BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Las patrullas perdidas de la división Buenos Aires de la globalización financiera en ruinas están dando una batalla conmovedora en defensa de una concepción económica y expresión política que ha caído en desgracia. Cuando analistas, gurúes y voceros mediáticos del establishment se indignan por la simple y evidente observación de que Estados Unidos y su receta del capitalismo están en problemas y no los países de la región, que cada uno a su modo la han esquivado con éxito en los últimos años, ofrecen la respuesta al angustiante interrogante sobre los motivos de la frustración argentina. Ese fundamentalismo ideológico del mercado libre apropiado con espíritu autodestructivo por gran parte de los industriales y con tradición histórica de un país para pocos por el sector del campo privilegiado brinda las pistas para comprender la deficiencia para la construcción de lo que Aldo Ferrer denomina densidad nacional. Otros los definen en forma menos académica y lo mencionan como un prototipo de clases dirigentes colonizadas.
Esa debilidad tuvo una de las expresiones más recientes en la apertura del canje a los bonistas que rechazaron hace apenas tres años y medio. Ante la presentación entusiasta realizada por el jefe de Gabinete, Sergio Massa, de la oferta realizada por los bancos Citibank, Barclays y Deutsche, un coro afinado salió a aplaudirla como el paso previo para el reingreso de Argentina al mercado de capitales internacional. Hasta la caída del Muro de Wall Street, esa meta era propagandizada como el camino para fortalecer la economía. Hoy podría iniciarse un juicio por publicidad engañosa. En un mundo financiero convulsionado, con un plan de rescate de la administración Bush que nadie sabe si servirá para algo, con el sistema bancario internacional colapsado y con su impacto en la economía real que es un misterio, resulta peculiar el sentido de la oportunidad del Gobierno para retornar al mercado de capitales. Alguien le tiene que comentar al eufórico Massa que los bancos que introducen el reinicio del trueque de papeles de deuda, que habían sido borrados de la contabilidad pública con autoridad, no son sinónimo de fortaleza y solvencia. El liderazgo de esas entidades, como otras que ya quebraron, es un capítulo del pasado que llena de nostalgia a las patrullas perdidas de Wall Street. Esos bancos pueden seguir con las puertas abiertas sólo por el aporte de capitales árabes y asiáticos más el bombeo incesante de fondos por parte de las bancas centrales.
La reapertura del canje de bonos en default también es saludada con satisfacción porque los bancos desembolsarán un cuarto del monto total involucrado en la operación. El piso del dinero prometido sería de 2500 millones de dólares a una tasa del 12,5 por ciento anual. Ese costo es elevadísimo. Sin embargo, no ha recibido críticas furiosas de gendarmes de los buenos modales pese a que esa tasa se ubica por encima de las anteriores colocaciones de deuda realizadas con Venezuela, con la excepción de la última, que fue consecuencia de un grosero error de la Secretaría de Finanzas. Para hacer frente al pago del vencimiento de deuda de agosto, esa dependencia fue acumulando pesos cuando el desembolso era en dólares. Al momento del pago, el escenario financiero doméstico era complicado por los efectos del lockout agropecuario, lo que impedía la compra de dólares con esos pesos acumulados para hacer frente a ese compromiso. Entonces se recurrió en emergencia a la billetera de Hugo Chávez a una tasa desproporcionada.
De todos modos, por lo que se sabe hasta ahora, tanto los dólares del Citi como los de Chávez dicen In god we trust, y ambos sirven para cumplir con los vencimientos de deuda. Sin embargo, en una particular concepción discriminatoria en materia financiera, para el establishment son más válidos los dólares de los bancos internacionales en la cornisa que los obtenidos en una colocación a Venezuela.
Pese al discurso dominante, no se vislumbra el beneficio de reconectarse al mercado financiero internacional, más aún a un sistema que estalló y no se sabe cómo será el que lo reemplace. Existe la ilusión de que, de esa forma, se accederá a un flujo más intenso de inversiones extranjeras, así como también a un mejor financiamiento para las empresas. La experiencia de los noventa y del modelo de postconvertibilidad ha demostrado que se trata de un postulado falso. Uno de los principales factores de desequilibrio interno ha sido, precisamente, el proceso de endeudamiento externo a través de bancos del exterior. Sumar el capital financiero internacional como parte del proceso de refinanciación de la deuda se convierte en un potente desestabilizador macroeconómico. Desde el default y su posterior reestructuración, el sector público avanzó en una política de desendeudamiento y de manejo de sus pasivos con la utilización de recursos propios, operaciones con inversores institucionales locales y con la asistencia de Venezuela. Mientras, el sector privado invirtió aportando parte de sus ganancias, con algunas líneas crediticias de bancos locales y también con colocación de deuda. Las tasas más altas por esas emisiones no tuvieron que ver con la situación de los holdouts sino con el castigo a los bonos argentinos por la intervención oficial en el Indec, que disparó al alza la prima de riesgo.
Aldo Ferrer supo resumirlo en su último editorial publicado en BAE: “Vivir con lo nuestro posibilitó la recuperación y ubicarnos en el orden mundial como un país en el comando de su propio destino no subordinado a la irracionalidad de los mercados especulativos. La continuidad o interrupción de este proceso no está determinada por la influencia del contexto internacional sino por la calidad de la política económica argentina, la cual, en el pasado, fue suficientemente buena para alcanzar resultados notables y, actualmente, abre interrogantes significativos”. En esa línea, la política de seducción al capital financiero y al establishment internacional, que tanto entusiasma en esta etapa al Gobierno, tendrá como saldo la frustración porque más de una experiencia pasada enseña su inutilidad.
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