SUPERáVIT FISCALES EN LA PERIFERIA Y CRECIENTES DéFICIT EN EE.UU. Y EUROPA
La crisis mundial expone en forma descarnada las asimetrías que rigen entre las economías, donde se juegan las relaciones de poder político entre los países.
› Por Martin Unzue *
El superávit fiscal primario que presenta Argentina como uno de los pilares del modelo post-convertibilidad es, en realidad, una política que ha logrado consolidarse a lo largo de casi dos décadas. El fuerte ajuste fiscal de 1990 llevó, en parte, gracias al profundo proceso de privatización de empresas públicas, a revertir una constante presencia de resultados negativos en el sector público nacional no financiero, inaugurando una nueva tendencia histórica signada por resultados “positivos” en este terreno. A excepción de 1996, como consecuencia del impacto de la crisis mexicana sobre una economía muy expuesta al frente externo, y en menor medida en el 2001, por el derrumbe económico local, la Argentina ha mostrado un superávit fiscal primario constante desde 1991. Es cierto que esos números se han consolidado a partir de 2003, alcanzando niveles inéditos de más del 3 por ciento del PBI, pero este cuadro de situación no es privativo de nuestro país. La mayor parte de nuestros vecinos latinoamericanos han emprendido procesos similares, con muy importantes niveles de superávit fiscales primarios sostenidos durante varios años, y que en algunos casos han superado el 4 por ciento del PBI en 2008. Sin embargo, el nuevo escenario mundial planteado por la actual crisis parece develar, en su aspecto más brutal, la asimetría con que funciona el sistema financiero internacional. No es que esto sea novedoso, pero la crisis pone hoy, en forma abierta, ante la evidencia de que no todos están sometidos a las mismas “leyes”.
Mientras en la región la búsqueda desesperada del superávit fiscal primario es presentada como un objetivo deseable e ineludible, y se ha mantenido de ese modo durante años, en los países desarrollados se observa día a día cómo los déficit fiscales se disparan a niveles sin precedentes. El Departamento del Tesoro de los Estados Unidos acaba de anunciar que en sólo nueve meses del ejercicio fiscal 2008-2009 ya han superado el billón de dólares de déficit fiscal a nivel federal. En Europa las cosas no van mucho mejor. Los compromisos fiscales asumidos en el tratado de Maastricht han estallado en mil pedazos por los constantes incumplimientos de sus principales socios. Alemania intentó con mucho esfuerzo reducir su déficit fiscal, pero la crisis abortó el ajuste, y se estima que tendrá un resultado negativo de más del 4 por ciento del PBI en el presente año, y del 6 por ciento en 2010. Poco en comparación con algunos de sus vecinos. En Francia, las alarmas suenan hace rato por un déficit estimado en 7 puntos del PBI para el presente año, y uno superior en el 2010, con una deuda pública equivalente al 88 por ciento del PBI. En el Reino Unido el impacto de la crisis ha generado un déficit fiscal estimado en 12,5 por ciento del PBI, con una deuda pública que rondaría el 80 por ciento del mismo, que muchos analistas consideran que en el medio plazo superará el 100 por ciento.
¿Por qué los países centrales mantienen sus elevados y constantes niveles de déficit fiscal, a pesar de que el peso de sus deudas públicas medido en relación a su producción de riqueza, es bien superior al que presentan los países latinoamericanos? Simplemente porque la reversión de los mismos significaría la latinoamericanización de sus sociedades. Si tuviesen que reducir sus gastos públicos para lograr niveles de superávit fiscales primarios como los que se encuentran en nuestra región, eso sería el fin de todas sus políticas sociales, el colapso de sus sistemas previsionales, de salud, o de sus sistemas de transporte. Por ello, la acuciante evidencia que presenta la actual crisis mundial, al poner sobre la mesa en forma descarnada las diferencias y el doble estándar que rigen a los sistemas financieros mundiales, donde se juegan fundamentalmente las relaciones de poder político entre los países, hace trinar las contradicciones entre el discurso económico y las necesidades políticas, abriendo grietas con consecuencias aun impredecibles en el mediano plazo. ¿Los “mercados” sancionarán a las economías desarrolladas dejando de refinanciarlas?, ¿Estas emprenderán ajustes que comprometan sus gobernabilidades o se terminará por admitir en forma abierta que el bienestar de los países desarrollados se sostiene sobre reglas inalcanzables para los países periféricos?
* Economista y profesor adjunto regular de Teoría del Estado en la Universidad de Buenos Aires.
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