A cuatro manos
Unos no tiene trabajo y otros no tienen descanso. Mientras tres millones de personas están desocupadas, 3,9 millones trabajan más de las 48 horas semanales que prevé la ley laboral. De ese total, 1,3 millón trabaja más de 60 horas por semana. Se trata de los sobreempleados que, al trabajar más de lo debido, pierden contacto con sus familias y deterioran su salud, al tiempo que, sin quererlo, cubren parte del lugar que podría tener un desocupado. Cada dos empleados que trabajan doce horas diarias, se pierde un puesto de ocho horas. Según el Instituto de Estudios de CTA, si se cumplieran las jornadas legales, se podría crear 1,1 millón de puestos de trabajo, reduciendo la desocupación al 14 por ciento. Los empresarios prefieren dos trabajadores de medio día que tres de ocho horas, porque la mayoría no paga las horas extras. El Estado se desentendió del control de la jornada laboral. Y los trabajadores aceptan el abuso por temor a perder el empleo y pasar a formar parte del ejército de indigentes. Esta semana el Ministerio de Trabajo convocó a la mesa de diálogo a empresarios y sindicatos para discutir, entre otros temas, la duración de la jornada laboral. Pero el saldo de esas reuniones no será vinculante, por lo que no modificará la actual situación.
La principal razón por la que las condiciones laborales siguen deteriorándose es la desocupación, que condiciona las posibilidades del trabajador de defender sus derechos. Pero no es la única. Desde 1994, cuando el acuerdo marco firmado por las cámaras empresariales y la CGT oficialista abrió el camino a la flexibilización laboral, se comenzaron a firmar convenios con jornadas anuales que superan lo previsto por la ley. Las sucesivas administraciones que ocuparon la cartera laboral homologaron esos convenios. Por otra parte, a partir de la recesión de 1995, año en que el desempleo trepó al 18 por ciento, las empresas comenzaron a reducir costos despidiendo personal y haciendo trabajar más horas a los empleados que mantenían. En 1997 y 1998, cuando la situación económica mejoró y la desocupación cayó hasta el 13 por ciento, el fenómeno se mantuvo. La crisis actual disparó la sobreexplotación a niveles record. La secretaria de Empleo, Noemí Rial, señaló a Cash que “los empresarios nacionales se acostumbraron a hacer trabajar de más al personal”.
Según la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, correspondiente a mayo último, el 70 por ciento de los sobreocupados son de sexo masculino. El desempleo afecta tanto a los trabajadores en relación de dependencia como a los autónomos. Entre los empleados, los que trabajan más horas son los que realizan tareas en shoppings y supermercados. Los taxistas y comerciantes de barrio son los independientes que más horas trabajan. El fenómeno se repite también ente los ejecutivos: los gerentes y directores de empresas trabajan un promedio de once horas diarias.
En 1999, se promulgó el decreto 284 que limita las horas extras que puede trabajar cada empleado a dos por día y a un máximo de 30 mensuales. Pero meses después se abrió la posibilidad de que las empresas presentaran excepciones ante el Ministerio de Trabajo para casos extraordinarios. En poco tiempo las excepciones se hicieron regla y el decreto 284 perdió toda efectividad. Esta semana la ministra de Trabajo propuso a sindicatos y empresarios volver a respetar el espíritu del decreto original. Es decir que Graciela Camaño les propuso a las partes cumplir con la ley.
El promedio de horas trabajadas en el país es de 55 horas semanales. Sólo comparable al de varios países africanos y muy pocos asiáticos. En Francia se trabaja 35 horas por semana; en Alemania, 37 horas; en Gran Bretaña, 38, al igual que en Estados Unidos y Venezuela. En Argentina los empresarios tomaron la sobreexplotación de los trabajadores como sistema para aumentar la productividad. Sin embargo, hay experiencias locales que contradicen esa postura. La filial argentina de la empresa Siemens tiene un turno de mujeres que trabajan de dos a siete de la tarde y que en esascinco horas produce más cantidad de unidades que el resto de los turnos de horario normal. Los estudios que certifican que los trabajadores van perdiendo eficacia con el paso de las horas abundan desde principios del siglo pasado. En el libro La fatiga, publicado en 1922, Alfredo Palacios ya hablaba de que el abuso horario provocaba “accidentes y envejecimiento prematuro y no aumentaba la producción”.
Las posibilidades de que la mesa de diálogo abierta por el Gobierno resulte en una reducción de la jornada laboral promedio son escasas. En la primera reunión, los empresarios señalaron que, ante el incipiente aumento de la producción, no pueden arriesgarse a tomar nuevos empleados que luego tendrían que indemnizar ante un nuevo coletazo de la crisis. El sector sindical liderado por Hugo Moyano advirtió que no se sentará a negociar si el resultado que surja de estas reuniones no es vinculante. La CTA señaló que no se puede tratar la sobreexplotación sin hablar de desocupación. Sólo la CGT oficial estuvo de acuerdo con la posición del Ministerio de Trabajo. La cartera laboral, en vez de presentar un proyecto de reducción de jornada al Congreso, conseguir su aprobación y controlar que se cumpla, apenas se animó a tirar el tema en una mesa de diálogo que, se sabe de antemano, no desembocará en un cambio de la situación.
El 42 por ciento de la población que tiene trabajo está sobreocupada. De cada tres horas extra, dos no se pagan. Los trabajadores lo aceptan por miedo al desempleo. Los independientes se sacrifican más horas para conformar un mayor ingreso. Casi 700 mil personas tienen dos empleos y otras 600 mil que trabajan están buscando un segundo conchabo. Durante los ‘90 el PBI creció un 50 por ciento y el empleo disponible, un 15 por ciento. Ahora, en la crisis más profunda de la historia, el fenómeno se agudizó. La desocupación genera sobreexplotación y ésta, a su vez, produce mayor desempleo.
Subnotas