REPORTAJE
› Por Raúl Dellatorre
El proceso político de la última década en América latina dio por resultado gobiernos de signo distinto del neoliberalismo. Algunos decididamente opuestos, otros con “rasgos contradictorios”, según la expresión acuñada por Emir Sader, analista político brasileño y flamante director ejecutivo de Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales). Pese a las coincidencias que observan en muchos sentidos, en el plano económico los países de la región parece no terminar de romper el molde que la encierra, ni quitarse de encima las sombras de su pasado. Sobre éstos y otros temas conversó Cash con Sader.
–Un proyecto estratégico de futuro, una comprensión más clara de lo que es América latina ahora, de la naturaleza de sus regímenes económico sociales en función del rol del Estado. Y pensar en qué futuro tienen más allá del neoliberalismo.
–Algunos ladrillos de esa construcción existen, ya sea como realidades o como menciones en discurso. El Banco del Sur, la idea de una moneda única, el Banco Central único, todo lo cual significaría una política económica única, son elementos importantes. Pero al mismo tiempo hay que plantear qué modelo de sociedad queremos, y eso significa pronunciarse en favor de una sociedad desmercantilizada. Plantear qué tipo de Estado queremos, lo cual lleva a proponer un Estado que no esté penetrado por la financiarizacion. Definir qué tipo de cultura, qué identidad y diversidad cultural debemos tener. Decir qué tipo de espacio alternativo creamos, por afuera de la hegemonía unipolar norteamericana.
–Ese proceso implica no sólo integración económica y social, sino también tecnológica, cultural, educacional, mediática y de estructuras políticas. Existe un esbozo de parlamento latinoamericano, pero aún se está muy lejos de que tengamos estructuras supranacionales de carácter latinoamericano o sudamericano. El tema, podríamos decir, ahora es político, es discutir futuras relaciones de poder. Qué tipo de sociedad, qué nueva hegemonía queremos construir.
–Tenemos una trayectoria extraordinaria del pensamiento crítico latinoamericano. El gran viraje fue la crítica que la Cepal hizo de la teoría del comercio internacional, que fue dar vuelta el Mundo y pensar el intercambio a partir de la periferia y las formas de desarrollo desigual, de intercambio desigual. Fue pensar en la acumulación a partir de la periferia, con todas las debilidades que tuvo. La gran novedad histórica de la segunda mitad del siglo pasado, en términos económicos, fue la industrialización de la periferia. Hasta ahí, era un tema monopolizado por el centro. La periferia era hacer agricultura, minería, ganadería y nada más.
–Este vuelco en el pensamiento económico elevó el nivel de identidad nacional, planteó la relación con las potencias imperiales en un nivel superior. El nacionalismo fue el gran fenómeno del siglo pasado en América latina. Con tonos antiimperialistas mayores o menores, según el caso. Pero la intelectualidad lo concibió. Y en años recientes, varias teorías elaboradas en esa época ayudaron a pensar la acción política de los nuevos gobiernos en la región. Pero no en todos los casos.
–En Bolivia, se dio a través de un grupo pequeño de intelectuales, llamado La Comuna (del que surge el actual vicepresidente, Alvaro García Linera). Un núcleo de académicos se articularon fuera de la Universidad y ayudaron al movimiento indígena a repensar su identidad, su trayectoria. A hacer una autocrítica de la izquierda boliviana, de su pasado. En Ecuador también hay sectores intelectuales que están articulados entre sí y con el proceso político. En Venezuela, en cambio, se da un proceso de cambio con una ausencia enorme de una intelectualidad que ayude a pensar ese proceso. Y eso es grave.
–Son dos países con mucha más trayectoria intelectual que los que nombré, con muchas más raíces en el pensamiento crítico. Y sin embargo, hoy muestran una ausencia relativa de esta intelectualidad en los temas políticos, ideológicos, culturales y económicos muy grave.
–Mi conclusión es que a la intelectualidad, en realidad a su conjunto y no sólo al pensamiento crítico, este período histórico la tomó por sorpresa. Queda como la voz de menor resistencia a los sistemas de dominación, por detrás muchas veces de los movimientos sociales. Fíjese que América latina fue territorio de varias teorías de avanzada del pensamiento crítico en décadas anteriores, pero hoy no encontramos expresadas muchas de esas teorías en el movimiento político latinoamericano, no están ayudando a pensar el proceso contemporáneo.
–Usted encuentra que muchos intelectuales del pensamiento crítico de otra época termina adhiriendo al neoliberalismo, porque pensaban a esta corriente como inevitable. Y cuando se ven las cosas así, eso le marca qué hacer. Fernando Henrique Cardoso fue un brillante intelectual de izquierda en los ’60, pero su gobierno en los ’90 no fue distinto del de Menem. Y yo no diría, tomándolo en su conjunto, que es una postura de derecha, pero es un conformismo histórico. Otra parte de la intelectualidad quedó refugiada en posiciones que yo llamaría de ultraizquierda, posiciones que están descolgadas del proceso real. La ultraizquierda tendrá una capacidad crítica enorme, pero nunca ha construido procesos de transformación revolucionaria.
–Hay una postura que tiende a tomar determinados aspectos de la realidad y los absolutiza, y así pierde objetividad. Hoy la división fundamental no es izquierda buena o izquierda mala. Esa es una postura de derecha que divide a la izquierda. La línea es entre los que están por el proyecto de integración regional y los que están por tratados bilaterales de comercio con Estados Unidos. En el marco de los que están por la integración regional, hay algunos que avanzaron hacia la ruptura del modelo, como Ecuador, Bolivia, Venezuela. Otros han logrado flexibilizar el modelo, como Brasil y Argentina, y ahí esta su mérito. Todo lo que hace al mantenimiento del modelo anterior en Brasil y Argentina es negativo. Pero la política exterior es positiva, la política social es positiva. Y eso vale.
–No, pero hay que darse cuenta que aunque haya avances importantes en América latina, vivimos en un mundo de hegemonía neoliberal: hegemonía económica, de valores, en la relación de fuerza social. No se puede olvidar que el neoliberalismo puso a todo el movimiento popular a la defensiva. La lucha contra el modelo, por conseguir poner en contradicción sus paradigmas, se dio contra la derecha, y desde posiciones antineoliberales que no eran de izquierda. Logramos tener gobiernos con rasgos contradictorios, y ése fue el resultado de la lucha, de una lucha exitosa. La alternativa era tener gobiernos de derecha, no de izquierda.
Emir Sader caracteriza el período histórico vivido en la segunda mitad del siglo XX como “el paso de un mundo bipolar a otro unipolar”, con una hegemonía absoluta del capitalismo y de Estados Unidos como potencia dominante. A su vez, describe a un capitalismo que pasó del modelo keynesiano al neoliberal. Sin embargo, pese a este “triunfo espectacular” del capitalismo, Sader sostiene que este proceso no augura hacia adelante “ni un ciclo tranquilo para la hegemonía de Estados Unidos ni un crecimiento sostenido”.
Según el sociólogo e historiador brasileño, la hegemonía capitalista se dio a través de “una victoria extraordinaria en el plano político, militar e ideológico de Estados Unidos”. “La hegemonía económica y cultural es tal que el modo de vida capitalista se impone hoy sin disputa en el mundo. No hay otro modelo comparable, hasta en China las ciudades se transforman y desarrollan como espejo de ciudades estadounidenses. Los pobres tienen expectativas de consumo de acuerdo con el estilo norteamericano.”
Sin embargo, el capitalismo muestra sus límites. La crisis actual de la economía norteamericana, sostiene Sader, podría ser el inicio de “un período largo de inestabilidad con turbulencias”. Los obstáculos o contradicciones del mundo unipolar tiene su reflejo en la excesiva concentración de la renta, la devastación ecológica y la guerra, advierte el teórico brasileño.
“El capital hizo un corrimiento hacia la actividad especulativa financiera. El 90 por ciento de los movimientos de capital en el mundo son cambios de manos de papeles, no son el resultado de actividades comerciales”, señala Sader.
Pero mientras sucede en los centros financieros mundiales, en el corazón del sistema capitalista, en la periferia Sader describe una dinámica diferente. “En las décadas del ‘80 y ‘90, Latinoamérica fue el laboratorio más avanzado del neoliberalismo. El arco político de la región adhirió en conjunto al modelo, y fue el primero en explicitarlo. México, Brasil y Argentina fueron las más claras expresiones”, observó. Pero el modelo entró en crisis, generando fuertes contradicciones.
Hoy, sostiene Sader, América latina es “la única región con proyectos de integración relativamente independientes de Estados Unidos, condición necesaria pero no suficiente para la ruptura con el modelo neoliberal”. Ante la crisis de hegemonía, los países del subcontinente reaccionaron de diversas formas, de acuerdo a su capacidad de reconstruir las fuerzas para una disputa de poder. Bolivia y Ecuador, según Sader, son ejemplos de sublevación popular con salida electoral que permitió refundar el Estado. Destacó que estos países “pudieron recomponer su identidad porque tuvieron menos penetración cultural del neoliberalismo, el modelo no echó raíces”. Un fenómeno diferente del ocurrido en México, Chile y Argentina, donde sí enraizó.
Sader destacó como modelo de integración independiente la propuesta del ALBA (Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América), que impulsa Venezuela. “Democratizar la economía es desmercantilizar”, sostuvo el sociólogo brasileño, como bandera en la lucha antihegemónica. Aunque no dejó de reconocer la distancia existente entre el sistema capitalista actual y un modelo que lo sustituya. “Existe un abismo entre el agotamiento del modelo actual y la aparición de otro u otros. El panorama es contradictorio. Pero el mundo nuevo es un modelo todavía no elaborado”, postuló.
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