Dom 06.04.2008
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EL BAUL DE MANUEL

› Por Manuel Fernández López

Campo vs. ciudad

La elasticidad de la demanda es la relación entre el cambio (porcentual) de la cantidad demandada de un bien y la variación (porcentual) de algún ítem que incide sobre la demanda de dicho bien. Inciden sobre la demanda el precio del bien, los precios de otros bienes (sucedáneos o complementos) y el ingreso del demandante. Los alimentos son bienes de demanda inelástica: su precio sube y su demanda disminuye, pero en menor proporción. Los bienes suntuarios, al contrario, tienen demanda más elástica: al subir su precio, la demanda se reduce en proporción mayor. Pero todo está sujeto a qué proporción del ingreso representa la compra de cada bien. Para los estratos de ingresos altos, la compra de un bien, aun de lujo, puede no afectar significativamente el ingreso, y por ello tener demanda inelástica, y en compradores de bajos ingresos la compra de alimentos representa una parte importante del ingreso, y un aumento, aun pequeño, en el precio de dichos bienes se resuelve en una caída del ingreso. Por lo tanto, un aumento en los precios de artículos de primera necesidad significa una reducción del nivel de vida de los sectores populares. No puede sorprender, pues, que toda acción que lleve a subir el precio de los alimentos sea vista con hostilidad por la población, especialmente por aquellos cuyo ingreso es un salario. Durante las guerras napoleónicas, Inglaterra expandió la superficie sembrada avanzando sobre tierras menos fértiles, lo que encareció los productos agrícolas e hizo caer la ganancia del capital invertido en dichas tierras y subir la renta de las demás tierras. De ello resultó una mejora en los ingresos de los terratenientes y un empeoramiento de los ingresos de los asalariados y los propietarios de capital. Ello no habría ocurrido si, en lugar de cultivar tierras inferiores, Inglaterra hubiera importado cereales de países con grandes extensiones de tierra fértil. Bien decía Ricardo (1815): “El interés del terrateniente siempre es opuesto al interés de todas las demás clases de la comunidad. Su situación nunca es tan próspera como cuando el alimento es escaso y caro: en tanto, todas las demás personas se ven grandemente beneficiadas cuando acceden a alimento barato. Renta alta y ganancia reducida, al acompañarse invariablemente la una de la otra, no deberían ser nunca motivo de queja, por cuanto son efecto del curso natural de las cosas”.

Campo vs. Gobierno

Esteban Echeverría –según le escuchamos una vez a J. L. Borges– fue el primero en “ver”, como literato, al campo. Pero el introductor del romanticismo en el Plata veía también otras cosas. Fue el primero en hablar, como hoy se hace, de “la industria agrícola” (en su Segunda Lectura, que condensa su pensamiento económico). En La contribución territorial propuso cambiar la base imponible heredada de la colonia: el comercio exterior. En su lugar, un impuesto territorial. “En nuestro país, decía, casi todas las tierras son igualmente fértiles. Si hubiese de establecerse un impuesto territorial, ¿sería sobre la fertilidad? No, porque todas son fértiles. Sin embargo, unas producen y otras no. Para establecer un impuesto equitativo sería necesario dividir en zonas las tierras de la provincia fijando el centro de las áreas en la capital. La primera zona comprendería los terrenos de quintas destinados a arboledas frutales y hortalizas, para el consumo diario del pueblo; la segunda, las chacras que llamaremos urbanas para distinguirlas de las que se hallan fuera ocupadas por plantíos de leña y fruta y en sementeras de cereales; la tercera las tierras para cría de ganados aquende el Salado cuyo valor va gradualmente bajando hasta llegar al mínimum en la frontera donde empieza el Desierto. Hecha esta división sería necesario averiguar el valor que da a tierras de esta clase la calidad de los pastos, las aguadas permanentes, su extensión, las condiciones que hacen a la tierra por su extensión, por ejemplo, más propia para la cría en grande y más productiva; el número y clase de animales que alimenta para calcular la parte que tiene como fondo productivo, si está situada al Oeste, al Norte o al Sur; sobre la costa del mar, de los ríos, etc. Las tierras de chacra fuera de la zona urbana, donde se siembra trigo, maíz, papas, deberían valorarse según la distancia de la ciudad, porque el gasto principal de las labranzas consiste en los transportes...”. Echeverría no aclaró a quién corresponde fijar la contribución. Eso quedó para Alberdi: como toda contribución afecta la fortuna y la vida de los habitantes, su creación es sólo facultad de los representantes del pueblo, o sea, la Cámara de Diputados de la Nación. Ni senadores ni Poder Ejecutivo, ni Poder Judicial son legitimados por la Constitución para fijar contribuciones que afecten la hacienda de los habitantes.

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