AGRO E INFLACION: ELEMENTOS PARA UN DEBATE NECESARIO
El alza de los alimentos incide más sobre el presupuesto de los sectores de más bajos ingresos. Las medidas adoptadas por el Gobierno son leves paliativos.
› Por Miguel Teubal *
Cualquier familia puede construir su propio índice de precios en base a la canasta de bienes que consume habitualmente. Verá que durante los últimos años los precios de los alimentos aumentaron significativamente. Se trata de un factor importante puesto que el consumo alimentario es una necesidad básica ineludible para la población. Como consecuencia, el alza de los precios alimentarios incide significativamente sobre el presupuesto familiar afectando mucho más a los sectores de más bajos ingresos. El aumento de los precios de los alimentos no sólo es preocupante porque contribuye a que el proceso inflacionario se retroalimente, sino también porque incide sobre una mayor regresividad en la distribución del ingreso. ¿Por qué, entonces, suben los precios de los alimentos? Muchas han sido las razones esgrimidas durante diversas coyunturas: el alza de los precios internacionales de determinados commodities; mayor concentración en la etapa de intermediación entre producción y consumo; las heladas de este invierno que afectaron la producción de hortalizas, etc. Pero no se han planteado determinados factores estructurales inherentes al desarrollo del agro en nuestro país. Esta situación se ve reflejada en el modelo agrario implantado desde los años noventa y que se manifiesta, entre otros factores, en el auge que ha tenido el cultivo de la soja, sobre todo aquella producida con semilla transgénica.
Sin duda la producción agropecuaria global ha crecido en las últimas décadas y ese fenómeno ha contribuido a una sustancial prosperidad para un conjunto importante de productores. Año tras año aumenta la producción de cereales y oleaginosas. En la presente temporada se estima que se alcanzarían las 100 millones de toneladas, más de la mitad correspondiente a la producción sojera. Y se perfilan mayores aumentos aún para los próximos años, contribuyendo de ese modo a importantes superávit de la balanza comercial y fiscal, excedentes necesarios para el pago de los servicios de la deuda externa.
No obstante ese aumento de la producción global, la situación no está libre de inconvenientes. Se trata de una producción especializada en forma creciente en la soja transgénica orientada casi exclusivamente hacia la exportación. Se realiza en gran medida a costa de la producción de otros bienes agropecuarios de consumo popular masivo, tanto granos básicos como productos lácteos y ganaderos y frutas y hortalizas. Cabe destacar que gran parte de esa otra producción también se orienta cada vez más hacia los mercados de exportación. Como consecuencia, ha surgido “escasez” en el mercado interno y los diversos agentes de la cadena agroalimentaria aprovechan la coyuntura para aumentar los precios contribuyendo al proceso inflacionario. Así, en la actual coyuntura, los precios alimentarios aumentan más que el nivel general de precios.
Históricamente la Argentina se caracteriza por exportar el mismo tipo de producción que consume internamente. Por otra parte, la casi totalidad de esos alimentos consumidos se producen localmente. Pero a partir de la creciente especialización en la soja y la nueva orientación exportadora de gran parte de la producción, se reducen las disponibilidades en el mercado interno de carne, cereales, lácteos, e incluso de frutas y hortalizas. Estos procesos están acompañados por la desaparición de una multiplicidad de productores agropecuarios y por una gran concentración en grandes explotaciones, de semilleras, intermediarios e industrias procesadoras de la producción agropecuaria, que en general ejercen su poder oligopólico para aumentar los precios.
En definitiva, se trata de una cuestión inherente al sector agropecuario que tiene una repercusión nacional muy importante debido al problema de la inflación. Relevante porque afecta el ingreso de la mayoría de la población. Hasta ahora las medidas adoptadas por parte del Gobierno aparecen como paliativos leves frente a un problema que puede agravarse significativamente en el futuro. Se requiere un debate profundo no sólo por su impacto sobre la disponibilidad de alimentos básicos en el país y su impacto inflacionario, sino también por sus efectos ambientales e incidencia sobre la calidad de vida de la población. Esto no cambia por el destino que pueda tener la producción sojera: alimentar cerdos de los países desarrollados o producir agrocombustibles. La clave es el modelo de agricultura que le conviene al país.
* Economista, profesor de la UBA e investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones Gino Germani.
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