NOTA DE TAPA
› Por Roberto Navarro
Uno de cada tres desocupados es joven. Para el Ministerio de Trabajo, en esa categoría califican las personas de entre 18 y 24 años. De acuerdo con datos de la cartera laboral a los que tuvo acceso Cash, a pesar de que tanto el gobierno nacional como el de la provincia de Buenos Aires empiezan a encarar planes específicos para solucionar el problema, la desocupación en ese segmento alcanza el 21,6 por ciento, casi el triple que el nivel general de la población económicamente activa. La situación de las mujeres es mucho peor, con un impresionante desempleo del 31 por ciento, mientras que en los varones alcanza el 19. Según los especialistas consultados por este suplemento, la principal razón de ese cuadro social preocupante es la baja preparación educacional, tanto de los que no terminaron la secundaria como de los que la finalizaron en una institución situada en una zona poblada por clase media baja o baja. Además, por los bajísimos salarios que se ofrecen a estos jóvenes.
El 61,3 por ciento de los jóvenes que tienen trabajo está en negro. La mayoría de los que sufren ese estado se encuentra dentro del 30 por ciento más pobre de la población. Pero ahí no termina el problema: los jóvenes de entre 18 y 24 son el único segmento en el que la desigualdad sigue creciendo, en vez de disminuir. En la clase alta y media alta el panorama mejora constantemente, tanto que, aún con la carga de la inmensa mayoría a los que les va mal, el empleo pleno –bien pago y en blanco– ya alcanza en esta franja de edad el 26 por ciento, una cifra similar al nivel general.
“Los muchachos y chicas que no están consiguiendo trabajo tienen una muy baja habilidad laboral, están mal formados. En muchos casos no finalizaron la secundaria, pero hay muchísimos que sí la terminaron, pero igual no están preparados para trabajar, porque su nivel educacional es precario”, explicó a Cash Daniel Arroyo, ministro de Desarrollo Social de la provincia de Buenos Aires. Y agregó: “Luego de tantos años de desocupación, se ha instalado la idea de que no existe un futuro para ellos: no tienen en la cabeza la idea del ascenso social. Por eso cuando consiguen un empleo lo toman como temporal y desarrollan sus tareas con escaso entusiasmo. Así, viven pasando de trabajo en trabajo. Se trata de empleos de baja calidad y magros salarios”, completó Arroyo. Según un relevamiento realizado por Cash, muchos jóvenes consiguen trabajos de medio tiempo cuyos salario apenas les alcanza para pagarse los gastos de viaje y algo para comer. Además para tener un trabajo tienen que comprarse ropa adecuada. Un informe de la consultora Equis de Artemio López destaca que la desocupación entre jóvenes el la provincia de Buenos Aires supera el promedio país, llegando al 24,4 por ciento.
Entre los jóvenes la desocupación sigue en los niveles de los noventa. Y las empresas mantienen con ellos la misma conducta que en esa época: les pagan lo menos posible. “En los últimos tres años se triplicaron las pasantías entre los estudiantes o recién egresados. Trabajan en condiciones miserables y sin ningún tipo de seguridad laboral”, señaló a Cash Cristian Henkel, presidente de la Fuba. Otro dato revelador de la forma en que son tratados los jóvenes es que el promedio salarial de los que trabajan en blanco es de 798 pesos, contra 1280 de promedio general. Según la consultora Equis, los que peor la pasan son los que trabajan en el noroeste argentino, en donde el 78 por ciento está en negro, y en el noreste, región en la que el 76,6 por ciento se desempeña en un empleo no registrado.
“El problema es mucho peor que lo que sugieren las cifras del Indec”, advirtió a Cash Agustín Salvia, sociólogo del Instituto Gino Germani de la UBA. “Al 21,6 por ciento de muchachos desocupados hay que sumarle un 15 por ciento de jóvenes trabajadores indigentes, como son los cartoneros, limpiavidrios, vendedores ambulantes y hasta mendigos, que se dicen ocupados, pero no los son. Por otra parte están las madres jóvenes que figuran como inactivas porque no pueden salir a buscar trabajo porque no tienen guarderías que les cuiden los chicos. Si se suman esos ítem, la desocupación juvenil ronda el 40 por ciento, lo que es una barbaridad”, concluyó.
En los últimos cinco años la desocupación cayó del 27,0 por ciento al 7,5 por ciento. Sin embargo, y a pesar de que se están encarando planes para enfrentar el problema, el tema sigue sin resolverse. En una cuestión compleja como el desempleo juvenil las razones son múltiples. Según una reciente encuesta de 600 casos en la provincia de Buenos Aires realizada por la Universidad Católica, el nivel socioeconómico es determinante a la hora de conseguir un conchabo. En el relevamiento se comprobó que ante idénticas credenciales educativas, por ejemplo secundaria completa, los jóvenes de clase media y media alta tienen un 35 por ciento de posibilidades de conseguir un empleo pleno (bien pago y en blanco). En cambio, los muchachos y chicas de entre 18 y 24 años de clase baja con el mismo estudio sólo tienen un 12 por ciento de posibilidades de acceder a ese mismo puesto. Se trata –explica el informe– de un problema de cultura de la pobreza, de contactos personales y de códigos comunicacionales. Cuando se le pregunta a un joven de buena posición socioeconómica cómo consiguió su trabajo, en la mayoría de los casos contesta: “Por contactos”. En cambio los más pobres responden: “Me llevó un amigo”.
A pesar de todo, el empleo juvenil creció del 29,5 por ciento en 2003 al 34,5 por ciento en 2007. Para que el promedio general se haya incrementado de tal manera el segmento socioeconómico más alto registró un salto muy importante para equilibrar el resto. Según datos del Instituto Gino Germani, en base a datos del Indec, el empleo pleno en los jóvenes es del 26 por ciento, similar al promedio general. La cuestión es que está concentrado en las capas medias y medias altas de la sociedad, lo que ensancha la brecha social y promete replicar un modelo social injusto para el futuro.
Aunque los jóvenes de clases acomodadas y medias parecen tener un futuro venturoso, los especialistas afirman que muchos de ellos también corren peligro. Lo que está ocurriendo es que la mayoría de ellos estudian carreras que son mínimamente demandadas y pocos siguen estudios que están siendo pedidos con urgencia por las empresas. En 2007 el 30 por ciento de las inscripciones correspondieron a medicina, abogacía y psicología. Sólo el 2,3 por ciento se anotó en ingeniería informática, el 0,9 por ciento en ingeniería industrial, el 0,7 por ciento en ingeniería electrónica, el 0,6 por ciento en ingeniería mecánica y el 0,3 en sistemas de información. Muchos jóvenes seguirán la carrera por su vocación, pero seguramente habrá otros tantos, al menos, que actuarán desinformados. Las carreras mencionadas refieren, en el caso de la informática, a un rubro con pleno empleo que está tomando a estudiantes en su segundo año de carrera con salarios altísimos; en el rubro de ingenieros industriales y mecánicos tienen trabajo en la industria de mayor desarrollo y una de las que mejor pagan del país: la automotriz.
Quizás el mayor logro en el ámbito sociolaboral de la administración Kirchner haya sido la reducción del desempleo. Pero la precaria situación de los jóvenes es una asignatura pendiente, que recién se empieza a encarar. El 10 de enero último se lanzó el Plan Nacional de Apoyo y Capacitación. Y dos meses después apenas comenzó a ejecutarse en Tucumán y San Juan con 4 mil jóvenes. Lo mismo ocurrió en la provincia de Buenos Aires, territorio en el que recién ahora se lanza un plan para encarar el tema. Fueron las organizaciones sociales las grandes contenedoras de los muchachos y muchachas desocupados de los años duros y no el Estado. En países como Dinamarca, Australia, Holanda, Nueva Zelanda e Inglaterra, entre otros, se encararon políticas de largo plazo que consiguieron igualar la tasa de desocupación de los jóvenes con la general.
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