ANALISIS DE LA DECLARACION DEL G-20
En la dimensión política inmediata, el liberalismo financiero de los EE.UU. ha salido indemne. Pero va encontrando su contrapeso en la aceptación de regulaciones estatales.
› Por Fernando Hugo Azcurra *
La lectura de la declaración de “los líderes del Grupo de los Veinte” enfrenta al lector a una tarea ardua de control de la indignación. Se leen vocablos propios de un texto lavado de religión: “sincera, decoro, integridad, transparencia, ahínco, compartir”, que junto con un decálogo de buenas intenciones tales como “creemos, emprendemos, acordamos, comprometemos, minimizaremos, notificaremos, tomaremos, garantizaremos, aportaremos, reconoceremos” constituyen una especie de misal del cinismo político. No obstante, hay que señalar que se trata de una especie de desesperada puja de poderes entre el jefe indiscutido, los Estados Unidos, con sus cofrades de Europa y Japón. Y además una llamada a la disciplina de los países periféricos: hay que salvar al sistema capitalista y los únicos que pueden hacerlo son ellos. De la lectura de lo “acordado” surge:
1. Se refuerza el rol económico, político y de supervisión del FMI, la misma institución que ha funcionado como un arma de los países centrales seguirá en tales funciones y con un mayor poder de fuego (más dólares) y mayor poder de vigilancia: “Apoyaremos, ahora y en el futuro, la supervisión sincera, equilibrada e independiente por parte del FMI de nuestras economías y nuestros sistema financieros...”(sic).
2. “Fortalecimiento de nuestras instituciones financieras”, también las mismas que propiciaron e intervinieron en el casino especulativo de las finanzas llevando a la situación de crisis actual. ¿Cuáles medidas lograrán aquello? Pues se propenderá al control de las calificadoras de riesgo (todas de los EE.UU.), adoptar acciones para la implementación de normas para un sistema contable sencillo y claro, regulación de los fondos de alto riesgo (hedge funds), eliminación del secreto bancario, y medidas respecto de los “paraísos fiscales”.
3. Comercio mundial: luchar contra el proteccionismo de los países y un mayor rol de la Organización Mundial del Comercio, otra institución de los países centrales para imponer a los países periféricos cuando son ellos los principales proteccionistas.
En la dimensión inmediata del análisis político, el liberalismo financiero de los EE.UU. ha salido indemne y consiguió alinear al resto de los líderes para que nada cambie. Puro maquillaje que la realidad de la profundización de la crisis hará añicos en poco tiempo. Lo principal del texto sin embargo ha quedado sepultado en la fraseología altisonante: “Creemos que el único cimiento sólido para una globalización sostenible y una prosperidad creciente para todos es una economía mundial abierta basada en los principios del mercado...”, refrendado por el objetivo de “...fomentar la competencia y el dinamismo, y mantenerse al día con las innovaciones del mercado”. En el capitalismo financiero sus tendencias internas lo llevan a una mayor concentración y centralización y al mismo tiempo a recrear aunque sea “artificialmente” formas de competencia. El capital y su ámbito de desarrollo competitivo es el incesante surgir, como eliminar rivales y llevar la producción de mercancías a sus límites últimos, como desproporción que desborda al consumo global porque toda limitación u obstáculo se presenta, para él, como una barrera que debe superar, como un desafío que debe aceptar y que debe ganar a cualquier costo, sobre todo de carácter social pues recae sobre los trabajadores. Aquí se revela en las propias palabras de un documento mundial, sin que sus autores se percaten de ello, que el mercado como competencia es el fundamento o la naturaleza interna del movimiento del capital, una determinación esencial que tiene que manifestarse y realizarse como acción múltiple recíproca de los capitales individuales (corporaciones monopolistas) entre sí, o sea la necesidad interna como necesidad externa. El liberalismo financiero seguirá dando batalla y dentro del propio capitalismo no podrá solucionar los problemas que crea. Sólo las batallas políticas de los pueblos podrán hacer que se arribe a cambios serios, de lo contrario la crisis se prolongará y el imperio de lo financiero volverá inexorablemente. Pero en la dimensión mediata del largo plazo histórico-económico no menos cierto es que la sociedad del capital va encontrando contrapesos y contratendencias (Estado, aceptación de regulaciones, controles, intervenciones), que llevan a la eliminación de aquellas condiciones históricas del liberalismo financiero, creadas por el propio capital, en que las colosales fuerzas de producción alcanzadas y a alcanzar aún plantearán dramáticamente la abolición del capital por medio de sí mismo; y esto la clase burguesa, con su instinto, lo “olfatea” sin comprenderlo, pero sigue dando batalla.
* Economista. Docente e investigador de la Universidad de Luján, UBA y Universidad Concepción Uruguay.
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