CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Según la medición de la consultora Ecolatina, el índice de precios al consumidor aumentó en marzo un 3,0 por ciento, con un salto del 5,5 por ciento en el rubro Alimentos y Bebidas y del 9,0 por ciento en Educación. El acumulado en el primer trimestre alcanza al 6,5 por ciento, que anualizado supera holgadamente el 25 por ciento.
La encuesta mensual del estudio Melconian-Santángelo arrojó un alza del 4,1 por ciento (empujado fuertemente por el 9,0 por ciento en Alimentos y Bebidas) y un acumulado trimestral de 6,8.
También Artemio López ha comenzado a medir por su cuenta el IPC desde comienzos de año, y el resultado no difiere en lo sustancial de los dos anteriores.
Si bien es obvio que el salto de marzo estuvo potenciado por el desabastecimiento provocado por los piquetes rurales, los tres encuestadores coinciden en que la inflación venía en aceleración antes de que comenzara la escasez de productos.
Si alguna duda quedaba, los números de marzo ratifican con dureza que la inflación constituye el principal problema de la economía argentina, por las complicaciones para el funcionamiento productivo, porque exacerba expectativas que retroalimentan el problema, y porque sumergen bajo la línea de pobreza a decenas de miles de personas. Se calcula que cada punto de inflación hunde a 150.000 personas en el drama de la pobreza, de los cuales 60.000 quedan en la indigencia.
La inflación es un fenómeno complejísimo que tiene múltiples causas, que no son sólo estrictamente económicas. La revalorización de las materias primas alimenticias y de los commodities en general es un factor que afecta a la mayoría de los países del mundo. Otro es la expansión monetaria derivada de la compra de reservas que realiza el Banco Central con el objetivo de evitar la caída del dólar. A su vez, el abaratamiento del dólar (y en consecuencia del peso) frente a otras importantes monedas encarece las importaciones. También operan las expectativas y las tardías e insuficientes reacciones de la oferta, atribuibles a actitudes empresarias y a la falta de señales o estímulos públicos adecuados. Y no hay por qué descartar que los oligopolios formadores de precios, e incluso los pequeños eslabones de las cadenas, acentúen los márgenes de remarcación.
Pero hay otra posible causa de la aceleración inflacionaria del último año y medio que es un tabú o, como mínimo, incomoda a una parte importante del pensamiento progresista. ¿No será que en alguna medida los precios aumentan más porque el gasto público y la demanda privada crecieron demasiado para la oferta realmente existente, tal como sostienen los economistas ortodoxos pero también muchos que no lo son?
En un país acostumbrado a razonar que una causa central de la inflación era el déficit fiscal, puede resultar extraño que se le adjudique impacto inflacionario al gasto público teniendo en cuenta que las cuentas fiscales son superavitarias, es decir que el Estado absorbe impositivamente más de lo que expande al gastar.
Pero no sólo importa la fotografía. La película del año pasado muestra que el gasto aumentó más que la recaudación. Es decir que, aun manteniéndose en el terreno del superávit, la diferencia con lo anterior (efecto marginal, en la jerga de los economistas) fue expansiva.
Este año la recaudación ha crecido más que el gasto, pero con la particularidad de que el aumento en los ingresos proviene en parte significativa de las retenciones, que no es un impuesto que retira capacidad adquisitiva local sino que captura lo que están pagando de más los compradores de las exportaciones argentinas.
Suponiendo que efectivamente el gasto público y la demanda privada son factores inflacionarios, ¿el remedio es necesariamente inequitativo?
No. Aumentó el gasto en inversión, en jubilaciones, pero también (y no en magnitudes chicas) en transferencias para cubrir las tarifas subsidiadas de gas y electricidad que pagan sectores de clase media y media alta.
Revisar esa política contribuiría a combatir la inflación y a redistribuir ingresos en el sentido correcto. Por otra parte, cambios impositivos que graven las franjas acomodadas de alto consumo quitarían presión de demanda sin afectar al resto.
A propósito, ¿cuál es la explicación del Gobierno? El Gobierno no necesita explicar nada porque la inflación de un dígito que mide el Indec no es problema.
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