EL BAUL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
El hambre surge cuando a un pedido de alimento se responde con un “no hay” o “no hay para todos”. Es la resultante de un déficit entre los medios de subsistencia y la población. El caso contrario, un superávit de alimento respecto de las necesidades de la población actual, abre la posibilidad de alimentar a población adicional, y permite que la misma se multiplique en menos tiempo. Este fue el caso presentado por Adam Smith en la Riqueza de las Naciones (Lib. I, cap. 8) como característico de las colonias inglesas de América del Norte: “aunque Norteamérica no sea todavía tan rica como Inglaterra –decía–, el ritmo de su prosperidad y de su progreso hacia una mayor adquisición de riquezas es mucho más vivo. La señal más decisiva de la prosperidad de un país nos la da el aumento de sus habitantes... Se ha comprobado que en las colonias británicas de Norteamérica, el número de habitantes se duplica en veinte o veinticinco años”. Estos sencillos guarismos, trabajadas por un agudo observador, llevaron a un resultado sorprendente: “En los Estados Unidos, donde los medios de subsistencia han sido más abundantes... la población resulta haber doblado en el curso de veinticinco años... sentaremos, pues, el principio de que la población, cuando no lo impide ningún obstáculo, va doblando cada veinticinco años, creciendo así en progresión geométrica; si admitimos que con la mejor administración, se puede doblar la producción al cabo de los primeros veinticinco años. Pero lo que es imposible es que en los segundos veinticinco años la producción se cuadruplique. Lo más que podemos imaginar es que en los segundos veinticinco años el aumento llegue a igualar la producción actual. Esta progresión es evidentemente aritmética. Podemos, pues, afirmar que los medios de subsistencia aumentan en progresión aritmética”. De esta manera demostraba Thomas Robert Malthus (1766-1834) –en su Ensayo sobre el principio de la población (1798), del que se cumplen 210 años– que cualquiera fuese el punto de partida, a la larga aparecía un déficit creciente entre expansión demográfica y provisión de alimentos; con ello, hambre e imposibilidad de sostener a toda la población nueva. Malthus fue el primer profesor de economía de Cambridge. Vinculado con el grupo ricardiano, tuvo fieles seguidores en los dos Mill, padre e hijo, que nunca dejaron de predicar el control voluntario de la natalidad.
Si la escasez de alimentos se abate sobre una comunidad, región o país, es natural suponer que si a ello se añade desigualdad económica, la peor parte la llevarán los grupos menos favorecidos. Lo paradójico es que en estos últimos la tasa de natalidad sea claramente más alta que en los más favorecidos. De nuevo, hallamos en la obra de Adam Smith un adelanto de este caso: “Aunque sin duda la pobreza retrae del matrimonio, no siempre impide contraerlo. Parece incluso que favorece la procreación. Es frecuente que mujeres medio hambrientas de las tierras altas (de Escocia) den a luz más de veinte hijos, mientras que ciertas damas elegantes y mimadas son con frecuencia incapaces de procrear ninguno. Y por lo general quedan agotadas después de dos o tres. La esterilidad, tan frecuente entre las mujeres elegantes, es muy rara entre las de condición inferior... Pero aunque la pobreza no impide la procreación, es sumamente desfavorable para la crianza de los hijos. La tierna planta nace, pero en un suelo tan frío y en un clima tan crudo, que no tarda en agostarse y morir. Me han informado que no es cosa fuera de lo corriente en las tierras altas de Escocia que una madre que ha dado a luz veinte hijos no le queden sino dos con vida”. Esta doctrina era estudiada en 1824 por los alumnos del curso preparatorio de la UBA, a través del recién traducido texto de Santiago Mill: “En casi todos los país el estado de la gran masa del pueblo es pobre y desgraciado (p. 24)... La mortalidad entre los hijos de los indigentes es inevitable por la falta de los medios necesarios para la conservación de la salud (p. 27)... hay dos causas que (impiden el incremento de la población). La una es la pobreza: bajo la cual, cualquiera que sea el número de los que nacen, todos menos un cierto número mueren antes de tiempo (p. 28)... Por lento que sea (el incremento de la población), con tal que el del capital sea más lento todavía, los salarios bajarán tanto que una porción de la población morirá regularmente por las consecuencias de la miseria (p. 35)”. Esta relación entre pobreza y alta natalidad correlativa a alta mortalidad infantil, fue establecida para el Nordeste brasileño por el médico y profesor universitario Josué de Castro (1908-1973), autor de Geopolítica del hambre, presidente de la FAO (1952-1956) y privado de su nacionalidad en 1964 por el gobierno militar, de cuyo nacimiento se celebran los primeros cien años.
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