo de trabajo mundial dedicado a la producción de manufacturas. Al mismo tiempo, su participación en el valor agregado global de esos mismos bienes era apenas del 22 por ciento. Estos datos de la OIT reflejan que, si la Argentina no se inserta como agente activo en la producción y desarrollo de tecnologías de punta, su papel quedará reducido a la provisión de recursos naturales y al suministro de mano de obra no calificada. El impacto en la vida cotidiana de las nuevas tecnologías, como la nanomedicina, los biocombustibles y la biotecnología, va mucho más allá de lo que la mayoría reconoce en los multifuncionales celulares o en los alimentos transgénicos que se encuentran en las góndolas de los supermercados. Las nuevas tecnologías se introducen diariamente sin ser percibidas por los consumidores. La expectativa que generan lleva a pronosticar una revolución industrial. Alejandro Alvarez, jefe de asesores de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación, comentó a Cash que “solamente las nanotecnologías significan un mercado mundial que genera más de 45 mil millones de dólares anuales en los países centrales”.
En Argentina, las actividades de innovación, las tecnologías de punta y las investigaciones tecnológicas muestran un perfil cultural y económico muy dependiente de capitales externos. Lo evidencia una balanza de pagos tecnológica altamente deficitaria. Economistas ortodoxos, como Jorge Avila del CEMA, afirman que la Argentina no debe destinar esfuerzos a producir la tecnología sino a “crear las condiciones institucionales que permitan absorber la tecnología generada por los líderes” globales. En cambio, los defensores de los sistemas nacionales de innovación enfatizan la necesidad de que se consideren los avances tecnológicos como una actividad endógena. Sostienen, entonces, que es necesario adaptar las tecnologías a los contextos locales.
Las nuevas tecnologías parecen tener asegurados altísimos niveles de productividad y rentabilidad, pero existen importantes limitaciones que condicionan su desarrollo en la Argentina. La investigadora del Centro Redes, Diana García, mencionó a Cash “las dificultades para acceder a insumos importados, la falta de oferta de bienes y servicios, las dificultades de acceso al crédito y el bajo poder adquisitivo de la demanda”. Este panorama, según la investigadora, “conduce a la búsqueda de adaptaciones locales del producto o del proceso productivo. Así, las empresas dirigen sus esfuerzos a realizar cambios menores y no a la creación de innovaciones tecnológicas (y patentes)”.
El gasto nacional en Investigación y Desarrollo (I+D) representa el 0,49 por ciento del PIB, porcentaje bajo en comparación con los países centrales. La idea del Gobierno es elevar progresivamente la inversión destinada a Ciencia y Tecnología para que en el 2010 llegue hasta el 1 por ciento del PIB en el marco del llamado Plan Bicentenario. Brasil invierte, en cambio, el 0,97 por ciento de su Producto en I+D. En Europa la inversión en I+D del sector privado supera la del sector público, mientras que en Argentina sucede lo contrario.
Los defensores de los Sistemas Nacionales de Innovación enfatizan el carácter localizado y nacional de las innovaciones. Por esto consideran de suma importancia la interdependencia entre los sectores productivos y las relaciones entre las instituciones y su capacidad de adaptarse. Desde la Secretaría de Ciencia y Técnica afirmaron a este suplemento que “los avances en materia de tecnología nuclear y satelital y en biotecnología presentan fuertes potencialidades para protagonizar una mayor vinculación entre el sistema científico-tecnológico y el sector productivo. Se aprecian ya relaciones crecientes entre el sector primario de la producción y los desarrollos científicos y tecnológicos vinculados con la agricultura de precisión, así como entre la medicina o la provisión de energía y la tecnología nuclear”.
Facundo Peirano, investigador del Centro Redes y primo del ministro de Economía, advirtió en diálogo con Cash que “el aumento del gasto en I+D sin un incremento en la intensidad tecnológica de la estructura productiva podría estar indicando una baja capacidad de traducir este gasto en mayor generación de conocimiento productivo. A la inversa, un aumento de la intensidad tecnológica sin un incremento del gasto en I+D podría en realidad estar encubriendo actividades demandantes de mano de obra no calificada aun perteneciendo a sectores high-tech”. En Argentina ambos escenarios se superponen; entonces es necesario encontrar la proporción entre acumulación de capital, desarrollo del conocimiento e investigación que permita apropiarse de los frutos de las investigaciones que están llevando adelante aquellos que las desarrollan antes que los capitales de los países centrales.
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