ENFOQUE
› Por Mario Rapoport *
El intervencionismo estatal del presidente George W. Bush tiene poco o nada que ver con la experiencia del New Deal (“Nuevo Trato”) que Franklin D. Roosevelt llevó a cabo para enfrentar la Gran Depresión de los años ‘30. Bush intenta salvar empresas en quiebra; Roosevelt buscaba reconstruir el conjunto de la economía de su país y, en primer lugar, elevar el nivel de vida de los propios ciudadanos. No viene mal entonces una breve síntesis de aquella experiencia, que el reciente Premio Nobel, Paul Krugman, recomienda tomar como pauta para el nuevo gobierno de su país. Siempre teniendo en cuenta, por supuesto, las diferencias de época y de problemáticas involucradas, aunque la dinámica de la acumulación sigue siendo en muchos aspectos similar.
El New Deal tomó forma en los primeros meses del gobierno de Roosevelt, que asumió el 4 de marzo de 1933 en medio de una profunda crisis bancaria. Problema que resolvió rápidamente mediante una reforma del sistema financiero, dejando en pie a un 75 por ciento de los bancos de todo el país luego de un feriado de tres días en sus actividades. El 19 de abril declaró el fin del Patrón Oro, por lo cual se prohibieron las salidas del metálico al extranjero y se devaluó el dólar. La resolución del problema bancario le brindó el apoyo de la gente común, lo que le permitió hacer aprobar las medidas legislativas que conformaron el nuevo programa económico.
Es así que dio inicio al período que se conoce como de “los cien días”, haciendo referencia al tiempo en que el Congreso de Estados Unidos trató una serie de proyectos de política económica presentados por Roosevelt. Estrictamente, no podemos dar a las políticas tomadas durante los primeros tiempos de su presidencia el calificativo de keynesianas, aunque el líder demócrata estaba influido por economistas heterodoxos y en el ambiente académico ya se discutían las formas de resolver el problema de la insuficiencia de la demanda efectiva. La influencia de Keynes comenzó a sentirse recién a partir de 1936, cuando se publicó su Teoría General. Pero Roosevelt debió adaptar y reconocer el fin del modelo de acumulación vigente, liderado por el pensamiento liberal, de no intervención en los mercados.
Existían grandes excedentes productivos que no podían venderse y vastos sectores de la población que no tenían los medios de adquirirlos, sea por sus bajos ingresos, sea por el desempleo. Cuando Roosevelt asume había en los Estados Unidos más de 10 millones de ciudadanos sin empleo y sin ningún amparo estatal ni protección social. En forma dramática, la revista Fortune, representativa del establishment norteamericano, decía en un editorial a los mismos desocupados: “Usted que antes fue un carpintero, no tiene ahora más trabajo ni dinero. Le han cortado el gas y también la electricidad, vuestra mujer languidece, vuestros hijos tiemblan”. Y daba una serie de consejos para que esas personas pudieran comer y vestirse recurriendo a cantinas municipales o al Ejército de Salvación. El artículo terminaba además advirtiendo “y si usted es un intelectual que tiene mujer y niños, ¿qué hace...? Debe hacer como el carpintero”.
Las políticas que constituyeron el programa económico de los cien primeros días de Roosevelt tuvieron tres ejes centrales: medidas para incrementar el consumo, una nueva política agraria y la búsqueda de una solución al problema del desempleo. En primer lugar, se inició un control directo de los precios por el gobierno a través de la Ley de Recuperación Industrial Nacional (NIRA), el 16 de junio de 1933, que establecía regulaciones sobre horas máximas y salarios mínimos en ciertas industrias, y otorgaba el derecho a los trabajadores a sindicalizarse. Mediante el artículo 7.a. se creó la Administración de Recuperación Nacional (NRA), a través de la cual se controlaban la producción de las industrias y los precios de sus productos, fijados estos últimos, por lo general, en forma oligopólica.
En procura de dar una respuesta al problema del campo se dictó la Ley de Ajuste Agrario (AAA) que, junto con la NRA, fueron pilares del New Deal. La caída de los precios de los productos agrícolas no se inició con la Gran Depresión, pero se agudizó con ella. Esta situación provocó un aumento de la producción para paliar la merma de los ingresos, lo que produjo un efecto contrario al deseado. Paralelamente, se aprobó la Administración de Crédito Agrario para fortalecer las cooperativas agrícolas y estabilizar los precios. Se inició en esos años una política de subsidios agrícolas que aún continúa.
El tercer pilar del New Deal fue constituido por medidas destinadas a crear empleos mediante inversiones o ayuda pública. El 18 de mayo de 1933 se aprobó el proyecto de la Autoridad del Valle del Tennessee con el fin de generar y distribuir energía hidroeléctrica en una gran región del sur del país, lo que requería la realización de grandes obras de infraestructura, mejoraba la situación de los granjeros pobres y creaba puestos de trabajo. Y pocos días después se puso en marcha la Administración Federal de Asistencia para la Emergencia, que procuraba lograr empleos a través de la ayuda directa a los estados.
Podemos marcar 1935 como el año de inicio de la segunda etapa del New Deal, más radical y favorable a los trabajadores que la primera. El presidente estaba decepcionado por la declaración de inconstitucionalidad de medidas centrales de su gobierno, como la NIRA, no obstante que la producción industrial había aumentado gracias a ella un 22 por ciento entre 1933 y 1935. Además, habían aparecido grupos que expresaban el descontento de parte de la población, que demandaba nuevas medidas para alcanzar la anhelada recuperación. Se iniciaron entonces intensas sesiones legislativas para tratar las iniciativas más audaces de la administración. Así, se creó durante ese período uno de los mayores organismos de la presidencia de Roosevelt: la Administración de Obras Públicas (WPA). En ocho años, el proyecto empleó a 8.500.000 de personas. Se construyeron autopistas, caminos, parques, ciudades verdes, edificios públicos, puentes, con un gasto de 11 mil millones de dólares.
Otras de las medidas clave de esta segunda etapa fueron la Ley Wagner y la Ley de Seguridad Social. La primera (de relaciones laborales) otorgaba derechos de sindicalización a los trabajadores y procedimientos de negociación colectiva; la segunda, establecía pensiones de vejez y viudedad, subsidios de desempleo y seguros por incapacidad. Un proyecto polémico presentado por el presidente fue la reforma impositiva gracias a la cual se elevó al 79 por ciento la tasa a las ganancias de los ingresos superiores, que en los años ‘20 era de solo el 35 por ciento. “No nos preguntemos –dice Krugman–, por qué Roosevelt fue considerado un traidor a su clase.” Ese no será, en todo caso, el juicio que tendrán de George W. Bush pese a su responsabilidad en la crisis actual.
* Economista e historiador.
Investigador Superior del Conicet.
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