PRODUCTORES, CADENA COMERCIAL Y LA INTERVENCION OFICIAL
La suba del precio de la papa impulsó al Gobierno a abrir la importación para contener los precios. Matices de un mercado hortícola complicado.
› Por Claudio Scaletta *
Primero fue el estrés de la lechuga, ahora es el de la papa. Cuando se juntan en un mismo discurso “productos agrícolas” y “suba de precios”, se sabe que inmediatamente los comercializadores hablarán del clima. Basta una seguidilla de bajas temperaturas o precipitaciones por encima o por debajo de lo normal para que los mercados hortícolas reciban algún impacto. Esto es inevitable. La reacción de los comerciantes, desde la más humilde verdulería a las grandes cadenas de supermercados, es aprovechar la ocasión. Así productos siempre baratos consiguen alcanzar en pocos días valores insólitos. Quizá al poco tiempo regresen a la normalidad, pero mientras tanto millones de consumidores habrán pagado de más y algunos habrán ganado millones, aunque no serán precisamente los productores primarios, a quienes los comercializadores les hablarán de los problemas de calidad generados por el mal tiempo.
El argumento es también tranquilizador. Tiene culpables fáciles: los comerciantes de todo tipo, el poder de mercado de algunas cadenas. Identificar al “malo” tiene la ventaja adicional de simplificar la realidad y volverla asequible.
Reaccionar, como lo hizo esta semana Comercio Interior, abriendo la importación frente al aumento del precio de la papa es una decisión que demandará necesariamente los subsidios anunciados. En su valor spot en Buenos Aires, la papa de Francia o de Canadá –el radiactivo imaginario del pasado impide volver a pensar en proveedores como Polonia– no sólo tendrá incluidos los fletes, sino también el trabajo incorporado del agricultor francés o el canadiense, quien recibe por su trabajo algo más que el cordobés o el tucumano y labora con otra relación de cambio con la divisa estadounidense.
Visto desde la poltrona del funcionario parece interesante correr con la vaina a los especuladores. Mirando desde la tribuna es digno de aplauso. En adelante los especuladores sabrán que no deben meterse con Comercio Interior, salvo que se anoten en el registro de importadores. Nunca se sabe.
Los economistas, encargados de aportar la cuota de serenidad y análisis al revuelo, tendrán oportunidad de despacharse sobre cómo aumenta el precio de los alimentos en el mercado mundial y detallar los instrumentos macroeconómicos para poner –o no– en caja los precios internos. En la Argentina post devaluación este es el abc para sentarse en la más humilde de las mesas de café. No faltarán, por supuesto, quienes hablarán de las necesidades de corto plazo, el subsidio a la importación, frente a las necesidades de largo, promover la oferta. Los funcionarios, en tanto, dirán que los 15 millones de pesos destinados a comprar fletes y trabajo extranjero no son nada para las arcas públicas, más considerando el efecto ejemplificador sobre los especuladores.
Pero más allá de la especulación y el clima –el único malo inimputable en esta historia–, vale considerar que en el circuito hortícola existen matices adicionales. Uno de los datos centrales debe buscarse en la intervención de Comercio Interior en el Mercado Central de Buenos Aires. Como fue señalado en otras oportunidades por Cash, el control de precios en este mercado mayorista sólo incidió en la baja de los precios pagados al productor y solo escasamente llegó al consumidor. En materia de formación de precios hortícolas la suba exponencial ocurre a la salida del MCBA y no en él. La baja persistente en algunos precios primarios, finalmente, termina afectando la producción, que es reemplazada por aquella que asegura mejor retorno.
Volviendo a la perspectiva del funcionario, el problema es complicado. Es posible imaginar cómo controlar precios en un mercado concentrador. Más difícil es hacerlo con el conjunto de las cadenas de distribución. Los acuerdos de precios son posibles cuando la oferta o la distribución están concentradas, pero la horticultura no se adapta a esta realidad. Existen múltiples canales alternativos, como lo mostró la caída de las transacciones que pasan por el MCBA. Con la papa, en cambio, algo falló y ganaron las expectativas y la inelasticidad de la demanda, integrada, entre otros, por más de 10 millones de pobres para quienes comprar papa, aunque esté cara, sigue siendo más barato.
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