EL DESAFIO DE INSERTAR A LOS PEQUEÑOS PRODUCTORES
El agro argentino se encuentra en un período de auge. Aparecen “efectos negativos”, como la concentración de la tierra y su contracara social en el despoblamiento rural.
› Por Claudio Scaletta
El agro argentino, dejando de lado las tensiones cotidianas, se encuentra en un período de auge que se explica, entre las razones principales, por el cambio técnico, la suba de los precios internacionales y la reducción de costos en dólares. Sin embargo, muchos analistas también están preocupados por algunos “efectos colaterales”. El primero es la concentración de la tierra emergente de la mayor escala reclamada por las nuevas técnicas. La contracara social inmediata es el despoblamiento rural, que también puede ser descripto como expulsión de los productores más débiles.
El problema no se presenta sólo para los productores tradicionales de cereales y oleaginosas, sino que se reproduce en todos aquellos cultivos que se encuentran en la base de todas las agroindustrias. Un caso paradigmático por estos días es el de los tamberos, pero no solamente. En las cadenas agroindustriales la demanda de materia prima está muy concentrada en unas pocas firmas, lo que pone en desventaja a la constelación de pequeños proveedores de la materia prima. Así, lo que sucede por el lado de la producción –cambio técnico, concentración– se retroalimenta por el lado de la demanda. El Censo Nacional Agropecuario de 2002, el último disponible, es abundante en la fundamentación estadística de este despoblamiento a través de la marcada reducción del número de explotaciones.
Frente a esta realidad el desafío consiste en cómo lograr la inserción de los pequeños productores para contrarrestar tanto la concentración, como el despoblamiento y sus consecuencias sociales. La pregunta de fondo, en términos de moda, es cómo lograr un desarrollo rural “socialmente sostenible”.
En las últimas décadas las economías más desarrolladas, por ejemplo, optaron por recurrir a fuertes subsidios a sus productores, no precisamente pobres, para evitar este despoblamiento y, estratégicamente, para no renunciar a contar con producción primaria propia. En la economía local también se recurre a subsidios, aunque la guía no parece ser la preocupación por la inserción de los pequeños, sino por el IPC.
Un trabajo que ya tiene un par de años, Temas fundamentales en la inserción de pequeños productores en cadenas comerciales para una estrategia de Desarrollo Rural, de los investigadores Carlos Rossi y Carlos León, reseña algunas de las variantes para tratar el problema, entre ellas:
La integración vertical por medio de contratos de los pequeños productores con una “empresa integradora”, obviamente de los eslabones superiores de la cadena, que “establece los requisitos técnicos y de calidad que deberá tener la producción primaria”, así como una orientación para lograrla, y que en contrapartida ofrece certeza en materia de asegurar la venta a un precio determinado.
La integración vertical asociativa, usualmente bajo la forma de cooperativa, de agentes que se encuentran en los distintos eslabones, a fin de “organizar distintas etapas de un proceso productivo”.
La constitución de Agroindustrias Rurales de pequeños productores. Una opción para muchas producciones tradicionales “que podrían incorporar innovaciones tecnológicas apropiadas para tener acceso a mercados locales, regionales, nacionales e internacionales dinámicos”. Esto podría funcionar, por ejemplo, en la elaboración de conservas de hortalizas, frutas, dulces, productos lácteos, artesanías textiles, productos de madera, cuero, cestería, pequeños molinos de cereales y otros farináceos, frutas secas, nueces confitadas, alfajores, entre otras.
Si bien el trabajo define las posibilidades asociativas para la integración parece no darle la importancia debida a una de sus principales trabas: la diferencia de poder de mercado entre los actores. En el caso de la agricultura de contrato siempre existen problemas con los precios, los que no suelen ser un dato más, sino núcleo de conflicto. La segunda variante parece inviable sin coordinación externa o, en su defecto, una voluntad cooperativa que hoy aparece como contracultural. La tercera, que surge espontáneamente en los márgenes de las economías regionales, podría funcionar mejor si se suma asistencia financiera y la labor de agencias de desarrollo.
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